Siete veces al día te alabaré
La vigilia perfecta | Crítica
La ficha
**** ‘La vigilia perfecta’. Andrés Marín. Dirección artística y musical, coreografía y baile: Andrés Marín. Anónimo (artista invitada al baile). Cante: Cristian de Moret. Saxofones: Alfonso Padilla. Percusión flamenca: Daniel Suárez. Marimba y percusión: Curro Escalante. Artista sonoro: Francisco López. Colaboración artística: José Miguel Pereñíguez. Asistente coreográfica: Salud López. Lugar: Monasterio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas. Fecha: Sábado 3 de octubre. Aforo: Lleno.
Andrés Marín es, sin duda, uno de nuestros bailaores más personales. A la austeridad de su figura, siempre de negro, une una clara pasión por los grandes proyectos, tal vez porque, habiendo hecho casi de todo en el flamenco, le gusta retarse a sí mismo, como hizo con el Don Quijote urbano de la pasada Bienal.
Para esta cita, el sevillano había ideado una obra dantesca, literalmente. Pero la soledad del confinamiento lo llevó por otros derroteros: los que ayer lo mantuvieron en la Cartuja durante más de 16 horas para combinar siete coreografías breves, realizadas en distintos lugares del monasterio y retransmitidas por streaming, y un compendio de todas ellas por la noche, en un escenario situado ante los hornos.
La vigilia perfecta está basada en las horas canónicas implantadas en la Edad Media por San Benito: Maitines, Laudes, Vísperas y Completas, con sus horas intermedias Prima, Tercia, Sexta y Nona. “Siete veces al día te alabaré”, dice el libro de los Salmos.
Y efectivamente, en el magnífico trabajo creado por Marín está todo el recogimiento de la oración. Pero también contiene la brillantez del rito que ha acompañado siempre a la liturgia de la iglesia católica de Occidente y, sobre todo, la historia del Monasterio de Santa María de las Cuevas, con sus cartujos, sus chimeneas industriales y las intervenciones artísticas que han ido dejando huella en cada uno de sus rincones.
Las piezas cortas son realmente exquisitas. No es la primera vez que danza, arquitectura y naturaleza se unen, se potencian. De hecho, teníamos en la retina numerosas imágenes de esos lugares, habitados por bailarines de danza contemporánea. Pero cada diálogo es distinto del anterior y el que entabla Marín en cada ángulo, con distintas luces y con unas músicas magníficamente elegidas, es emocionante.
Como en los Laudes (‘Los cuerpos gloriosos’), con un Marín que camina, con el torso desnudo resplandeciendo al amanecer, seguido de una sombra blanca, -una bailarina en puntas- por las Huertas. O en la Tercia (‘Tangos de la Yedra’), cuando, con la cara tapada por el pelo, extiende sus brazos y, con el sonido de un saxofón, realiza una hermosa danza en la alberca, frente a la Cruz de los Ladrones, hasta fundirse prácticamente en la enorme pared de yedra que la preside.
O en la Sexta (‘Forma y ceniza, ceniza y forma’), con un danzar reposado y ritual, caminando por la capilla de San Bruno, con un apéndice blanco en la espalda que resuena a costal y a monjes de Zurbarán, a trabajos y a dragones de las fábulas medievales… O en la Nona, a los pies de las chimeneas (‘Un cielo lleno de sillas’) con el Solo del Pastor Bobo de Lorca en la voz de Cristian de Moret impulsando otra hermosa danza, tapados los rostros de todos por unas originales caretas.
Porque la escueta figura del bailaor se enriquece, adquiere tintes simbólicos con los sencillos apéndices -capirotes deconstruidos, caretas…- que ha elaborado para la pieza el artista José Miguel Pereñíguez. Un verdadero acierto.
Por la noche, ante los hornos y ya con público, con todos estos pasajes en el cuerpo y en la memoria, Andrés Marín ofreció un magnífico recital. Su danza es la de siempre: la geometría en movimiento de sus brazos, sus escorzos, sus pies inquietos y precisos… Pero con una concentración muy especial y una banda sonora realmente digna de elogio. Ya conocemos el conocimiento y el gusto musical de Marín.
Con un cantaor y unos saxofones que intervenían de manera puntual, fueron las percusiones de Suárez y Escalante las que mantuvieron el pulso, el latido continuo, a veces sereno a veces incluso amenazador, de la pieza. Y, curiosamente, fue la marimba la que dio lugar a las partes más flamencas del bailaor, que las hubo y muy buenas.
Unas Completas que requieren un enorme esfuerzo de síntesis por parte del creador, pero también una gran concentración del público. Algo que resultó bastante difícil debido al frío tremendo que azotó el patio de butacas. Esperemos tener ocasión de volver a verlo y, si hay oportunidad, no se pierdan el streaming.
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