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200 años del Museo del Prado
Madrid/"Agradézcame usted mucho estas malas letras, porque ni vista, ni pulso, ni pluma, ni tintero, todo me falta, y solo la voluntad me sobra". Así resumía Francisco de Goya, exiliado en Burdeos, la esencia de su arte y su personalidad en la carta que le remitió a Joaquín María Ferrer -político, comerciante y editor de libros ilustrados exiliado en París- el 20 de diciembre de 1825. Y esa voluntad, esa convicción de crear al margen de los encargos, determina el sentido de los dibujos que Goya recogió durante décadas en cuadernos y series de estampas y que componen la exposición con la que culmina el programa del Bicentenario del Museo del Prado.
La pinacoteca reúne por primera vez más de 300 de los dibujos de Goya, procedentes de sus fondos y de otras colecciones públicas y privadas de todo el mundo, en Solo la voluntad me sobra, muestra que podrá verse hasta el 16 de febrero de 2020 y que recorre cronológica y temáticamente su producción, desde el Cuaderno italiano a los álbumes del exilio en Burdeos (donde murió en 1828). Entre ellos el visitante encontrará algunas estampas y dibujos preparatorios de sus obras más conocidas como los Caprichos, Los desastres de la guerra o la serie sobre la tauromaquia.
Comisariada por José Manuel Matilla, jefe de conservación de dibujos y estampas del Museo Nacional del Prado, y Manuela Mena, que fue hasta enero de 2019 la jefa de conservación de la pintura del siglo XVIII y Goya, esta cita confirma la vigencia del pensamiento del aragonés y la modernidad de las ideas y temas que abordó, como la injusticia social o la violencia contra la mujer. "Estos dibujos tienen el mismo sentido que si se hubieran pintado ayer", afirma Javier Solana, presidente del Real Patronato del Museo del Prado, en una visita por las salas de temporales de la planta baja del edificio Jerónimos. Muy cerca suya, el director de la pinacoteca, Miguel Falomir, recalca "la clarividencia de Goya, un artista que mira siempre por debajo de las apariencias y aborda sus temas como un pensador, desde un punto de vista filosófico".
Falomir se enorgullece de que la clausura del programa del Bicentenario la protagonice Goya, "un artista que se ha revalorizado nuevamente desde la crisis económica", y cuya estatua creada por Mariano Benlliure preside la hoy conocida como puerta de Goya por la que accedieron al museo el 19 de noviembre de 1819 los primeros visitantes que disfrutaron de 311 pinturas de la escuela española repartidas en tres salones.
Esta muestra celebra así "el corazón" del legado de Goya y ha sido posible gracias al apoyo de la Fundación Botín, que colabora con el Prado desde la etapa anterior como director de Miguel Zugaza en la elaboración del catálogo razonado de los dibujos del artista. "Estamos ante el Goya menos visto", precisa Manuela Mena, "pues por cuestiones de conservación estos dibujos no se exponen de forma permanente y además se ha perdido mucha obra a lo largo del tiempo porque los artistas los consideraban meros trabajos preparatorios y tampoco el coleccionismo les dio tradicionalmente valor".
Es por ello que el colofón de la muestra esté en la sala dedicada al Cuaderno C (1808-1814), que el Prado conserva casi completo (tiene 120 de los 126 originales) y que se expone en conjunto por primera vez. La inteligente museografía de Juan Alberto García de Cubas elude la monotonía del pequeño formato y apoya la idea de los comisarios según la cual "Goya es, como Rembrandt, uno de los tres mejores dibujantes del mundo".
Un dibujante que además no rehuyó polémica alguna pues, enfatiza Matilla, "saca a la luz todo lo que está oculto bajo las alfombras de la sociedad". "Contemporáneo no es lo que se hace ahora sino lo que tiene significado para nosotros ahora y en ese sentido sí que Goya lo es", continúa el comisario a propósito de su capacidad para retratar asuntos tan plegados a la actualidad como el control económico de la multitud por las élites, las injusticias sobre la mujer en el matrimonio, la crítica a la prostitución o la crueldad de las contiendas en los Desastres de la guerra.
Flamante Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, el Museo del Prado recibió en 1872 el primer dibujo del artista procedente del Museo de la Trinidad, y desde entonces lo han seguido haciendo por goteo. Hoy Goya es el artista mejor representado en el museo, que atesora 133 pinturas, 500 dibujos y numerosa documentación incluida la correspondencia con Martín Zapater, su amigo de la infancia, una de cuyas cartas acaba de ingresar en la pinacoteca.
Francisco de Goya fue a Roma a aprender a dibujar del natural las proporciones del cuerpo y el movimiento, y esa experiencia está recogida en el Cuaderno italiano. De él nos sorprenden todavía, al inicio de esta muestra, las anotaciones que incluye el artista sobre el día que se casó, el nacimiento de los hijos o el momento en que llegó a Madrid.
Los ilustrados reclamaban la copia de obras para la contemplación y la difusión y la muestra se hace eco también de cómo Goya está copiando cuadros de Velázquez como Los borrachos usando técnicas como el aguafuerte, que no requería la perfección técnica de un impresor profesional, y firmándolas como "Goya pintor" para hacer publicidad de la faceta por la que realmente quería darse a conocer.
Ante series como los Caprichos y los Disparates (de los que el Prado muestra una veintena), Matilla insiste en que "no hay que verlos como un comentario literal a la actualidad, porque lo que criticaba Goya eran los vicios, errores y vulgaridad de la humanidad en general, y no de la sociedad española. Son de una absoluta modernidad". También Manuela Mena insiste en esa idea ante varios dibujos de la serie Desastres de la guerra. "En Goya no hay costumbrismo, él se aprovecha de la sociedad contemporánea para transformar lo que ve en contenidos simbólicos. No fue un reportero de guerra ni un aficionado a los toros". Por ello, cree la comisaria, las piezas de la serie Tauromaquia que han incluido exaltan la nobleza de los animales y son contrarias a la violencia del hombre, en consonancia con el discurso ilustrado de la época.
Matilla confirma que la culminación de todo este trabajo será el catálogo razonado de los dibujos de Goya, en el que llevan ya cuatro años trabajando, pero para acercar al público mayoritario sus investigaciones han diseñado un libro-catálogo que quiere divulgar la producción del artista de Fuendetodos, que al final de su vida se obsesiona con el tema de la vejez, tan presente en el inacabado Cuaderno de viejas y brujas que vemos en el último tramo de la exposición.
El dibujo Aún aprendo, o la hoja 54 del Cuaderno de Burdeos, pone punto y final a esta muestra. "Es un emblema sobre la capacidad de progreso y de resistencia frente a la adversidad. Está en consonancia con la carta a Ferrer de 1825 y puede considerarse un autorretrato simbólico donde Goya declara su afán inquebrantable de desarrollo personal", contextualiza Matilla. Sobre papel verjurado, en lápiz negro, Goya representa aquí a un anciano venerable que camina con paso inestable y en soledad desde la oscuridad y hacia la luz. Su voluntad férrea de seguir avanzando aún nos remueve por dentro casi doscientos años después.
El primero de los ocho cuadernos de dibujos que realizó Goya, o Cuaderno A, es el llamado Cuaderno de Sanlúcar. Se creía que fue realizado en Sanlúcar de Barrameda durante una estancia del pintor en el palacio de la duquesa de Alba entre 1796 y 1797. Ahora los expertos han adelantado la fecha de su ejecución a 1794-95 y la ubican en Madrid, pues hay algunos dibujos relacionados con el retrato de la Duquesa de Alba de blanco de 1795 que se conserva en el Palacio de Liria. Sólo se conocen nueve hojas de este cuaderno con dibujos por ambas caras y sin numerar. La mujer es la protagonista absoluta y llama la atención cómo Goya anticipa temas que surgirán en las estampas de los Caprichos (1799). Matilla y Mena creen que Goya ya habría recibido el encargo de la Maja desnuda que le hizo Godoy y estaría estudiando a fondo la figura femenina en estos dibujos elaborados sólo con el pincel a base de ligerísimas aguadas. Entre las escenas vemos a mujeres ocupadas en tareas aparentemente placenteras, como ocurre con las majas paseando, pero también aparecen prostitutas. En una de las imágenes más hermosas e íntimas Goya presenta a la duquesa de Alba sosteniendo en sus brazos a la niña María de la Luz, hija de esclavos que le fue entregada por sus anteriores propietarios. La duquesa de Alba, encariñada con la niña, le concedería la libertad apenas dos años después de realizar Goya este dibujo y le legó en su testamento dinero y una renta fija anual.
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