Manuel A. González Fustegueras / Arquitecto y urbanista

Turismofobia

Tribuna

No debemos caer en un falso debate y debemos plantearnos la cuestión de fondo: existe un turismo exacerbado que actúa en detrimento de los territorios

Turistas en Málaga.
Turistas en Málaga. / Javier Albiñana

30 de junio 2024 - 06:00

TURISMOFOBIA es un término utilizado para describir el comportamiento de personas que han organizado diversas protestas en respuesta a la masiva afluencia de turistas en diferentes áreas de España y sus consecuencias. Aunque la palabra “turismofobia” no aparece en el Diccionario de la RAE, la Fundación del Español Urgente (Fundeu) la ha declarado un neologismo válido. Esto se debe a que es una voz derivada y bien formada a partir del sustantivo “turismo” y el elemento compositivo “fobia”, que significa aversión o rechazo.

Es más, el propio Gobierno de España, en su día, utilizó este término en una nota de prensa del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, en la que se instaba a la Abogacía del Estado a “actuar en defensa del turismo”.

Lo que me interesa resaltar es que dicho término no es meramente descriptivo, sino que tiene una ideología, que ostenta un sentido concreto, cual es el de trasladar la culpa de la situación a las personas que han participado en las protestas y eximir de toda responsabilidad a cualquier otra parte involucrada (gobiernos de diferentes niveles, empresarios, etc.).

De esta manera, el término turismofobia busca normalizar las consecuencias del turismo en el territorio, presentando el problema únicamente como una reacción desmesurada de quienes protestan.

Sin embargo, en mi opinión, estas protestas contra el turismo, incluso las más radicales, no son una expresión de odio hacia los turistas. Son, más bien, una manifestación contra la sobreexplotación de las ciudades, cuyos espacios y servicios se han transformado en productos para satisfacer (y explotar) al visitante.

Los habitantes de estas ciudades se ven desplazados del centro de interés y relegados a la periferia. Si no soportan con mansedumbre los efectos secundarios del modelo, como el aumento de precios y la disminución de la calidad de vida, se les considera una amenaza para el beneficio.

¿Se protesta contra los turistas? En mi opinión, no. Se protesta contra una explotación que genera precariedad laboral y cuyos beneficios se concentran en pocas manos. Se protesta contra los efectos del turismo masivo en los precios de alquileres de viviendas y locales, en el sector servicios, en la convivencia cívica y en los transportes públicos. Se protesta contra un modelo de ciudad y los efectos secundarios de la sobreexplotación en la vida de las personas.

No debemos caer en un falso debate y debemos plantearnos la cuestión de fondo: existe un turismo exacerbado que actúa en detrimento de los territorios.

En estos territorios, no solo se disputa el reparto de las ganancias del sector entre trabajadores precarios y empresarios, sino también los espacios vitales de cientos de miles de personas que sienten que están siendo vendidos a la industria turística.

Más allá de la retórica habitual que resalta la riqueza generada por el sector en términos generales, no reconocer que en muchas de nuestras ciudades existe un turismo exacerbado que desborda su capacidad de carga, especialmente en los sensibles centros históricos, es un grave error que podría llevarnos al colapso.

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