Artistas de circo bajo la carpa, exhaustos

Carlos Areces, en un fotograma de esta fábula siniestra sobre, supuestamente, las 'dos Españas'.
Carlos Areces, en un fotograma de esta fábula siniestra sobre, supuestamente, las 'dos Españas'.
Manuel J. Lombardo

19 de diciembre 2010 - 05:00

Balada triste de trompeta. Comedia dramática, España, 2010, 107 min. Dirección y guion: Álex de la Iglesia. Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Roque Baños. Intérpretes: Carlos Areces, Antonio de la Torre, Carolina Bang, Santiago Segura, Manuel Tallafé, Enrique Villén, Alejandro Tejerías, Sancho Gracia, Fernando Guillén Cuervo.

No hemos dejado de leer y escuchar que Balada triste de trompeta es la mejor película de Álex de la Iglesia (los premios en Venecia ayudan a esta inercia), la más amarga y cruda, también la que, prologando algunas constantes de su cine, mejor articula la mirada esperpéntica y desaforada, el gusto por el grand guignol, la deformación y los excesos, sobre la España de los estertores del franquismo, subrayando (a grito pelado) esa condición irreconciliable y sorda entre dos bandos enfrentados ad æternum.

No podemos negarle la mayor, que no así los adjetivos laudatorios que parecen confundir las intenciones, que ahí están, saltan a la vista (De la Iglesia nunca fue un director precisamente sutil), con los logros, que vuelven a echar por tierra algunas buenas ideas de partida (los títulos de créditos, sin ir más lejos) a través un ejercicio extremo y sin centro (¿tal vez sin alma?) en el que se tiene siempre la sensación de que son los elementos los que dominan al cineasta y no el cineasta el que domina los elementos.

De la Iglesia ha insistido en que la película materializa sus propios fantasmas sobre el pedazo de la Historia de España que le ha tocado vivir. Salta a la vista que el director vasco trabaja a partir de materiales que denotan una nostalgia retro (de las canciones de Raphael y Marisol a las imágenes de la televisión, de la recreación escenográfíca al vestuario) y que, como ya hiciera en títulos anteriores, sabe también descontextualizar con acierto los símbolos históricos y culturales (las cacerías de Franco, El Valle de los Caídos, el atentado de Carrero Blanco) para reutilizarlos e integrarlos en su particular retrato en caída libre de dos personajes marginales, perdedores y desesperados, el payaso triste y el payaso listo que interpretan Areces y De la Torre, a la conquista de un amor imposible y masoquista.

Estos artistas de circo bajo la carpa no sólo no están perplejos ante el mundo sino que actúan y se mueven impulsados por la inercia y el capricho de una escritura que, esta vez sin la complicidad de Jorge Guerricaechevarría, se desmadra sin control alguno dejando a sus criaturas mucho más desangeladas de lo que sus propias máscaras (primero de maquillaje, luego marcadas a sangre, ácido y metal) pudieran esconder. Resulta curioso que ahí donde el trío protagonista se mueve por automatismos y acción pura, haya más autenticidad y verdadero retrato de fondo en el variopinto coro de secundarios que los rodean.

Y es que más allá de la hipertrofia y el ritmo non-stop de esta fábula siniestra con final en las alturas, Balada triste de trompeta no acierta a materializar ni encarnar nunca esos hilos que vinculan a sus dos payasos enfrentados con las dos Españas que, supuestamente, simbolizan. Impelido por las texturas vintage, los alardes pirotécnicos y la voluntad de crear momentos visuales memorables (que los hay), De la Iglesia se deja por el camino, como casi siempre, la esencia (dramática, adulta) de una historia que pueda confirmar su prestigio y su talento como algo más que un gran orquestador de desastres ibéricos de alto presupuesto.

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