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Por fin, 54 años después de su hallazgo en el cerro de El Carambolo de Camas, el tesoro más famoso de Sevilla se expone de forma permanente en el Museo Arqueológico de Sevilla. Fue el de ayer "un día histórico" para la cultura andaluza pero también internacional, como glosaron el consejero de Cultura, Paulino Plata, y los numerosos investigadores congregados con motivo de la inauguración de la sala monográfica ubicada en la primera planta del edificio de la Plaza de América. Tras descartarse una nueva exposición temporal en el Antiquarium de la Encarnación, deseada en su día por el anterior regidor Sánchez Monteseirín y que habría sido su sexta salida de la cámara de seguridad bancaria que lo custodiaba, el tesoro ha encontrado un domicilio fijo e integrado en el recorrido ordinario del Arqueológico. Un hogar estable de 230 metros cuadrados, sin barreras arquitectónicas y con un discurso también accesible al público, que le ha costado al Gobierno andaluz 170.000 euros: 145.000 de inversión anual en seguridad y 25.000 euros para la producción de la exposición, que recupera parte de los contenidos de la muestra temporal que entre 2009 y 2010 celebró el 50 aniversario del hallazgo del Carambolo y atrajo a 59.000 visitantes a este recinto.
Sobre el destino del tesoro una vez se inicie la reforma del Museo Arqueológico proyectada por Guillermo Vázquez Consuegra, su directora, Concepción San Martín, declaró ayer que "es algo que estamos estudiando. Cuando se inicie la rehabilitación, se tomará la decisión entre los arquitectos y responsables técnicos del Ministerio y la Consejería de Cultura".
En su intervención, Paulino Plata recordó que la aparición de estos restos arqueológicos constituyó en 1958 la "prueba material" de que la cultura de los tartesos, "que hasta entonces sólo era un relato transmitido por los textos griegos de los siglos VII al III antes de Cristo", se había asentado en el estuario del río Guadalquivir. Ahora esta sala monográfica, comisariada por Concepción San Martín y por Juan Ignacio Vallejo, conservador del museo, permite comprender y valorar el tesoro en su contexto histórico. Para ello, lo integra en un acervo de 143 objetos de oro, plata, bronce, cerámica y otros materiales, entre los que destacan la pequeña escultura sedente de Astarté, un exvoto único en el mundo y hallado también en el cerro del Carambolo, el relieve de dicha diosa conocido como Bronce Carriazo y el altar fenicio de Coria del Río que tiene forma de toro y ha restaurado recientemente el Instituto del Patrimonio Histórico (IAPH). Además, los tesoros completos de Ébora (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz) y de Mairena del Alcor consolidan una estancia del máximo interés.
Las 21 piezas de oro puro del tesoro del Carambolo fueron interpretadas primero como el aderezo de un rey como Argantonio, siguiendo las tesis del profesor Mata Carriazo. A mediados de los 90, profesores como José Luis Escacena y Fernando Amores abrieron otra vía de investigación según la cual las joyas serían el aderezo de los sacerdotes oficiantes de un ritual y de los animales que iban al sacrificio en dicho santuario. Otros estudiosos creen ahora que tal vez las joyas no las lucían los animales sino las estatuas zoomorfas que representaban a Astarté o Baal.
La nueva sala monográfica del Arqueológico ilustra, a través de cuatro apartados, cómo el Carambolo se convirtió en el referente de las investigaciones sobre la Protohistoria de la Península Ibérica cuando, entre los siglos VIII al VI a.C., el Mediterráneo se conformó por primera vez como un mundo interconectado culturalmente.
La sección inicial, titulada Historia de un descubrimiento, repasa el hallazgo del tesoro y su impacto en la historiografía y los buscadores de la ciudad de Tartessos, de los cuales el más famoso fue el alemán Adolf Schulten. Juan Ignacio Vallejo destaca las cerámicas de tipo carambólico, que son hitos en los que por primera vez se identificaron los rasgos de la cultura tartesia.
La segunda unidad, dedicada al santuario del Carambolo, nos acerca el tesoro sin la teatralidad de muestras anteriores, que lo presentaban en penumbra y entre terciopelos negros. "Entre 2002 y 2005, las nuevas excavaciones y pistas arrojaron luz sobre por qué el lugar donde se hallaron las joyas merecía un tesoro de tanta calidad. Y lo que durante mucho tiempo se consideró que era una zona residencial pasó a interpretarse como un santuario o estructura religiosa monumental relacionada con el culto. Un lugar de encuentro donde hasta el siglo VI a. c. fue venerada Astarté, una de las diosas fenicias más importantes en todo el Mediterráneo, y tal vez también Baal o Melkart", explicó San Martín.
La tercera zona recuerda cómo el santuario del Carambolo sirvió de modelo a otros del suroeste peninsular, como los de Coria y Lebrija, del que proceden unos espectaculares candelabros de oro.
En el cuarto y último apartado se muestran joyas que permanecían almacenadas o de las que se exhibían reproducciones, como la diadema original del Tesoro de Ébora o los dos brazaletes y el collar del Tesoro de Mairena del Alcor.
La clave del nuevo itinerario, concluyó la directora del Arqueológico, es mostrar que en el tesoro del Carambolo confluyen dos tradiciones: la de los orfebres autóctonos y la oriental que llega con la colonización fenicia. "Esas técnicas no se pueden transmitir de lejos sino sólo en un contexto de contactos entre maestros fenicios y tartésicos", valoró San Martín de estas joyas que, 2.700 años después, "no tienen nada que envidiar a las de los mejores orfebres del siglo XXI".
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