La 'priva' se privatiza
Otras 'movidas' Iniciativa pionera en la playa de El Palmar (Cádiz)
El primer 'botellódromo' de pago de la provincia de Cádiz se convierte en un éxito de público los fines de semana en una zona, entre Conil y Vejer, en la que se ha prohibido de manera tajante el consumo de alcohol
No le ofrezcan un cigarro a Paco, es tontería. No ya porque no fume, que hace mucho que lo dejó, sino porque tiene los pulmones negros. Mientras fumo, hablamos del cóctel explosivo de sus pulmones. "De pequeño trabajaba en el pajar con mi padre separando el grano. No sabes cómo se mete toda esa polvareda dentro. Luego, fui durante doce años el disc jockey de la discoteca Ícaro, en Conil (Cádiz). Me ponía en lo más alto, yo era Ícaro, y mis pulmones absorbían todo lo que se fumaba abajo". Paco es agricultor unos cuantos meses al año, observa crecer las pipas, las recoge, las vende, cobra la subvenciones de la UE.... en fin, lo que hace un agricultor. Otros dos meses al año, estos dos, anima las noches de la provincia gaditana, vive de madrugada, observa lo que hacen los que gateaban cuando sus pulmones se cargaban del humo en Ícaro: en vez de ver crecer pipas, ve crecer a la muchachada.
Pero ahora son las doce de la noche, corre levante bajo en la finca que le legó su padre y detrás -no se ve porque es noche cerrada y los focos ciegan las estrellas- dormita el germen de los futuros girasoles. Pues sí, eso es uno de los lugares de moda, El Cortijo, dentro del término municipal de Vejer, pero muy cerca de Conil, en un punto muerto del triángulo de la ley seca jandeña. En estos dos municipios está terminantemente prohibido el botellón y Paco y yo, aquí, estamos viendo pasar a educados jovencitos con bolsas de Carrefour, Supersol y Dia cargados de bebidas alcohólicas baratas que hacen cola ante una taquilla y, a continuación, se introducen en una especie de merendero acotado, donde ellos mismos han pagado por su encierro: diez euros las chicas, quince los chicos. Hay quien piensa que acaba de nacer el botellón de los pijos, pero unas chicas que acaban de llegar de El Puerto lo ven de otra forma: "Las cosas de aquí (y hace con los pulgares la señal del dinero) no están para tomarte cuatro copas en una discoteca. Aquí estás tranquila y sabes que nadie te va a molestar".
Inspeccionemos el lugar. Esto es un amplio espacio enfrente de la discoteca, desde donde se percibe, tibiamente, una música que pudiera ser algo así como rap latino. Emergen de la noche ojos de luces, faros en cuidadosa formación. De esos coches salen los muchachos, que pueden entretenerse en leer varios carteles. El primero es muy grande: Prohibido hacer botellón... y, un poco más pequeño, antídoto de la equivocación, se lee "salvo en zonas habilitadas". Un tipo con aspecto de proceder de una escuela de halterofilia de un país del Este es el guardián de la zona habilitada y aquí hay más lectura: A) Nada de droga; B) Nada de música.
El sobrino de Paco y otros dos amigos son los socios en este curioso negocio, el primer botellódromo privado de la provincia. Ellos nos explican el funcionamiento: "Lo que pagas no es por entrar en el botellón, eso es una opción. Tú pagas la entrada a la discoteca, con derecho a una consumición. Pero con esa entrada tienes acceso al campo que hemos instalado. Puedes charlar con tus amigos, nadie te va a molestar con su música a todo trapo. Aquí vienes a charlar y, si quieres música y bailar, te metes en la discoteca". Y eso es lo que vemos, a los jóvenes charlar. Sólo se escucha un murmullo y a estas horas de brujas, en las que las chicas manejan en este antiguo campo de girasoles el tacón alto con la misma habilidad que unos zancos defectuosos y los chicos visten tejanos artificialmente desgastados, tenemos a no menos de dos centenares de personas de botellón. ¡Milagro! Todo tan tremendamente civilizado... El sobrino de Paco nos explica, además, que los días fuertes a las horas fuertes -sábados a las cuatro de la mañana- se congregan en este lugar mil y pico personas. "Habrá mucho más ruido". "No, no mucho más". "Habrá muchos más bolizas". "No, no muchos más. A algunos hemos pillado intentando trapichear con hachís. Ya saben lo que les pasa: a la calle". La Guardia Civil, de vez en cuando, se da una vuelta por el lugar. Olisquea, pero no halla. Ni un problema en todo lo que llevamos de verano: "Crucemos los dedos", y los cruza el sobrino de Paco, que también es Paco y añade, orgulloso: "Aquí, entre seguridad, limpieza, camareros, etcétera, damos trabajo a 50 personas todo el verano".
Y es que los del uniforme negro de la escuela de halterofilia infunden respeto. Se lo ha dicho un chaval a otro cuando se encaminaban hacia el recinto a castigar sus tiernos hígados: "Contra más antipáticos son, más les pagan". Sí que observamos en sus modales una antipatía exquisita. "Conocen su trabajo", dice Paco maravillado, "no sé de dónde los sacan, pero son unos tipos fantásticos. Saben cómo solucionar un problema sin crear otro".
En realidad, lo sucedido lo podríamos resumir de la siguiente manera. Antonio Muñoz, concejal de Seguridad de Vejer, reunió a los responsables de las tres principales macrodiscotecas de la zona, Oh-Ju, El Edén y El Cortijo, y les dijo, con otras palabras: "Evitadnos problemas y vosotros no tendréis problemas y todos tan felices". Las empresas se aplicaron el cuento y aumentaron su presupuesto en seguridad, mejoraron el acondicionamiento de los botellones de los alrededores y se comprometieron a ser cuidadosos con la música. Hacemos una visita a Oh-Ju. Un autobús de una empresa privada entra delante de nosotros y deja allí a decenas de personas. También llevan bolsas con bebida. No tan organizado como el botellón de El Cortijo, entre los eucaliptos del fondo se refugian los recién llegados en la oscuridad para tomarse un trago antes de sumergirse en el oleaje de la música electrónica que a la una de la mañana sólo es un terremoto sin interés para Richter en el exterior.
Pero en Conil no se fiaban. Las experiencias de otros años ya advertían que esto tenía que ser una batalla que había que ganar este año. Nada de broncas ni ruido en el pueblo, pero tampoco una carretera atestada de borrachos, dijeron los concejales de IU que gobiernan el lugar. En colaboración con la Guardia Civil, llevaron a mediados de julio una de las grandes cacerías veraniegas. Los chicos que van al botellón están en una ratonera. Si hay que soplar en el alcoholímetro, caerán. Cayeron, aunque un agente nos afirma que no tantos como pudiera parecer. Fueron 500 denuncias en julio, pero por conducir bajo los efectos del alcohol sólo se tramitaron en esta zona una treintena.
"A alguno pillarán, no digo que no" -dice uno de los socios jóvenes de El Cortijo-, "pero nosotros también nos comprometemos a organizar una salida controlada del recinto. Conil está cerquita y la gente va despacio. Son mayorcitos para saber lo que a cada uno les espera". Esto tiene que tener truco. Pregunto a un vecino, el de la finca colindante con El Cortijo. Se llama Antonio y es condescendiente porque de joven tuvo discotecas, luego se dedicó a la política y fue concejal en Vejer. Con ese currículum, analiza: "Los últimos años cogieron esto en alquiler unos sevillanos, y antes unos jerezanos, que se lo debieron pasar muy bien, pero esto era un caos. Donde tienen ahora el botellón, había un botellón, pero sin control. Se juntaba la música de la discoteca con la de los coches, pillaban cada dos por tres a la gente con porros y pastillas, la salida era un atasco tremendo, esto era una ruta del bacalao cutre... este año, que yo sepa, no hay ninguna queja. Y muy poco ruido". La audiometría también es una ciencia y Paco sabe mucho de eso. Mide el viento. "Esta noche, con levante bajo, hay riesgo, hay que tener cuidado con la música. Hay otras noches que no hay riesgo alguno. Siempre se tiene que tener en cuenta que el viento no te lleve el ruido a varios kilómetros. Se lo decía a la gente que alquilaba la discoteca, pero no me hacían ni caso".
Y como a esta hora de brujas sólo hay hadas bebiendo ginebra y escarceos de tanteo, Paco sigue contándome el día que se dijo me iré a Ibiza, y el agricultor se fue a Ibiza y vio discotecas inimaginables que ponían música inimaginable y que serían finales de los 80 y que él dijo haré algo igual en Conil y que montó discotecas en las que se escuchaba la misma música que en aquella Ibiza que se esfumó. Hoy, Paco tendrá unos 60 años, viste una camisa rosa que lleva por fuera y se deja mecer por el levante bajo como un girasol. Pasa las noches supervisando sus establecimientos, pero no tiene tentación de volver a ser el Ícaro DJ. "Cuéntame cómo era Ibiza entonces". "Algo indescriptible". Le ofrezco mecánicamente un cigarro: "No fumo, gracias". Al fondo, sigue el murmullo. Los niños beben construyéndose sus propios veranos inolvidables. De momento, pagan diez euros la noche por encontrarlos.
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