Ana Barriga sobre el volcán
CANDY EYE | HASTA EL 12 DE FEBRERO
Catapultada internacionalmente, la jerezana regresa a su fiel galería Birimbao para mostrar su obra más intuitiva, una serie de once piezas vendida antes de inaugurar
"Esto es como un volcán. El baile acaba de empezar y yo tengo buenos zapatos para darle fuerte y aguantar toda la noche". Así define Ana Barriga (Jerez, 1984) su momento creativo y su proyección internacional, que en los últimos meses la ha llevado a trabajar en Estados Unidos, Alemania o México. Autora de una pintura "explosiva, intuitiva", Barriga ha construido con óleo, esmalte, rotulador y spray sobre tela un vocabulario pictórico muy particular con el que despierta pasiones. Ganadora del premio BMW 2021 de Innovación, la artista -a la que aguardan proyectos en Dubai, Hong Kong y Seúl- siempre encuentra tiempo para volver a los orígenes: a Jerez, donde se está construyendo un taller "para poder trabajar en casa y así pasar más tiempo con mi familia", y a la galería sevillana con la que debutó y a la que sigue siendo fiel, Birimbao, que ayer inauguró su exposición Candy Eye, que podrá verse hasta el 12 de febrero.
Antes de abrirse al público, Birimbao había vendido las once obras expuestas. En estos tiempos pandémicos y grises, la explosión de color, alegría y dulzura que propone Ana Barriga ha encontrado interlocutores ávidos y coleccionistas sagaces. "Me he quedado con la sonrisa hasta aquí. Es una felicidad plena", dice. "Y también siento el orgullo de que Mercedes y Miguel, mis galeristas, hayan seguido conmigo, y apostado por mí desde el principio".
En las obras que muestra ahora en Sevilla siguen presentes el humor, el juego y la ironía que caracterizan su producción, una revisión con acento pop de la pintura figurativa en la que cada vez hay más guiños al grafiti, como ocurre en Besito en la playa o con el caballo convertido en un salvaje unicornio alado de Para soñar. En esta obra, una de las de mayor formato, vuelve a intervenir figuras encontradas en el Rastro pero cada vez su mano y su imaginación adquieren mayor libertad.
Como ocurría con los últimos trabajos que presentó en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, la cultura musical y la influencia de las redes sociales en la escritura tienen también un gran protagonismo en obras como Felices vacaciones. "En Candy Eye mis piezas se reconocen porque tienen una iconografía que está muy establecida, pero si te fijas bien hay mucho riesgo, no son obras fáciles. Aquí hay un despliegue de formatos y hasta piezas tapizadas que exploran un imaginario inventado o el que usamos en los chats de whatsapp y en redes sociales como Instagram. Está toda esa parte alocada que rodea mi vida, que no deja de ser tan ecléctica como la de cualquier otra persona", analiza a propósito de la carita feliz amarilla (smiley), las almohadillas, asteriscos y los símbolos de exclamación con los que ha creado obras de aparente ligereza donde plantea cuestiones más profundas, como el peso del amor en nuestras vidas, la lucha contra el desánimo o la búsqueda de la independencia.
"Mi pintura nació salvaje porque yo no tenía conocimientos de la tradición ni de mis límites, vengo de una familia muy creativa pero donde no había artistas profesionales", prosigue Barriga, que estudió en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, donde profesores como Paco Lara-Barranco advirtieron su talento precoz y la animaron a participar en certámenes como el de Utrera, que inmediatamente adquirió obra suya. "La vida me ha regalado esta aceptación y la estoy disfrutando; por eso he decidido ser transparente, ser cada vez más yo. Hace cuatro o cinco años cuando me fui a vivir a Madrid me movía en la incertidumbre y en ese plazo todo ha cambiado a mi favor. Sigo trabajando en Madrid, donde tengo mi estudio, pero tengo encargos en América y Asia y, a través de mi galerista de Nueva York, voy a exponer en Seúl y a pintar un muro en Hong Kong, un encargo que me encanta porque entiendo la pintura como una experiencia grandiosa e incontrolable".
Dueña de una paleta vibrante y muy personal, Barriga persigue, a través de los colores y las texturas, "que mi pintura parezca comestible y que a la vez se coma al espectador". Los blancos rosáceos, los rojos y las gamas anaranjadas contrastan, en el acceso a la sala, con la cruz en spray negro que superpone a una de sus icónicas figuras de porcelana en uno de los cuadros más contundentes, La vida loca. "Es cierto que vivimos tiempos complejos pero los de nuestros padres no fueron fáciles. Tengo formación cristiana y la cruz es un peso, pero también una responsabilidad, y yo creo en la responsabilidad de ser felices mientras estemos aquí", concluye.
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