Un presidente en transición
Griñán mantiene las mismas constantes que Chaves: le saca seis puntos de diferencia al PP y está mejor valorado que Arenas, pero su conocimiento sigue siendo muy bajo
CADA día resulta más claro que detrás de la sustitución de Manuel Chaves estuvo el canguelo que a la dirección socialista le produjo una sucesión de encuestas no del todo favorables. También pesaron otros asuntos: el cansancio de la opinión pública, la del propio Manuel Chaves y la obsesión de Rodríguez Zapatero por la renovación, incluso a consta de instaurar un régimen de parvulocracia. A la vista de los resultados del Barómetro Joly, cabe concluir que la operación Griñán ha sido satisfactoria para su partido, más aún si se considera el riesgo que entrañaba sustituir a un presidente invicto durante 19 años y poseedor de una mayoría absoluta.
Aunque no sea poco esto último (virgencita, que me quede como estoy), el PSOE de Griñán mantiene, sin embargo, el mismo esquema de ventajas sobre los populares: está a una distancia electoral suficiente; su líder está mejor valorado que Javier Arenas, que en esta nueva encuesta sigue con suspenso, pero el aprobado que recibe su Gobierno es muy raspado. Los defectos del PP ayudan más que los aciertos propios.
Los socialistas mantienen una importante diferencia de votos respecto al PP, de 6,5 puntos, según el Barómetro Joly, cuyo trabajo de campo se realizó días después de las elecciones europeas, cuando la distancia fue de 8 puntos, aunque con una abstención excepcionalmente baja en comparación con otro tipo de comicios. La dirección socialista temía que la diferencia se redujera a cuatro puntos e, incluso, uno de los hombres del presidente, el más ducho en encuestas, asegura haber visto un sondeo fetén que reducía la ventaja a un punto. Griñán ha superado, por tanto, su bautizo, y ahora le falta la confirmación, porque el Barómetro Joly también da cuenta de sus debilidades.
Tanto Griñán como su Ejecutivo logran aprobar (el primero, con un 5,7, y el segundo, con un 5,1) porque los votantes del PP y de IU han visto bien el cambio. De hecho, los que se reconocen votantes socialistas valoran prácticamente igual a los nuevos inquilinos de la Casa Rosa. Esto ofrece una oportunidad, la de captar nuevos votos a ambos lados del espectro político, pero también supone un riesgo: una vez pasada la novedad, la gestión del Gobierno andaluz podría bajar del cinco. De hecho, las diferencias de intención de voto entre el PSOE y PP se han acortado respecto al anterior Barómetro Joly, aunque levemente.
Las mejores perspectivas económicas apreciadas en el sondeo parecen inclinar hacia una valoración más positiva de todos los políticos en general. Como en el anterior Barómetro, el del 28-F, cuando el ánimo estaba por los suelos: el castigo se repartía a partes iguales, de ahí que el PP se mantenga a distancia y sea incapaz de arañar puntos incluso en un ambiente supuestamente desfavorable para el gobernante. Sin embargo, los andaluces no creen que el nuevo equipo de Griñán aporte recetas eficaces contra la recesión. Es como si nuestra percepción de la crisis fuera similar a la de un mal viento, de ésos que agrian el carácter, como el Levante: no hay fuerza humana capaz de detenerlo y la única certeza sobre su fin es que estará más cerca cuantos más días pasen. Y, además, nadie acierta.
Otro problema: Griñán es un presidente poco conocido. Sólo tres de cada diez andaluces son capaces de decir cuál es el nombre del nuevo presidente, si bien saben de modo mayoritario que se ha producido un cambio. Su nivel de conocimiento inducido -es decir, cuando se le pregunta directamente al entrevistado si conoce a José Antonio Griñán- casi se ha doblado desde que es presidente (del 27,6 al 55,4), pero Javier Arenas le adelanta.
A la escasa popularidad del nuevo presidente ha contribuido que, hasta ahora, ha ocupado consejerías, ministerios y viceconsejerías muy técnicas, como Economía o Trabajo, y que su relevancia en las organizaciones provinciales del partido tanto en Córdoba, por donde se suele presentar, como en Sevilla, donde vive, es menor. Claro, que este problema del conocimiento tiene solución: aún le quedan tres años para volverse a presentar.
Griñán se ha ganado la confianza de su partido con sus intervenciones en el Parlamento, pero el remozado Hospital de las Cinco Llagas no es el polígono sevillano de San Pablo a pesar de que no distan más de 15 minutos a pie. Desde el inicio de su mandato, ha quedado claro que necesita ganar proyección en la Andalucía real, que es muy distinta a la que los presidentes suelen ver en esas caravanas de coches oficiales que le organizan los delegados provinciales para ir a visitar a los adeptos. Ya saben: ese tipo de actos donde las primeras filas son ocupadas por cargos de la Junta; las segundas, por puestos del partido, y las terceras, por militantes.
Posiblemente, Griñán haya sido el mejor sustituto de Chaves, pero ahora debe demostrar si sabe liderar su Gobierno y su partido. Es decir, que no será un presidente de transición. Y para ello no le quedará otro remedio que acometer reformas sobre la gestión de su antecesor y amigo, Manuel Chaves. Un destacado socialista, con puestos en la dirección del PSOE, mostró hace algunas semanas su sorpresa a este medio por el modo en que había confeccionado su nuevo Gobierno. Solicitó al partido absoluta libertad para nombrarlo, pero el resultado fue en buena medida continuista.
De la fortuna que vaya a tener en su anunciada reforma educativa y en la organización de la Junta dependerá que sea algo más que un buen sustituto. Y será el final de la crisis lo que determine un buen o un mal resultado electoral. Pero eso sólo lo sabe el Levante.
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