Contra viento y sillitas, contra el frío y las pipas

Lunes Santo

El público estático se abona al asiento plegable, que coloca como el que clava la sombrilla en la playa, y rompe el tránsito. El siglo XXI es nefasto para las cofradías, con sólo dos Semanas Santas completas.

Foto: Belen Vargas
Foto: Belen Vargas
Texto: Carlos Navarro Antolín · Vídeos: Ainhoa Ulla

25 de marzo 2013 - 11:10

La sillita plegable o sillita del chino, tanto monta, monta tanto, es como el palo de la sombrilla de la playa. Es llegar y clavar, es llegar y abrir la silla, y ya tiene usted su pequeña parcela asegurada como si la hubiera inscrito en el registro de la propiedad. El eje que forman las calles San Pablo, Reyes Católicos y el Puente de Triana era un canto a la propiedad privada, un comedero de pipas, una Línea Maginot contra el público que quisiera atravesar de un lado a otro en ese arte cada vez más reservado a las minorías de tratar de desplazarse por las calles molestando lo menos posible y, sobre todo, respetando con escrúpulo las filas de nazarenos. La distancia más corta en Semana Santa es la curva, nunca la recta, salvo que se tope con la hilera de sillas, a la que se suma el público directamente sentado en el suelo y con las piernas estiradas, modalidad sauna. Las medidas que han tomado distintos gobiernos locales no sirven para nada. La lucha contra determinados hábitos resulta muy difícil. La sillita no es sólo el efecto de una búsqueda de la comodidad. El Pali veía las cofradías sentado en una silla a la puerta de su casa. La sillita es también el efecto de no saber ver cofradías de otra forma que no sea estática, como quien se sienta en el sofá del salón, conecta la televisión y se convierte en un sujeto pasivo. No tenía sentido que un público joven, sin impedimentos físicos, estuviera plantado ya a la salida del puente cuando los nazarenos de la cruz de guía de San Gonzalo disfrutaban de olor a calentitos del puesto de la esquina de Arjona. Y quien dice en el puente, dice también en las inmediaciones de la carrera oficial a la espera de Santa Marta cuando aún restaba una hora para la llegada de la cofradía de San Andrés.

Una característica común a todos los públicos abonados a la plegable son las pipas. El sujeto pasivo rumia constantemente frutos secos y construye una alfombra sobre el asfalto, como si los nazarenos fueran sujetos inanimados. La cultura playera-cofradiera vivió ayer un día grande con ocasión del primer pleno de la Semana Santa.

Santa Marta

Las nueve cofradías salieron. Eso ya lo sabe usted. Lo hicieron contra viento y sillitas, contra el gris del cielo (casi negro por momentos) y contra las pipas. Contra el frío de estas noches de Semana Santa que requieren de abrigo largo. Contra el clima desapacible más propio de noches de diciembre. Todas salieron y las calles estaban abarrotadas de público. ¿O es que quizás ya se nos había olvidado cómo era un día laborable de Semana Santa con todas las cofradías en la calle? Tal vez sea eso, más aún después de un Domingo de Ramos desagradable, feo e inhóspito, que deja ya una Semana Santa herida sin la Amargura y la melancolía de grandes pasos privados de oraciones en la calle. El siglo XXI es nefasto para las cofradías. En trece años sólo ha habido dos Semana Santas limpias de lluvia, las de 2001 y 2009. Quienes tengan en torno a los 20 años han crecido necesariamente con la percepción de que la lluvia tiene en jaque a la fiesta más hermosa de la ciudad.

Salida de Santa Genoveva

El misterio de San Gonzalo atrae a las masas del lunes. Tiene el poder de un imán. La gente busca la coreografía de la cuadrilla, la indudable plasticidad de sus figuras. Es curioso, pero es mucho más impactante ver este paso subiendo el Altozano que en el propio puente por muy mitificado que sea el camino de cualquier cofradía por la pasarela. El puente se come todas las cofradías, como la Catedral empequeñece todos los pasos. La llegada de los pasos del Polígono de San Pablo a la Plaza de la Alfalfa genera elogios de rancios cofrades en las redes sociales. Y la Redención parece seguir esa tendencia al alza, de indudable crecimiento, en la que lleva desde hace una década. La expectación por esta cofradía ha aumentado tanto como su número de nazarenos. La Plaza de San Leandro era un hervidero de público esperando el regreso de una cofradía aliada de la noche. Quizás le sobre tanto figurín en la presidencia, entre chaqués institucionales y hasta alguno con vara en lugar preferente con simple traje de chaqueta. Pero muchísimas cofradías son bastante aficionadas a las representaciones colegiales. A algunos nos sigue gustando que delante del paso sólo haya nazarenos. Y que sin túnicas sólo vayan el aguaor y el tío del carro. Y, por supuesto, el sacerdote. Don Fernando iba perfectamente vestido, con sotana y fajín. Su estampa recordaba al inolvidable Hernández Bastos, don Eugenio siempre en el recuerdo.

Salida del Museo

La maravillosa atmósfera que se recrea en torno a un paso de palio tiene un buen ejemplo en el de la Virgen de las Mercedes. El gran tramo de devotos se lo lleva el paso del Cautivo, que al llegar al Ayuntamiento coincidió con el otro Cautivo del día, el de San Pablo, arriado a la vera del Banco de España. Una foto para el recuerdo. La Dolorosa mercedaria dejó Castelar y llegó a la Plaza Nueva con dos interpretaciones seguidas de Valle de Sevilla. Hermosos mazos de claveles blancos con una original base de verde vegetación. Aquí guarda armonía hasta el tío de la escalera, con el chaleco con las letras bordadas de Santa Genoveva, y por supuesto los cuatro nazarenos que protegen el manto rojo. Caminar detrás de este paso es un reencuentro con lo mejor de la Semana Santa, con lo mejor de cuanto aportan los barrios a esta fiesta.

San Gonzalo en Rioja

Una de las calles que tienen la propiedad de engrandecer a las cofradías es la de Castelar. Toda una delicia ver a la antigua cofradía de San Bartolomé recorrerla camino de la Plaza de Molviedro con toda comodidad y con la noche maquillando los grises amenazantes del cielo. Silencio Blanco para el paso de misterio. Y una decoración floral en el paso de palio que evocaba los años 80, con generosas esquinas de gladiolos blancos. En los años 80 no había sillitas plegables. Los problemas eran los punkies de la calle Arfe. Después vino el boom de los 90. Y hasta hubo un día que salimos pegando carreras.

Las Aguas en Rioja

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