Premio a la cobertura

Ryan Reynolds, atrapado en las limitadas dimensiones de un ataúd.
Ryan Reynolds, atrapado en las limitadas dimensiones de un ataúd.
Manuel J. Lombardo

03 de octubre 2010 - 05:00

Buried. Thriller, España, 2010, 95 min. Dirección: Rodrigo Cortés. Guión: Chris Sparling. Fotografía: Eduard Grau. Música: Víctor Reyes. Intérprete: Ryan Reynolds.

Convertida en película-acontecimiento meses antes de su estreno comercial gracias a una astuta campaña promocional, Enterrado se enfrenta al fin al gran público al que va destinada exhibiendo sus retos y cifras como principal reclamo: un único escenario (un ataúd enterrado), un único personaje (protagonizado por Ryan Reynolds), apenas 17 días de rodaje en Barcelona, una salida al mercado español con 400 copias y un estreno casi consecutivo en Estados Unidos con 2.000 copias tras un acuerdo de distribución con Warner Brothers, que compró el filme para el mercado internacional (para 40 países y 2.000 copias más) en el Festival de Sundance.

Para seguir abriendo boca, su director, Rodrigo Cortés, no se ha cansado de relatar las anécdotas y el periplo de una producción cuyo guión se paseó por los despachos de Hollywood sin que nadie se atreviera a hincarle el diente, insistiendo en la valentía de los productores españoles que han confiado en el proyecto y, muy especialmente, en el carácter sensorial de una cinta que, en sus palabras, busca que el espectador experimente las mismas sensaciones físicas (y suponemos que psicológicas) de su protagonista, secuestrado por un comando terrorista en Iraq.

Pues bien, con todos estos datos como preámbulo, si algo nos sorprende y decepciona de Enterrado es, precisamente, su escasa confianza en todos aquellos elementos que pudieran hacer de ella una verdadera experiencia sensorial a través de la forma en detrimento de las estrategias narrativas que pone en juego, estiradas y forzadas hasta el límite. Ahí donde uno hubiera deseado un trabajo de puesta en escena volcado en la exploración del espacio y sus mínimas posibilidades, apenas apuntado en algunos instantes de agradecida abstracción, Enterrado se decanta pronto por una deriva argumental que hace saltar por los aires la necesaria suspensión de la credibilidad (ésas son sus propias reglas del juego) para entregarse a un festín de giros, sorpresas y trucos propios de un guionista (Chris Sparling) con demasiadas ganas de marcha.

Si hasta su primer tercio (los cálculos dramáticos son aquí milimétricos), la cinta se mueve en un territorio de interesantes expectativas y una plausible contención formal (un realismo, digamos, consecuente con la situación), los dos siguientes sacan a relucir al guionista juguetón antes que al director, hasta entonces esforzado y acertado en sacar petróleo de cuatro paredes de madera y un personaje con las únicas armas de un teléfono móvil, un mechero Zippo y un interesante trabajo sonoro.

Rodrigo Cortés ya demostró en su primer filme, Concursante, que lo suyo son los retos técnicos y estilísticos sin que importe demasiado la consistencia de sus materiales. Enterrado lleva al extremo su pericia como realizador, tarjeta de visita, suponemos, para un inminente desembarco en Hollywood, pero no consigue pasar la prueba del algodón que haga de la película esa obra redonda que algunos han querido ver y que parece haber cautivado a cierta crítica hasta el punto de suscitar comparaciones con el mismísimo Hitchcock.

Sin ánimo de desvelar el desarrollo y los detalles de la cinta, hemos de decir que nunca antes la cobertura y las prestaciones de un teléfono móvil dieron tanto de sí, ni un ataúd más bien austero escondió tantos recovecos para la aparición de objetos varios. Por no hablar de las poco perdonables escapadas sentimentales del relato, de la ingenua crítica a las circunstancias de la postguerra de Iraq o al implacable mundo de la empresa, y, en fin, de la sucesión de falsos finales que hacen de la cinta un ejercicio pirotécnico cuyo fulgor dura lo que la luz de una de esas lámparas fosforescentes que usa su protagonista.

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