Benítez Reyes pone alma a la Bienal
Bienal de Flamenco 2018
La saga de los Machado, Agujetas el Viejo, Joaquín Sáenz o Fernando Quiñones han sido algunos de los artistas invocados por el escritor en su inspirado pregón inaugural en el Palacio de las Dueñas
Sevilla/Felipe Benítez Reyes, reconocido autor de títulos como El novio del mundo, El pensamiento de los monstruos y La propiedad del paraíso, ha homenajeado esta noche a los Machado, a Alberto García Ulecia y Fernando Quiñones, al fundador de la dinastía de los Agujetas y hasta al pintor Joaquín Sáenz, autor del primer cartel de la Bienal de Flamenco de Sevilla, en el inspirado pregón en el Palacio de las Dueñas que ha puesto prólogo a esta edición del festival jondo.
Sevilla tiene suerte con los poetas gaditanos a la hora de pregonar la Bienal, pues Benítez Reyes acaba de suceder en esta misión a su paisano Antonio Hernández. El acto se ha celebrado de nuevo con el apoyo de la Fundación José Manuel Lara.
Ha comenzado su pregón el narrador y poeta roteño a las 21:30, y lo ha hecho encomendándose, "entre todas las fantasmagorías posibles, a los espíritus de una familia de recursos económicos modestos, aunque de recursos intelectuales copiosos": la familia Machado.
"Como saben de sobra", ha afirmado el escritor, "Antonio Machado Álvarez, que adoptó como nombre de pluma el de Demófilo (es decir, el amigo del pueblo), vivió aquí con los suyos en calidad de inquilino, en unas dependencias humildes en medio de este decorado de esplendores (...) A él debemos, como folklorista pionero, una Colección de cantes flamencos que salió de imprenta en 1881, cuando aún el flamenco tenía la consideración de anécdota marginal, de expresión artística degradada, frente a la jerarquizada como alta cultura. Aquí nació su hijo Antonio, que tuvo en esta finca el escenario de sus primeros cuatro años de infancia. Un escenario que él consideró decisivo en su geografía emocional, situado en un espacio casi mítico".
"Por aquí", ha proseguido el pregonero, también "anduvo el niño Manuel, su hermano mayor, el que con el tiempo, ya de dandy castizo, siempre con una vela encendida a la Macarena y otra al diablo, reinterpretaría los cantes del pueblo en su poesía, una veta popular que jamás entró en contradicción estética con sus inclinaciones modernistas, parnasianas o decadentistas. En los dos hermanos poetas pervivirá siempre, en fin, el sustrato de aquellos cantes flamencos que se afanó en recopilar su padre".
Tras asegurar que no era su intención "entrar en disquisiciones sobre el influjo del cante flamenco en nuestra literatura... y viceversa", ni tampoco entrar en grandes enunciados, Benítez Reyes ha pasado a hablar "desde el registro de las percepciones, de las emociones y de los recuerdos", y para ello ha querido trasladarse a su adolescencia y a aquella Rota en la que, por el famoso influjo de la base militar norteamericana, los jóvenes escuchaban todas las variantes posibles del rock, y en la que, un día, aquel adolescente fascinado por la música psicodélica que el escritor era, se hizo socio de la tertulia flamenca que cada miércoles organizaba un recital en la Casa de la Cultura. Y allí quien hacía de portero no era otro que Agujetas el Viejo, "aquel cantaor jerezano que se fue a vivir a Rota por causa de amores, enamorado de una gitanita del lugar, y que pasó allí el resto de sus días".
Agujetas, ha rememorado, "jamás hizo carrera de cantaor profesional y apenas actuó en público, en parte por falta de oportunidades y en parte principal, según cuentan, por su carácter huidizo, ya que lo suyo era el cantar para unos cuantos, en reuniones más o menos casuales, sin conciencia –ni por asomo– de que cantar pudiese ser un espectáculo de masas, sino la expresión –en su justo lugar y en su justo momento– de un sentir y un saber del que era depositario y transmisor. Sin más historias".
Del patriarca Agujetas, que murió en 1976, a los 68 años, ha evocado el escritor roteño su cante "de cadencia espesa, morosa y demorada, que parecía tener el primitivismo de un himno ritual y venía muy lejos, del tronco genealógico de Manuel Torre, del Tío José de Paula y de otros cantaores jerezanos fundacionales".
La celebridad que no tuvo Agujetas padre sí la disfrutó en cambio, y "con toda la vanagloria que pudo", ha apuntado, su hijo Manuel (Agujetas de Jerez), "arcaico en el cante y en la vida, hombre de hablar casi ininteligible y sincopado, con aquella garganta suya que parecía herida de muerte", al que el escritor evocó "paseando por las calles de mi pueblo con un terno negro y con un pañuelo blanco de seda al cuello, tanto en las épocas de calor como de frío, con empaque y actitud de gran estrella del arte".
Se extendió a continuación en la universalidad del flamenco, así como en la importancia tanto de lo espontáneo como del oficio en su elaboración artística, para enlazar después con Gustavo Adolfo Bécquer y con la capacidad de síntesis de la canción popular, de la que ha dado algunos ejemplos, como las bulerías que cantaban el Sordera y Fernando Terremoto, que a su juicio rozan ya "el dadaísmo": "Mi amante es pajarero / y me trajo un loro / con las alas doradas / y el pico de oro".
También se le ha aparecido durante su pregón el espíritu del pintor Joaquín Sáenz, "autor del cartel de la primera Bienal, de quien una vez escribí que tenía el empaque de un visir de Samarcanda". "En ocasiones muy contadas –ha recordado–, Joaquín canturreaba por lo bajo, aunque no desde luego por alegrías, sino por cantes más recios".
Y han acudido también a su encuentro José Romero, "pianista de finuras románticas mezcladas con honduras flamencas mientras estaba sentado en su banqueta y el hombre más alegre y festivo del mundo en cuanto se levantaba de ella", y Alberto García Ulecia, "el tan fino y tan exacto poeta, que unía a su condición de catedrático de Historia del Derecho la de historiador de cámara de Antonio Mairena y que regalaba su sabiduría abstracta y su sabiduría de vida como si pidiera perdón por regalarla".
Desde Cádiz ha venido también el fantasma de Fernando Quiñones, "divulgador de flamencos magistrales y padrino de flamencos marginales", un hombre imprevisible que "sólo tenía un defecto: el de arrancarse de vez en cuando a cantar, porque cada vez que tenía un arranque de flamenquería echaba por tierra todos los fundamentos conocidos de la flamencología, de lo mal que cantaba".
Dado que su galería de fantasmas se le estaba antojando ya bien larga, Benítez Reyes ha preferido dejarla en ese "pequeño surtido, muy cargado de añoranzas y de pesadumbres amables", no sin desear a su auditorio que tengan la fortuna de vivir en esta Bienal "unos días imborrables", días que se graben en la memoria como "irrepetibles, únicos en el fluir tan veloz de la vida".
"Apuren esos días. Que cada instante parezca una eternidad. Que la música les instale en un tiempo detenido. Y permitan que en el ánimo se les acomode fundamentalmente la alegría, porque la alegría hace que el pensamiento se colme de inocencia y derive en sentimiento. Como si el pensamiento volviera a nacer", ha concluido poco antes de que el cantaor Tomás de Perrate redondease con su toná-pregón una noche ebria de la mejor poesía.
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