"La salida de la crisis pasa por el apoyo a la investigación"
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, preside una reunión científica de alto nivel centrada en el estudio avanzado de las interacciones moleculares
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Sevilla, Miguel Ángel de la Rosa dirige el Centro de Investigaciones Científicas Isla de la Cartuja (cicCartuja), institución participada por la misma Universidad Hispalense, el CSIC y la Consejería de Economía, Innovación y Ciencia. También es presidente de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular. Gracias a su iniciativa y al trabajo organizativo de otros profesores del cicCartuja, como la doctora Irene Díaz, ha llevado a buen puerto la celebración de una workshop [un evento participativo a caballo entre el taller y el curso avanzado de enfoque práctico] sobre esta materia que se celebra desde ayer en el cicCartuja.
-Un vistazo a la literatura científica reciente sobre Biología Molecular y al programa de la 'workshop' que usted preside sobre interacciones moleculares transitorias dan la impresión de que estamos ante un territorio de investigación muy complejo. Un campo que, en realidad, es el de los fundamentos de la biología humana. ¿Está la ciencia en una fase descriptiva o ese nuevo saber está empezando a cambiar enfoques terapéuticos?
-Hasta hace poco, la investigación bioquímica trataba de descifrar el funcionamiento de un ser vivo descomponiéndolo en sus elementos constituyentes y analizándolos de modo individual y aislado, según el método cartesiano de análisis. En los últimos años, por el contrario, el estudio se aborda de forma integral y holística, intentando entender como un todo el complejo engranaje molecular y celular característico de la vida. Las interacciones moleculares complejas, los mecanismos de reconocimiento entre las grandes moléculas biológicas, las intrincadas redes de señalización molecular, constituyen la esencia del propio concepto de ser vivo. Estamos, pues, en una etapa de transición en la forma de hacer ciencia, en una fase en la que recién nos adentramos en una nueva área de investigación conocida como biología de sistemas. Desde este punto de vista, es mucho el camino que aún nos queda por recorrer, pero no cabe duda de que es el camino que nos conducirá a avances espectaculares en biomedicina y al tratamiento personalizado de las enfermedades.
-¿Saben los científicos españoles trabajar en equipo?
-Hoy sería impensable la forma de trabajar de titanes como Galileo o Newton, padres de la ciencia moderna, o como nuestro premio Nobel Ramón y Cajal. En un principio, la ciencia era labor solitaria, de individuos aislados, pero hace ya mucho que el trabajo de laboratorio ha pasado a ser tarea de equipo e, incluso, de grandes redes y consorcios multinacionales. El proyecto Genoma Humano, por ejemplo, que permitió secuenciar el DNA del hombre, fue el resultado del trabajo colectivo y coordinado de miles de científicos en todo el mundo. Buena prueba de la integración internacional de la ciencia española es la workshop que celebramos desde ayer en el cicCartuja, con investigadores de más de veinte países y cuya conferencia inaugural corrió a cargo del profesor Robert Huber, premio Nobel de Química en 1988 y profesor visitante de la Hispalense, que todos los años para una semana dando clases y conferencias en Sevilla. Prueba asimismo del reconocimiento de la ciencia española es la celebración del Congreso Internacional de Bioquímica y Biología Molecular de 2012 en Sevilla, que por primera vez tiene lugar en nuestro país y en el que esperamos varios miles de participantes.
-¿Tiene vigencia la idea de patriotismo científico de Ramón y Cajal en un mundo globalizado?
-Ni el patriotismo científico ni ningún otro debería tener cabida en el hombre moderno. O quizá sí, debemos ser patriotas, defensores de nuestra patria, pero entendiendo que ésta no es otra que la Tierra. Con una economía tan globalizada como la de hoy, con problemas medioambientales que requieren soluciones transnacionales, todos somos ciudadanos del mundo. Precisamente por la necesidad de trabajar en equipo con colegas de otros países, a los científicos se nos suele catalogar como apátridas, cuando probablemente seamos los mayores patriotas del planeta.
-En la financiación pública de proyectos de investigación hay una cierta tendencia a orientar las prioridades conforme a criterios externos a la lógica estricta del trabajo científico, como los de las agendas políticas, mediados a su vez por compromisos electorales. Eso puede ser positivo, en cuanto sería un indicador de que la ciencia ha entrado, por fin, en las expectativas ciudadanas. O puede significar el sometimiento de la comunidad científica a los gobiernos. ¿Cómo percibe las relaciones de la ciencia española con los agentes financiadores de sus proyectos?
-El principio es sencillo: el que paga manda. Es decir, si la ciencia en los centros públicos se financia con el dinero que abonan los ciudadanos vía impuestos, es lógico que sean los dirigentes políticos, como administradores de la hacienda común, quienes decidan en qué deben trabajar los científicos. E incluso es comprensible que los ciudadanos pidan cuentas a los investigadores y les exijan rendimientos de los fondos invertidos. Desde esta perspectiva, nada que objetar. Ahora bien, la inversión en ciencia se caracteriza por su alto riesgo y largo plazo, propia de lo impredecible de todo viaje a lo desconocido. ¿O no fue impredecible y arriesgado el viaje de Colón que condujo al descubrimiento de América? El problema no es tanto de sometimiento político por motivos ideológicos, sino de imperativos marcados por el deseo de los gobernantes de ver resultados tangibles de sus inversiones antes de las próximas elecciones.
-Argumente, en mitad de la crisis económica, por qué hay que seguir financiando la ciencia y no es mejor esperar a que escampe.
-La ciencia española ha experimentado un crecimiento espectacular en los últimos veinticinco años, pasando a ocupar una posición de primera fila a nivel internacional. Nuestros laboratorios compiten hoy con los mejores centros del mundo, tenemos un magnífico plantel de científicos consolidados y de jóvenes líderes que empiezan a formar sus propios grupos. Ha costado mucho tiempo y esfuerzo llegar a este punto, y no podemos permitirnos el lujo de volver al punto de partida. Reducir drásticamente la financiación del Plan Nacional de I+D+i, aunque sólo sea un par de años, significa cancelar proyectos, interrumpir tesis doctorales, abortar carreras de jóvenes promesas, devolver cerebros al extranjero, y, en definitiva, cerrar laboratorios. Necesitaríamos otros veinticinco años para recuperar lo perdido. La crisis ha colocado a nuestros dirigentes en una difícil tesitura. Deben atender las necesidades sociales más perentorias, no pueden cerrar escuelas ni hospitales, pero tampoco pueden cercenar de raíz el sistema de ciencia y tecnología. La salida de España de la crisis actual pasa ineludiblemente por una apuesta seria y decidida por un nuevo modelo económico, en el que su principal riqueza sea el grado de formación y conocimiento de sus ciudadanos, la capacidad de innovación y competividad de sus empresas, y su nivel de investigación y desarrollo científico. No hay alternativa.
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