La vida de la Historia
Un héroe andaluz de la II Guerra Mundial · El 14 de julio será galardonado con la legión de honor francesa
El almeriense Rafael Gómez formó parte de 'La Nueve' de la División Lecrerc, la primera fuerza aliada que entró en el París ocupado por los nazis · Antes había tomado parte en el desembarco de Normandía · A sus 91 años recibió a 'Diario de Almería' en su casa de Lingolsheim.
Qué esperaba encontrar? ¿A un viejo? Desde luego a alguien que pareciera con esos 91 años que apunta en su partida de nacimiento de la "ciudad de Adra a las ocho del día 29 de enero de 1921". De todas formas, buena parte de su familia es de Roquetas de Mar. De hecho, un antepasado suyo, Juan Antonio Bonachera, tiene incluso una calle en el municipio roquetero. Lingolsheim apenas dista seis kilómetros del centro de Estrasburgo. El tranvía o un tren que nadie diría de cercanías, se para en una comuna de poco más de 16.000 habitantes, de casas bajas desde las que se huele Alemania pero que respira Francia por todos los lados.
En disputa permanente desde la primera Gran Guerra, Alsacia en toda su plenitud, este almeriense de espíritu se quedó a vivir en una primera planta de la calle Emile Picard, desde donde el tráfico y el estrés de una gran ciudad parece a años luz de distancia. Curiosamente Estrasburgo fue una de las últimas ciudades liberadas por La Nueve, la Novena Compañía de la 2ª División Blindada de la Francia Libre (conocida también como la División Leclerc). Formada casi íntegramente por unos 150 republicanos españoles que huyeron de la Guerra Civil, apenas una docena quedan con vida. Rafael Gómez es uno de ellos. Su vida es un tratado de historia contemporánea: estuvo en dos campos de concentración francés malviviendo a golpes senegaleses y casi malmuriendo de hambre, de donde se escapó diciendo que era el hermano de su padre; tomó parte en el desembarco de Normandía donde llegó a las playas de La Madeleine (conocida como Utah) y siempre le quedará París, ese París humillado del General De Gaulle que vio cómo su vehículo semioruga Guernica, fue uno de los primeros en asomar por la Puerta de Italia.
Desde Adra hasta Estrasburgo, pasando por Roquetas. Vino al mundo en el Cuartel de Carabineros donde servía su padre, José María Gómez Cañadas, roquetero que estudió el oficio de panadero y lo ejerció en un despacho de la plaza de la Iglesia. Entró en el Ejército y participó en la campaña de Marruecos donde, paradojas de la vida, entró a formar parte de un grupo que salvó la vida de Franco, que había caído en una emboscada. En Madrid formó parte del servicio de escolta del rey Alfonso XIII y en 1940 se va a Francia en el vergonzante éxodo de la Guerra Civil. Consigue llegar a Argelia, donde viven sus hermanos, hasta que Estrasburgo le ofreció el mejor de los cobijos hasta su muerte en 1965.
Rafael quiso seguir su ejemplo y servir como carabinero en lo que se llamó la quinta del biberón. Le movilizaron y "con un poco de arreglo, me hicieron carabinero ciclista". Paró en Cádiz, donde vivió once años en la calle Sopranis, al amparo del edificio de la Tabacalera (hoy Palacio de Congresos) y desde donde aún se olía el aroma a mar del puerto. De allí siguió a su padre hasta Barcelona donde permaneció apenas seis meses, antes de llegar a Madrid donde residió otros cuatro años junto a un tío suyo. "Cuando comenzó el jaleo nos fuimos a Badalona, donde viví toda la Guerra".
Ingresa en el Ejército republicano "por un golpe de cabeza de joven". Padeció la dolorosa retirada de los vencidos, en el Grupo de Transporte de los Carabineros. Francia le dio de todo menos una bienvenida honorable. Ingresó en los campos de concentración más infames de la historia gala, en aquellos donde a las personas se las despojaba de su más mínima dignidad. Barcarés y Saint Cyprien aún se clavan en su memoria con recuerdos de pies descalzos, agua con jabón y chuscos de pan de vez en cuando, de piojos y golpes de guardias senegaleses. "Era terrible; éramos republicanos y el régimen que había era el de Pétain" y su Gobierno de Vichy, el estado bananero en plena Francia ocupada por los nazis y sometida a su dictado.
A los cuatro meses decidió que ya tenía suficiente y huir de ahí se convirtió en su verdadera obsesión. "No podíamos salir si no éramos familiares directos. Escribí a mi tío que se encontraba en Orán y me reclamó como su hermano y también de mi padre. Así pude salir de ahí y porque tenía el mismo nombre". Orán le dio la bienvenida, tránsito entre la Guerra Civil y la contienda Mundial que volvió a dar un vuelco a su vida. "Nunca quise entrar en la Legión" y por eso se alistó como voluntario en el Cuerpo Franco de África donde se dio de bruces con la batalla de Túnez, una de las colonias francesas leales al régimen de Vichy convertida en un nido de nazis. "Subimos una montaña, la de los monos porque había muchos, en las inmediaciones de Temara y allí formaron la primera y segunda División Leclerc ; yo me fui como voluntario a la segunda". Desde entonces y ya para siempre, fue uno de los hombres de La Nueve.
Se juntaron allí todos los españoles y comenzó incluso su particular labor de reclutamiento de todos aquellos legionarios franceses que querían unirse a ellos. "Íbamos con un camión americano a los cuarteles de la Legión a convencerles cuando tenían permiso; los vestíamos de ingleses, los metíamos en el camión, les dábamos unos papeles y ya eran franceses que servían en la Grande Armée. Tenían todos nombres falsos y por eso no los conozco por sus nombres reales".
Desde Orán parte hacia el Marruecos francés donde el Ejército americano continuaba encontrando la puerta de entrada a una Europa que pedía su ayuda para no continuar desangrándose en manos de un Ejército nazi que, desde El Alamein donde el Afrika Korps de Rommel sufrió su primera derrota, se encontraba a la espera de recibir el golpe de gracia en suelo europeo. Rafael embarca de nuevo a Orán con rumbo a Inglaterra en el HMS Franconia. Era mediados de abril de 1944 y junto a ellos iban unos pasajeros muy especiales: "tuvimos una enorme nube de saltamontes que estaban por todas partes y nos lo llevamos hasta Swansea" en Gales, en un infernal viaje que duró seis días "porque íbamos muy despacio para evitar a los submarinos alemanes", los temibles U-boats que sembraron de naufragios las aguas del Atlántico. Desde la localidad galesa, se dirigieron a Escocia, lugar escogido por los Aliados para la concentración de tropas y el entrenamiento de efectivos con vistas a un desembarco en suelo europeo, del que ni Rafael, ni ninguno de sus compañeros sabía una sola palabra. A las puertas de la gloria, de un Día D que cambiaría la historia del mundo para siempre, aquellos que lo protagonizaron en primera persona, que iban a pelear por arrebatar de las garras de la intolerancia cada palmo de suelo europeo, vivían ajenos a lo que el destino les tenía preparado.
Un viaje en tren donde "fuimos recibidos por los ingleses que tienen las faldicas cortas, con la música y nos pegamos una panzá de reír hasta el departamento de York". Dos meses de pruebas del material americano. Allí tomó contacto con el half track (un semioruga) llamado Guernica, que seguía la costumbre de poner nombres de batallas llevadas a cabo por el Ejército republicano. "Eso fue por un capitán que teníamos que era vasco y fue él quien propuso el nombre". Llega a Southampton, en el sur de Inglaterra, donde las costas de Francia se adivinaban en un horizonte más que incierto.
Anhelaban una mejoría del tiempo por lo que esperaron un día a que las nubes les dieran una tregua. Como si aguardaran su salida triunfal entre bambalinas, La Nueve no llegó a las playas de Normandía hasta el 1 de agosto (el desembarco se produjo el 6 de junio) "Yo no sabía ná. Nos metieron en un barco y ni siquiera conocía dónde iba". El lugar fue conocido como Utah en la Operación Overlord y se encontraba en plena bahía de Carentan, en el sector norteamericano encuadrados como unidad en el III Ejército al mando de una de las estrellas militares de toda la contienda bélica, el general George Patton. Cuentan las crónicas que nada más poner pie a tierra, los integrantes de La Nueve cantaban La cucaracha por la lentitud con la que se produjeron las operaciones. "Ahí comenzó el jaleo. Hay sitios que fueron tremendos en los que recibimos golpes terribles". Su marcha les lleva por Rennes, Le Mans, Château-Gontier, Sarthe, Alençon o la reducción de la bolsa de Falaise. El Séptimo Ejército de la Wehrmacht comenzaba su colapso.
El destino les esperaba en Écouché. Llegaron el 12 de agosto y allí vivieron su particular infierno. "Estuvimos rodeados por los alemanes y vinieron los americanos a sacarnos de allí". Con una entereza que hiela la sangre, Rafael asegura que "ningún momento pensé que iba a morir a pesar de que fue muy duro. No puedes pensar en eso. Yo conducía el coche, pero llevaba a mi cargo a nueve hombres: el vasco, el Sargento Jefe Lucas Camons, Moreno y el resto de los soldados. Piensas siempre que vas a vivir".
Entonces se produjo la decisión que marcaría su destino y su entrada en la Historia. El 20 de agosto se subleva la resistencia en París. En un principio la decisión del mando del Ejército Aliado, era la de cortar la retirada de la guarnición alemana de la capital francesa e impedir que estos se replegaran para luchar contra ellos en la inevitable conquista de Berlín. Además, les hacía poca gracia perder semanas en combatir calle por calle, casa por casa y tener que alimentar a una población de millones de personas plagadas de necesidades. De Gaulle presionó y al final se salió con la suya. Ordena a Leclerc que marche sobre París, con todo lo que tiene. Lo cumplió. Aún llovía a las 21:22 horas del 24 de agosto de 1944 cuando los vehículos de La Nueve hacían su entrada en la capital francesa por la Puerta de Italia. Las campanas de Notre Dame saludaban a los libertadores, la gente salía de sus casas cantando La Marsellesa (curiosamente compuesta en Estrasburgo). El París ultrajada, respiraba por fin en libertad. Pudo llegar incluso antes porque "estuvimos parados toda una noche esperando órdenes. Por la mañana se presentó Leclerc y dijo que entráramos. Pidió un destacamento y me tocó ir en él con el coche. Éramos sólo cinco y yo conducía uno de ellos. Había alemanes por todos los lados y llegamos hasta la plaza del Ayuntamiento. Allí estuvimos un día de celebración. En los primeros momentos no había ni un gato. Nadie salió a recibirnos, aunque después sí hubo una gran fiesta, todos cantando". Ellos también aportaron la música que se trajeron de España; el Paso del Ebro y el estribillo Ay Carmela fue el número uno de esa noche mágica, embriagadora y, sobre todo, de justicia histórica. Los que una vez perdieron, hoy ganaban; quienes huyeron de su país, arriesgaron su vida para que los ciudadanos de otro pudieran vivir en paz; de unos campos de concentración donde fueron recibidos nada más pisar suelo francés, a los besos, abrazos, flores y chocolates con los que miles de parisinos anónimos, les daban la gracias desde lo más profundo de su alma. La cruz gamada jamás regresaría a los Campos Elíseos.
"Después tuvimos un gran desfile. Formamos delante del Arco del Triunfo y vinieron el General De Gaulle y todos los gordos; se pasaron por delante y nos saludaban a todos los coches. Éramos la escolta de esos generales". Incluso fueron ellos mismos quien en una escaramuza desde uno de los últimos focos de resistencia nazi protegieron al General De Gaulle de varios disparos. La historia, de nuevo, hubiera sido diferente. París, se rindió intacta a pesar de las órdenes de Hitler por dejarla convertida en cenizas. El jefe de la guarnición, el general Dietrich von Choltitz por suerte para las futuras generaciones, desobedeció al führer.
Donde se equivocó fue en su idea de "liberar España, después de liberar París. Íbamos a ir e incluso se habló de atacar España". Guarda un más que políticamente correcto silencio cuando se le pregunta si le hubiera gustado. "No lo sé" responde entre risas.
Los "maravillosos días" que pasaron en París se terminaron muy rápido. De inmediato recibieron la orden de volver al campo de batalla. Elsenheim y Marckolsheim les llevaron a 40 kilómetros de Estrasburgo, donde le cambiaron el coche. El Guernica se convirtió en el Don Quichotte con el que entró en la ciudad en la que hoy vive entre unos vecinos ajenos al héroe con el que comparten pared.
Antes vivió en Colmar la cara más sucia de una guerra cruenta como una carnicería. "Allí tuvimos batallas muy duras. Veía como disparaban a los tanques alemanes y saltaban por los aires". Recuerda el frío terrible que pasaron entonces, con temperaturas de menos de 20 grados por debajo de cero, las congelaciones de pies y manos, las amputaciones de miembros que no aguantaron los inviernos terribles en los que Europa perdía miles, millones de vidas en los campos franceses y alemanes.
Llegó hasta el Nido del Águila, en Berchtesgaden, una de las residencias de Hitler en los Alpes de Baviera aunque "no llegué a subir; me quedé abajo esperando a los soldados por si había que salir corriendo de allí"
Tuvo bastante en Europa y una vez desmovilizado, regresó a Orán en una Argelia que aún era colonia francesa. Allí, "con ayuda de mi padre y mi tío que me lo pagó", abrió un almacén de reparación y venta de zapatos "que contaba con un obrero que trabajaba conmigo. Estuve nueve años, hasta comienzos de los años 60, donde empezó el jaleo argelino, una guerra por la independencia que aún no ha cicatrizado del todo en una Francia que se empeñó en mantener su poder en el norte de África a costa de los ciudadanos locales, muchos de los cuales, como era el caso de Rafael, ayudaron en la lucha contra la ocupación de su país.
"Me llamaron la Territorial y había que hacer guardias, por lo que me veía obligado a cerrar el almacén durante algunos días. No podía ser. Me harté y me marché. Escribí a mi tío que vivía aquí en Estrasburgo y me vine a vivir aquí solo. A los dos meses pudo venir mi mujer", Florence, de nacionalidad argelina con la que ya tenía dos hijos. Después llegaron otros dos".
Comenzó a trabajar en una fábrica de cojinetes para los coches. "Me marché a la Peugeot, donde estuve muy poco tiempo y de noche me iba a la escuela para ser mecánico. Obtuve mi título y entré a trabajar en la Citroen. Me jubilé y dije que trabajen otros que yo ya he tenido bastante".
Aunque tiene 91 años, su mente tiene una lucidez asombrosa. Aún conduce un Toyota y recuerda uno a uno todos los coches que ha tenido a lo largo de su vida desde que se sacara el carné el Orán en 1955. Sólo le han puesto una multa en su vida: "fui a casa de mi hijo y aparqué el coche la mitad en la acera y la otra mitad en la carretera. Estaba pendiente, pero no me di cuenta que llegó la Policía y me puso una multa que pagué. No me han vuelto a poner otra". No falla un intermitente, se detiene ante los pasos de cebra, circula con fluidez en una de las europeas rotondas que jalonan las carreteras cercanas a su casa y a la velocidad adecuada. No usa ni gafas para ver de lejos y únicamente se las pone para dedicar su tiempo a "hacer sudokus", "que le salen todos" según asegura su hijo Jean Paul y para escribir con seguridad. La televisión es su entretenimiento y un enorme pez que mira tranquilo desde un acuario y al que "acaricia, es su amigo" dice entre risas Florence.
No ha pensado jamás en regresar a vivir a España. La tranquilidad, la cercanía a sus hijos y el tiempo que lleva disfrutando de la belleza de Alsacia, pueden más que un sentimiento de morriña que cura de vez en cuando con esporádicas visitas a su Roquetas de Mar, donde aún vive buena parte de su familia. "Estuve en Adra hace unos años donde aún tengo muchos amigos. Apenas conocía el pueblo porque salí de allí muy joven. Lo que más conozco es Roquetas, donde tengo primos. De hecho, unos terrenos en Las Salinas, eran de mi padre y en los acantilados también tenía un par de casas". Recuerda una Roquetas de "apenas 3.000 habitantes, pero nuestra familia es oriunda de allí" tercia Jean Paul que ha investigado los orígenes de su familia hasta el año 700.
Hace unos días recibió la Legión de Honor. "Bueno, aún no me la han dado". Están esperando al 14 de julio, el día de la Fiesta Nacional francesa. Se añadirá a la Cruz de Guerra o a la Medalla de Oro de la ciudad de París, la responsable de que su historia fuera conocida.
Tras la contienda, Rafael optó por el silencio sobre todo lo que vivió. Ni su mujer, ni sus hijos conocían qué había hecho su padre durante tantos años. Sencillamente no le dio la más mínima importancia. "Estaba en ese lugar e hice lo que hice, como tantos otros. No es nada especial. Mis hijos nunca supieron nada". Jean Paul reconoce que se enteró cuando "Evelyn Mesquida empezó a investigar para escribir su libro La Nueve. Los españoles que liberaronParís" un testimonio de lujo, el primero de ellos y una deuda que comenzaba a saldarse aunque tardó décadas en comenzar a hacerlo. Florence compró el libro a "todos mis hijos y mis nietos y me dicen que se sorprenden por lo que hizo su abuelo".
Fue en una reunión de veteranos: "El que llevaba la bandera de nuestro regimiento me dijo que había una mujer (Mesquida) que quería hablar conmigo. Ahí comenzó todo. Me pongo a leer esas cosas y como la conozco y la he vivido, no sigo. Me emociono mucho cuando me pongo a recordar". Tampoco reniega de los homenajes que le han llevado hasta un hospital porque "es un grandísimo honor el que me conceden por ser el único superviviente de mi compañía. Fue una sorpresa y no pude aguantar esa emoción".
"Recibo muchas cartas de niños que me dicen que están vivos por mi". Es cierto. Las nuevas generaciones deben algo a quienes lucharon porque no triunfara el nazismo, la intolerancia, el fanatismo más absurdo. La idea de que Hitler hubiera triunfado no pasa ni por su imaginación: "hubiera sido terrible". La frase de que la libertad de ahora se la debemos a ustedes le encanta. "Es verdad" dice a la primera .
No reniega de su pasado. No le hace falta. Puede contar su vida con la cabeza tan alta como su dignidad le permite. Acude a menudo a la tumba de su coronel Putz, muerto en Aix-la-Chapelle cuando su compañía fue rodeada por los alemanes.
A pesar del lugar que la historia les reservó, del olvido al que se han tenido que enfrentar durante tantos años de verdad oficial, Rafael apenas guarda en su corazón un sitio para el rencor. "Todos hicimos la misma guerra. Éramos todos franceses, independientemente del lugar donde nacimos". Él es almeriense por nacimiento, francés por adopción y sentimiento y sobre todo una persona que supo vivir en medio de acontecimientos terribles y está entre nosotros para que admiremos su entereza. La Historia de Europa le llevó por caminos inimaginables y supo transitarlos con honor.
También te puede interesar