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Balance de la Bienal 2024: La ilusión viaja en tranvía
Ana Morales, bailaora y coreógrafa
Además de nacer tocada por la varita mágica del arte, Ana Morales es una de esas bailaoras privilegiadas que, aun siendo jóvenes e interesadas en todas las vanguardias, han tenido el privilegio de conocer y aprender de los grandes maestros de la anterior generación, base insustituible e impagable para la transmisión y la evolución de un arte tan enorme y poliédrico como el flamenco.
A lo largo de su carrera, esta joven artista ha colaborado con numerosos músicos y bailaores -entro otros, con José María Gallardo, con Esperanza Fernández o David Coria-, así como en compañías como las de Javier Latorre o Javier Barón, pero fue en la Compañía Andaluza de Danza, bajo la dirección de José Antonio y, más tarde, de Rafaela Carrasco (ya como Ballet Flamenco de Andalucía), donde creció artísticamente y encontró la fuerza y la seguridad necesarias para emprender su propio camino.
Un camino que ha ido en ascenso desde su primera pieza en solitario titulada De sandalia a tacón, estrenada en el Festival de Jerez de 2010, y a la que siguieron otras como Reciclarte, presentada en la Bienal de 2012, Los pasos perdidos (2015), Una mirada lenta (2017), y finalmente Sin permiso (Canciones para el silencio), estrenada también un 28 de septiembre durante la pasada Bienal, y gracias a la cual consiguió un apreciado Giraldillo al Baile. En dicha obra, la bailaora bucea en su historia personal a la búsqueda de un padre casi ausente que, solo después de su fallecimiento, logró desvelarle algunos aspectos de su callada existencia.
Fruto de un largo proceso de trabajo, desarrollado en colaboración con los distintos Festivales que coproducían el proyecto, Sin permiso… ha sido uno de los trabajos más arriesgados y aplaudidos de su carrera, abriendo otra nueva etapa en la carrera artística de Morales, más orientada hacia la improvisación y la experimentación libre, aunque sin perder de vista el baile tradicional, del que siempre ha bebido a través de todas las fuentes imaginables.
A este punto, es un hecho que su afianzamiento en la escena nacional e internacional ha corrido pareja a una gran ansia de libertad y a un deseo de no repetir procesos, de retarse de un modo u otro para mantener su trabajo vivo y orgánico.
Su última producción, En la cuerda floja, llega ahora a la Bienal, tras un proceso de casi un año y medio en el que estaba prevista la colaboración de varios festivales internacionales y que se ha visto interrumpido en varias ocasiones debido al confinamiento de toda Europa. Ya en su recta final, la etapa más decisiva ha sido una residencia llevada a cabo en los madrileños teatros del Canal, sin la cual, confiesa Morales agradecida, “no habría podido terminar el espectáculo”.
Respecto al tema central del mismo, el reto planteado era la dualidad entre el equilibrio y el desequilibrio. “Para mí, que soy controladora, la idea era ver qué pasaba si perdía el control, si era capaz de dejarme llevar por completo…”, afirma la bailaora.
Un reto que meses después, con la historia de la pandemia estallándonos en la cara, pasaría de golpe a convertirse en la manera real de sobrevivir y de encarar una realidad que va cambiando día tras día, por mucho que nos empeñemos en apresarla con nuestros planes y nuestras buenas intenciones. En medio de esta incertidumbre, el solo ha acabado por imponerse como la fórmula más coherente.
“En este momento, como intérprete puedes existir, pero como creadora resulta muy difícil. Tienes que permitirte sacar lo que llevas dentro, pero la precariedad te obliga a hacer producciones con poca gente y pocos medios y eso es bastante frustrante. En este trabajo, por ejemplo, al principio me iban a acompañar dos mujeres, por aquello de buscar el complemento, la dualidad. Y si bien es cierto que el proceso creativo me fue llevando hasta el solo, fue la situación lo que hizo más clara mi decisión, de modo que En la cuerda floja se ha convertido en un solo absoluto. Los músicos están en un plano más elevado y yo estoy sola en el espacio escénico”, afirma la creadora.
En Sin permiso…, en efecto, ella interactuaba con todos: con la guitarra de ‘Canito’, con las percusiones de Daniel Suárez, con el baile de José Manuel Álvarez y con el polifacético Juan José Amador, que de algún modo encarnaba a su padre. Ahora, sin embargo, lo que le interesa es escuchar lo que cuenta la música y sentir cómo influye en su movimiento, en su baile.
Así pues, para afrontar En la cuerda floja, la creadora ha prescindido del cante que tanto la motiva (a excepción de unas pinceladas en off que hace la estupenda cantaora Sandra Carrasco), para unirse al ya veterano José Quevedo Trío, formado por José Quevedo ‘Bolita’ (guitarra), Pablo Martín (contrabajo) y Paquito González (percusión). Un equipo de primera categoría que completan el prestigioso bailarín y coreógrafo de danza contemporánea Roberto Oliván, en calidad de ayudante de dirección y asesor coreográfico, el iluminador Benito Jiménez y la diseñadora del vestuario Belén de la Quintana.
Respecto a ellos, dice Morales: “Cuando elijo a mis músicos no es únicamente para que me creen una historia sobre la que bailar; yo siempre trato de visualizar a personas que estén lo más cerca posible de mí y del estado en que yo me encuentro en ese momento. Por ejemplo, la música de Bolita me encanta porque es muy dual, muy racional y muy irracional al mismo tiempo. En su trayectoria ha acompañado a muchísimos bailaores y bailaoras, pero ahora llevaba años sin trabajar con baile. Y algo parecido puede decirse de Pablo Martín y de Paquito González. Ellos están conmigo como banda y disfrutan un montón. Juntos nos pusimos a improvisar y juntos lo hemos creado todo, incluso la elección de los temas surgió de forma natural, del trabajo conjunto. Es como si todos viajáramos por una cuerda, o por una vena roja, como dice Roberto (Oliván). La incógnita es: ¿nos caeremos?”.
Está bien claro que Ana Morales baila como lo siente en cada momento. Por eso insiste: “bailo En la cuerda floja porque es el estado actual en el que vivimos y en el que me encuentro”.
Pero también deja claro que, por encima de todo, lo que más le sigue apeteciendo es bailar y que el flamenco es su fuente. A este respecto, aclara: “El flamenco está en la pieza, claro que está, y todos partimos de él, pero está principalmente como energía. El resto es arte, es danza y es música, una música brutal que me motiva. Sin embargo, la pieza no está pensada desde el código flamenco porque no hay una estructura. Está, por ejemplo, la música de un taranto, la energía del taranto, por eso yo me tomo la libertad de interpretarlo como lo siento. Quiero bajarme al subconsciente y tratar de darle luz, de hacerlo un poco más consciente”.
También insiste Morales en que este es un espectáculo visualmente muy sencillo y con líneas muy claras. Sin decorados ni elementos escondidos. Solo la transparencia del cuerpo bailando, sostenido por la intérprete.
En esta obra, por tanto, los aficionados encontrarán únicamente música y danza. Ritmos flamencos como los tanguillos, las bulerías, el taranto, la seguirilla, una soleá y, por añadidura, un peculiar Prólogo en el que Ana Morales se ha acercado nada menos que a la proporción aurea. “En un ensayo, midiendo y dibujando en el suelo las distintas partes de la curva de Fibonacci, empecé a crear movimientos sin ninguna intención determinada, pero al final se han quedado como parte de la pieza”, desvela la coreógrafa.
En la cuerda floja se presentará, con carácter de estreno absoluto, el próximo lunes 28 de septiembre -exactamente el mismo día que Sin permiso… en la pasada Bienal- en el Teatro Central, a las 21:00.
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