El Sevilla hace historia a su manera (2-2)
Valladolid - Sevilla · la crónica
Los de Emery prolongan su sequía a domicilio al empatar a dos un partido que dominaban 0-2 en el minuto 81. Con una eficaz defensa de tres, Bacca había marcado en el minuto 2 y Alberto Moreno en el 30.

No busquen gafes ni fenónemos paranormales. No llamen a Iker Jiménez en busca de respuestas a una sequía que va camino de hacer historia. Si el Sevilla no ganó este domingo en Valladolid, si no ha sido capaz de hacerlo en los últimos trece meses en el Campeonato Nacional de Liga, ha sido simplemente por su impericia.
Si en Vallecas no ganó después de fallar dos penaltis y una docena de ocasiones; si en Heliópolis no lo hizo después de ir ganando 0-3 en el minuto 40, ¿a quién le sorprendió que la parábola enviada por Ebert en el minuto 84 plasmara la enésima frustración de los sevillistas? No es casualidad, es algo empírico. Este Sevilla vive atenazado por una obsesión y a poco que el rival encuentre un agujerillo para atravesar su cascarón, se desinfla. Mientras no gane fuera, le volverá a pasar. Y mientras más tiempo pase, peor.
El partido parecía controlado. Pero sólo lo parecía. Ya discurría más según el guión de Juan Ignacio Martínez, quien, como otros estrategas de partidas precedentes con Emery al otro lado del tablero, fue llevando el agua a su molino con las sustituciones. Manucho aprovechó al fin uno de los numerosos centros de Peña desde la izquierda para imponer su corpachón, cabecear bombeado y salvar el obstáculo de Beto. Corría el minuto 81. Hasta entonces, el partido parecía controlado por el Sevilla, que volvió a disfrutar de una situación propicia para volver a paladear una victoria como visitante que se le niega desde finales de septiembre de 2012, en Riazor.
Pero ese cabezazo de Manuchohizo estallar en mil pedazos la confianza del Sevilla, tan raquítica hoy. Administrar un solo gol de ventaja, lejos de Nervión, parece hoy una misión más propia de Hércules para la temblorosa tropa que ayer visitó de amarillo y negro. Hoy, desde la perspectiva que da el tiempo, se antoja menos decisivo el clamoroso error de Trochowski ante la portería de la Real Sociedad, cuando los sevillistas ya dominaban por 0-1. Porque un 0-2 es una preciosa ventaja para cualquier equipo a estos niveles... salvo para el Sevilla.
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Gameiro, como Trochowski en San Sebastián, pudo sofocar la fe pucelana en la siguiente respuesta al gol de Manucho. Él mismo se fabricó el contragolpe, avanzó desde el carril izquierdo con las miras en el área, recortó hacia dentro para maniobrar con su pierna derecha, levantó la cabeza y vio a Vitolo, que se incorporaba desmarcado. Le sirvió la pelota para que el canario ejecutara. Hasta se escurrió el defensa que llegó desesperado a tapar el tiro del canario. Pero su obús rozó en el zaguero, Mariño desvió la pelota y ésta cayó a Gameiro, eso sí, en una posición un tanto forzada. El francés atacó el balón con cierta precipitación y la envió a las nubes.
Dos minutos después de esa posible sentencia, llegó la referida falta directa que aprovechó Ebert. La que terminó de despertar los fantasmas que persiguen al Sevilla desde aquella noche en La Coruña. Dos puntos más que volaron, una muestra más de debilidad que impide al renovado y caro proyecto tomar la altura que demandan las expectativas: mientras no sea capaz de enjaretar tres o cuatro victorias, trepar hasta la zona europea será una quimera.
De nada le valió al Sevilla que todo se pusiera de cara al minuto y pico de juego. Ese golazo de Bacca era lo mejor que le podía pasar a un equipo sin su líder espiritual, Rakitic, y que estrenaba dibujo táctico.
Las bajas del internacional croata y de Marko Marin dispararon las especulaciones en las vísperas del partido, pero Emery sorprendió con el as que sacó de la manga, una defensa de tres centrales -que no línea de cinco defensores- que se enseñoreó del prado vallisoletano.
Ayudó una barbaridad, lógicamente, ese golpeo preñado de calidad que soltó el colombiano Bacca en la primera llegada franca de los sevillistas. Las novedades empezaban a ahormar el partido: Vitolo, por su capacidad para ganar ese balón llovido -el Sevilla no anda sobrado de corpulencia en zonas adelantadas y se agradece la presencia del canario en este sentido-, y Bacca, sustituto este domingo de Gameiro, para obrar de ejecutor.
Ese 0-1 engrasó la maquinaria: Diogo Figueiras y, sobre todo, Alberto Moreno -colosal el nuevo internacional en la primera parte- actuaron muy arriba, incrustados en la media para proyectarse a la menor ocasión. Lo propiciaban Nico Pareja como central muy abierto a la derecha, Cala en el eje y Fernando Navarro muy abierto a la izquierda. Por dentro, Carriço no acusó el largo periodo de inactividad y se acopló con Iborra. El portugués, con más licencia para aparecer unos metros más arriba. La zaga de tres invitó a los dos carrileros a atacar, y éstos invitaron a Jairo y a Vitolo a maniobrar por dentro. Y bien que lo hicieron, asociándose con Bacca gracias al gran juego de espaldas y los movimientos de arrastre del colombiano. Todo como la seda. Tanto, que Alberto Moreno hizo el segundo a la media hora con un zapatazo seco desde el borde del área.
Parecía que la ominosa racha moría en Valladolid. Pero no. El Sevilla se empeñó en fallar contragolpes claros, bien por no acertar en el último pase, bien por la resolución de las jugadas. JIM acertó con la entrada de Manucho, con buscar la zona blanda que ofrecía el costado de Diogo Figueiras y con el sentido que le dio al juego Álvaro Rubio. Emery, al otro lado del tablero, no vio que Carriço acusó pronto su inactividad, no evitó que el Sevilla fuera cediendo metros. Y el equipo, él solo, se encargo de seguir haciendo historia a su manera.
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