"Los andaluces dependemos en exceso del aplauso de fuera"
Pilar Távora. Directora, guionista y productora
La cineasta, a la que se entregará este martes la Medalla Clavero Arévalo, lamenta que "al resto de España le gusta que los del Sur seamos pobres y dóciles. Otra imagen no interesa"
Pilar Távora heredó de su padre dos virtudes que admiraba de él, la honestidad y la coherencia, pero también una forma de mirar y defender el Sur que ha volcado en su larga carrera, en la que conviven películas como Nanas de espinas o Yerma con otros proyectos audiovisuales y obras de teatro. El compromiso con su tierra le ha valido la Medalla Clavero Arévalo que se le entregará este martes, una distinción que sirve como excusa para esta conversación en la que pone de manifiesto, de nuevo, su sentida inquietud por un “patrimonio inmenso” que sólo alcanzará su plenitud, dice, cuando los andaluces “tomen conciencia de lo que son”.
–Usted ha tenido siempre muy presentes el imaginario andaluz, la identidad andaluza en su obra. En cierto modo, con esta medalla la comunidad autónoma le agradece la dedicación.
–Es verdad que he trabajado toda mi vida por Andalucía, pero no sé si eso merece un reconocimiento. Nunca haces las cosas para que te premien, pero no lo niego: con lo que significa para mí esta tierra, la Medalla de Andalucía es la distinción más importante que puedo tener. Yo he peleado siempre contra esa imagen de Andalucía que alberga cierta gente, que todavía se perpetúa en las redes. Poseemos un patrimonio inmenso, uno de los más importantes de Europa, y hay que reivindicarlo con orgullo.
–Empezó en la dirección y la producción cuando el concepto de cine andaluz era algo parecido a una utopía.
–Sí. Y cuando yo hablaba de cine andaluz, se reía la gente, y me refiero a gente que se dedicaba al sector aquí. Costó entender que teníamos herramientas para hacer un cine propio. Yo era un bicho raro, me he sentido así muchas veces, como una extraterrestre, incluso en foros de la profesión, cuando defendía que debíamos tener unas ayudas propias, unos criterios de selección propios, para que no viniera gente de fuera a retratarnos sino que nosotros difundiéramos nuestra mirada... Yo espero que los profesionales del cine andaluz de ahora se lo estén creyendo de verdad. Que no aprovechen la ola porque el tema está de moda. Que si llega un momento en el que no venda lo andaluz no retrocedan por saciar el estómago...
–Su historia habría sido muy distinta si hubiese aceptado la proposición de Elmer Bernstein. El compositor de bandas sonoras memorables como Matar un ruiseñor o Los siete magníficos la invitó a trabajar en Hollywood...
–Yo estaba en la facultad todavía y trabajaba como intérprete de inglés en el Festival de Cine de Sevilla. Llegó Elmer Bernstein, me lo adjudicaron a mí y congeniamos de inmediato. Cuando terminó el festival él quiso quedarse en Sevilla, y Jesús Quintero le alquiló un piso que tenía en el Barrio de Santa Cruz. Bernstein alquiló un cine para que le pusieran los dos cortos que yo había hecho, Andalucía, entre el incienso y el sudor y Sevilla, Viernes Santo madrugada. Él flipó, no porque mi trabajo fuera ninguna maravilla, sino porque para él sería una experiencia nueva ver ese montaje a compás, esas imágenes... Me dijo: Tú te tienes que venir a Hollywood a hacer cine conmigo, a mi casa, que vivo al lado de Spielberg y George Lucas. Pero yo confiaba entonces en que esta tierra fuera lo que tenía que haber sido, y que sus dirigentes fueran los que tenían lo que haber sido, y le respondí que era muy joven, que empezaba un tiempo nuevo en Andalucía y que ya era hora de que los andaluces dejáramos de emigrar. Y me quedé [ríe]. Yo no habría sido feliz en Hollywood.
–El año pasado, el 28-F, le escribió una carta a Blas Infante en la que lamentaba que los jóvenes siguieran emigrando, aunque ahora en vuelos low-cost.
–Da mucha rabia, porque la tierra que tenemos ya la querrían en cualquier lugar de Europa, y en cualquier lugar del Estado español. Por su situación geográfica, sus mil y pico de kilómetros de costa, su agricultura, su luz, sus desiertos, su nive... ¡Si es que lo tenemos todo! Y, sin embargo, seguimos siendo la gente más pobre. Es una tierra con empleos precarios, que no ha sabido explotar sus recursos, dependiente incluso en la cultura, esperando siempre que nos aplaudan desde fuera, sin conciencia de nosotros mismos. No puedo entender cómo no hay oportunidades para los jóvenes andaluces, formados y preparadísimos. A mí siempre me ha llamado la atención el tema de la ciencia, de la investigación, y me duele que los jóvenes científicos se vean obligados a irse fuera para poder desarrollar su carrera. Hemos avanzado, pero no tanto. Pienso en esos chavales que querrían estar cerca de sus familias y no pueden.
–Se han cumplido ya cuatro años de la muerte de Salvador Távora, su padre. ¿Cómo resumiría el legado que le dejó?
–Nuestro padre no se ha ido de nuestras vidas, siempre intentamos hablar de él y yo lo siento conmigo. Queremos que Sevilla disponga un sitio donde la gente pudiese ver su obra, sus libros, sus premios, sus escenografías... Si tuviese que concretar qué herencia nos dejó, lo tengo claro: la honestidad y la coherencia. Nunca vi a un hombre más honesto ni más coherente.
–En su primer largometraje, Nanas de espinas, adaptó una obra de él. ¿Buscó ser fiel al original para no decepcionarlo?
–Yo tenía una intención muy diferente para la película, pero mi padre no me dejó. Se resistía a que se tocara la obra, y yo le insistía: Papá, es que el teatro es un lenguaje y el cine otro. Nanas de espinas era un alegato contra la violencia y a mí se me ocurrió trazar un paralelismo y meter imágenes documentales de la violencia en el mundo, del hambre, de las injusticias. Creo que habría sido novedoso, pero mi padre no pensaba lo mismo [ríe]. Nos cogieron para el Festival de Berlín, pero la película no la mandó el Ministerio, la enviamos nosotros, eso hay que decirlo. Pilar Miró escribió al festival en contra de la selección de nuestra película, porque quería que llevaran Río abajo, de su amigo Borau. Pero en la Berlinale contestaron que si tenían algo claro de la programación era que Nanas de espinas debía estar.
–Ahí bebía de textos de Lorca, como en su adaptación de Yerma. En ese proyecto dirigió a Irene Papas.
–Fue un privilegio trabajar con una actriz tan enorme, y tan humilde, como debe ser la gente grande. Estábamos rodando y me decía: Pilar, me estoy cargando tu película. Y yo le respondía: ¿En qué cabeza cabe que Irene Papas estropee algo? Ella se preparaba su ropa, se manchaba su delantal, nos cantaba nanas griegas en las cenas... Fue un regalo que nos cayó del cielo: se enteró por un amigo común de mi padre y de ella que yo preparaba Yerma, y quiso estar. Bromeaba conmigo: Pilar, toda mi vida queriendo hacer algo en español, y cuando lo consigo resulta que tengo que hablar en andaluz, y eso no lo sé. ¿No puedo ser una vieja pagana griega? [ríe]. Yerma me dio muchas alegrías, recorrió medio mundo. En el Festival de Chicago, las muchachas norteamericanas se me abrazaban llorando. Y en Seattle, en San Francisco, en la India suscitaba la misma emoción.
–Lorca inspira películas, discos, libros, obras de teatro... ¿No le da la impresión de que se está exprimiendo en exceso su figura?
–Mucha gente se montó en ese carro cuando los derechos de su obra estuvieron libres. Yo pagué 21 millones de pesetas por los derechos, sólo el decir que iba a hacer Yerma me costó eso. Ahora se está haciendo mucho Lorca en plan de andar por casa, sí. Yo debo señalar que mi contacto con el autor es desde pequeña, la admiración que siento por él viene de lejos, que mi trabajo de fin de curso de Literatura, antes de la Universidad, fue sobre él y que conseguí con él matrícula de honor. No es alguien que perteneciera a mi clase social pero ante su palabra siento una conexión emocional, quizás por eso que él decía de que siempre sería partidario de los que no tienen nada.
–En Brujas, otra de sus películas, usted exploraba el miedo que despiertan las mujeres libres. Un miedo que, por desgracia, parece seguir vigente en pleno siglo XXI.
–Antes de que la Inquisición acuñara el término de brujas, a estas mujeres se las llamaba sabias. La medicina fue aprovechando sus conocimientos y fue desplazándolas. Sufrieron una persecución terrible, y yo veo esa persecución como un símbolo del rechazo que han sufrido las mujeres que han querido tener voz. Era una sociedad patriarcal y machista donde el hombre no permitía que hubiese más ley que la suya, ni más pensamiento que el suyo, y que acusaba de delitos que no habían cometido a estas mujeres. Lo que ahora llamamos fake news se inventó con ellas, para desprestigiarlas. Me da miedo que eso esté volviendo. El otro día publiqué en Twitter la foto de un cartel que había en las afueras de un colegio. El cartel decía: No a la violencia de género, y estaba tachado todo y habían puesto encima un sí muy grande. Había reaccionarios que estaban en las cavernas, escondidos, y se les ha permitido empoderarse. Estamos viviendo un momento peligroso y hay gente joven que les compra el discurso de la misoginia.
–Usted abordaba en Madre amadísima la relación del colectivo LGTBI con la Semana Santa. Obras como ¡Dolores, guapa! dialogan con su trabajo.
–He visto esa película y me encanta, y estoy en contacto con sus creadores. Yo creo que Madre amadísima fue importante para el colectivo LGTBI, en general, y para los mariquitas en particular. Cuando dije que se extendía la alfombra roja para los mariquitas, para esa gente que ha sido la segunda categoría del gay, que muchos homosexuales siguen mirando por encima del hombro por tener pluma, yo creo que fue así, que le pusimos realmente una alfombra roja a esta gente. Nos reímos mucho en ese rodaje, y fue muy injusto que no nominaran a los intérpretes al Goya al actor revelación, porque en ese año no hubo mejores actores que los de Madre amadísima, no tengo dudas.
–¿Qué falla para que una película, o una obra de teatro, no consiga tener suficiente resonancia fuera de Andalucía?
–Lo que falla es que cuando nosotros no nos mostramos como quiere el resto de España pues no nos miran. Les gusta que seamos pobres, dóciles y narcotraficantes, porque en las ficciones hemos pasado de ser criados a ser narcotraficantes. Cuando contamos otras cosas no interesan fuera... Pero eso ocurre en Madrid o en el resto de España, porque en el extranjero, curiosamente, se nos entiende muy bien.
–¿Qué balance hace de su carrera política?
–Fue una experiencia, y como toda experiencia de vida tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas, y me dio un bagaje. Una vivencia así te hace conocer mejor a la gente, te enseña cómo funciona un partido por dentro. Puedo decir con satisfacción que desde 2011 que me llamaron del Partido Andalucista no he cobrado ni un solo euro de la política, he vivido siempre de mi trabajo. Yo entré en un momento del PA en el que no había nada, y el desprestigio era absoluto. Los periodistas no venían a las ruedas de prensa, nos faltaba hasta el dinero para los carteles y hubo quien no se enteró de que me presentaba. Pero es mucho más bonito estar ahí por tus ideas, y no por interés...
–¿Y cómo resume su paso por el Consejo Audiovisual de Andalucía?
–Creo que el Consejo nuestro fue ejemplar en la manera de relacionarnos y de trabajar por el bien común, por temas como la protección de menores. Yo promoví iniciativas como un debate sobre el andaluz en los medios, sobre la presencia del colectivo LGTBI o el pueblo gitano, que no se habían hecho nunca. Estoy contenta de esa etapa.
–Su labor allí era incompatible con la creación. Ahora ha podido volver a sus proyectos...
–¡Sí! Estoy con muchas ganas de Dolmen [la adaptación de un libro de Manuel Pimentel], que hemos convertido en serie, pero no será una serie larga de esas en las que te pierdes, sino una producción pequeñita. Creo que es una historia que debíamos contar, un thriller andaluz sobre nuestro patrimonio del Neolítico, tan grande y tan desconocido. Estoy con eso y con un docudrama sobre el intento de extinción del pueblo gitano, La Gran Redada, un episodio importantísimo de la Historia de España, y un documental sobre las primeras mujeres transexuales que iniciaron la lucha por los movimientos LGTBI en la época franquista. Aún están vivas y pueden contar su historia, y es una forma además de darles el sitio que merecen.
–Terminamos ya. ¿Alguna idea última que quiera compartir sobre Andalucía?
–Me interesa que sepamos que la cultura es la herramienta más importante que tenemos, que nada se transforma si no es a través de la cultura y a través de la conciencia. Si el pueblo andaluz no tiene conciencia de lo que es, nunca va a poder salir del hoyo. Si los políticos no lo asumen, de aquí no se sale.
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