La otra resurrección de Lázaro
La pugna por el liderazgo socialista
Pedro Sánchez volvió a hacerse con las riendas del PSOE y se convirtió en hombre de Estado al apoyar el 155
El Rey emérito renunció a contar con una corte, pero siempre la tuvo. No fueron nobles de cuna, ni de cama, pero sí algunos militares, primos, banqueros, juristas, políticos y hasta nacionalistas. Los instrumentos de la influencia, esa relación jerárquica subjetiva que es una de las pocas funciones que asigna la Constitución a los monarcas españoles. El PSOE, el viejo partido de Pablo Iglesias, fue uno de esos instrumentos; republicano y de izquierdas en origen, siempre tuvo, al menos desde 1975, un mayor compromiso con el Estado que la Alianza Popular de Manuel Fraga, que llegó a proponer la abstención en el referéndum de la OTAN con el único objetivo de cargarse a un presidente, Felipe González. Juan Carlos I no renunció a la corona por los indignados, pero su abdicación coincidió en el tiempo con el nacimiento de un movimiento que ha barrido instituciones, territorios y partidos. La podemitis que sufrió letalmente Izquierda Unida afectó a todos, a Artur Mas le sustituyó Carles Puigdemont, el hombre que milita en el PdeCAT, aunque piensa como ERC y actúa como si fuese de la CUP, y a Alfredo Pérez Rubalcaba, que es el paradigma de hombre de Estado, le sucedió Pedro Sánchez al frente del PSOE, un líder que ha convertido al viejo partido en plurinacional sin saber muy bien qué consecuencias tiene ello ni que significa realmente. Tan podemizado estaba el país que Mariano Rajoy se permitió el desaire de dejar al nuevo rey, Felipe VI, solo y sin candidato a la Presidencia del Gobierno.
El PSOE celebró sus primarias a comienzos de 2017. Susana Díaz representaba a ese PSOE de siempre, el del compromiso de Estado, y Pedro Sánchez, a la aventura de los indignados. Ganó Sánchez, y ganó a pesar de todos. Ésa es la realidad. Quien fuese el ex secretario general del PSOE no contaba con nadie para iniciar el nuevo proceso de las primarias, no había notables que le acompañase, carecía de cualquier apoyo mediático, no contaba con financiación y no le apoyaba ni un sólo barón regional. Por no contar no contaba ni con el apoyo del grupo parlamentario. Su salida y defenestración dejó a todos hastiados del pedrismo. Patxi López encabezó una candidatura propia, César Luena se puso al lado del vasco y Antonio Hernando se acercó a Susana Díaz. Pedro Sánchez era, en términos políticos, un cadáver. No era ni diputado. Cuando dejó de ser secretario general se marchó de viaje a Estados Unidos, con la única compañía de su mujer y sus hijas, y a los españoles le dejó una entrevista concedida a Jordi Évole que fue la confesión de una víctima de esa gran corte de Estado: banqueros, periodistas, empresarios, ex presidentes.
Pero Sánchez como Lázaro resucitó. No fue de modo inmediato, se levantó poco a poco, alzado por una suerte de hobbits que comenzaban un largo viaje que tenían perdido desde el principio. Frente a Pedro, estaba Susana. Sobre todo, Susana, la presidenta de la Junta. A diferencia de Sánchez, había ganado elecciones, había sido capaz de unir al PSOE andaluz, es una constitucionalista convencida, española y izquierdista de cuna. La preferida de Zarzuela, de las grandes compañías del Íbex, de Guerra, de Bono, de Felipe, de los líderes europeos y hasta de Moncloa. Una espléndida lideresa del PSOE para el momento que atravesaba España, con un Gobierno en minoría necesitado de fuertes apoyo para hacer frente al secesionismo catalán.
Paradójicamente, Pedro Sánchez terminó pactando con Mariano Rajoy uno de los acuerdos más complicados para los socialistas en las últimas décadas: la aplicación del artículo 155 de la Constitución que suponía la intervención estatal de la Generalitat y la disolución del Parlamento autonómico. Es decir que el secretario general redivivo se abstuvo de utilizar la crisis catalana como un elemento de desgaste del Gobierno del PP, negoció con Rajoy sin focos, se reunió con él una decena de ocasiones y terminó cerrando un acuerdo a cambio de la constitución de una subcomisión que revisará el modelo territorial de España. Ésa fue la venta que Ferraz hizo del acuerdo con Rajoy: 155 a cambio de una reforma constitucional. Susana Díaz y los susanistas pudieron cometer muchos errores en su campaña de lanzamiento, pero el más graves es que ni ella ni nadie de quienes lideraron la gestora de Ferraz durante meses se encargaron de explicar a la militancia por qué era necesario abstenerse en la investidura de Rajoy. Se trató de eso, de una explicación, de asumir a pecho descubierto una decisión complicada pero imprescindible, porque España no podía celebrar unas terceras elecciones. Si hubiese ocurrido así, el sistema institucional habría entrado en crisis y los socialistas podían haber obtenido un peor resultado.
Pedro Sánchez, nuestro Lázaro, se ha convertido a la postre en un hombre de Estado. Al menos, ha estado en el acuerdo del 155, al lado del Gobierno en el mayor desafío que hubo en España desde el intento de golpe del 23-F. Pero en todo este tiempo no ha dejado de cuidar, y con esmero, su enemistad con Rajoy, su rechazo al PP, su desconfianza hacia los dos partidos de derecha y del centro-derecha, de ahí su negativa a fotografiarse con Rajoy y Albert Rivera durante toda esta crisis. Incluso la idea de convocar las elecciones en Cataluña de modo paralelo al 155 era una idea que se acariciaba en la sede de Ferraz desde el mes de octubre. Urnas contra urnas.
El nuevo Sánchez es un político extremadamente cauto. Se ha refugiado a la sombra de los focos, apenas da entrevistas y casi no comparece, practica todo un repliegue mediático como estrategia para unas próximas elecciones. Eso le costó algunas críticas internas durante el mes de octubre, cuando pareció que el PSOE se estaba poniendo de perfil en la crisis catalana. Y así fue, pero hubo otra razón. La dirección de Ferraz apoyó por completo la tesis de Miquel Iceta y del PSC, la estrategia de que era necesario tender un puente entre el españolismo en Cataluña y los nacionalistas catalanes que podían estar desencantados con las mentiras del procés. No era sólo una estrategia electoral, ese comportamiento es la misma esencia del PSC, está donde debe estar, donde siempre ha estado, y por eso, en estos momentos, es minoritarios. La sociedad catalana se ha polarizado: o españolista o independentista. El resultado del PSC ha sido malo, pero si hubiese jugado a ser más español aún, habría perdido apoyos, porque para eso ya estaba Ciudadanos. Ni el españolismo de Borrell, convertido en uno de los santones de la mayoría, ni la asistencia de Iceta a las manifestaciones del 12 -O en Barcelona le han valido de mucho. Tampoco el fichaje de dirigentes de los restos de Unió. Los centrados han perdido, tanto en un lado como en otro.
El caso de Susana Díaz es una prueba más, aún sin excepción, de que las direcciones socialistas siempre pierden las primarias. Cuando la presidenta de la Junta presentó su candidatura el 26 de marzo en Madrid, no faltaron ni los ex presidentes ni los ex secretarios generales. Sólo Joaquín Almunia se quedó apoyando a Patxi López. A la andaluza le apoyaban todos los presidentes autonómicos, a excepción de la balear y contaba con una neutralidad, sólo fingida, por parte del PSC. Susana Díaz llegó al 40%, pero Sánchez superó la barrera del 50%. Lo que aún no se ha explicado del todo es por qué la dirección de la campaña electoral de la presidenta y ella misma no se dieron cuenta de que Pedro Sánchez iba a ganar. Ni Díaz ni los barones conocían bien su propia organización. El propio Sánchez era consciente de sus dificultades, hasta tal punto que fue un grupo de insistentes militantes quienes le sacaron del agujero.
El alcalde de Dos Hermanas, Quico Toscano, y el entonces líder del partido en Valencia, José Luis Ábalos, le apremiaron a presentarse en una rueda de prensa que dieron en Madrid a finales de diciembre de 2017. Y el 28 de enero, Toscano lo encerró en Dos Hermanas con unos cientos de militantes y lo terminó de convencer. Casi a la fuerza. Desde ese mes, desde enero, hasta finales de marzo, cuando Díaz mostró su intención, los pedristas fueron agrupación por agrupación, como hormiguitas, sin ningún respaldo orgánico. Tan faltos de información estaban de esta corriente subterránea que el número dos del PSOE andaluz, Juan Cornejo, explicó el 27 de enero en una cena celebrada en Medina-Sidonia que Sánchez iba a Dos Hermanas, pero no anunciaría su candidatura.
Pedro Sánchez no se ha convertido en un hombre de Estado de la noche a la mañana, Cataluña ha sido un aprendizaje, pero el secretario general mantiene su costumbre de veto a pesar de que la España de hoy sólo se puede gobernar a través de los acuerdos de gobierno. Vetó a Rajoy y al PP, pero también vetó a Inés Arrimadas al principio de la campaña electoral en Cataluña. Su estrategia parece que sigue siendo la misma, la del enfrentamiento sobre el diálogo, aunque siempre podrá mostrar qué ocurrió con el 155. Ahora bien, el flanco situado a su izquierda se ha agrietado, el partido que supo aprovechar el movimiento de los indignados acabará como el propio 15-M. Podemos dejó de ser esa formación que amenazaba con el sorpasso; como mucho, será una IU 3.0.
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