Pedro Domecq Loustau
Opinión
200 años del nacimiento de un íntegro y emprendedor bodeguero hispanofrancés
"Pues mi noción de justicia es ésta: los hombres no son iguales” (F. Nietzsche). Por ello, cuando ya no esté, cuando ya no exista, me gustaría ser recordado tan sólo como un hombre justo que como mínimo intentó hacer lo correcto. Sin embargo, no siempre es fácil y bajo cualquier circunstancia, ni siquiera intentarlo y mucho menos conseguirlo, y aún más difícil, encontrar y reconocer a alguien que lo haya alcanzado. Por lo tanto, es justo y es correcto recordar a quien lo fue, quien lo logró, quien fue capaz de hacer el bien en todo momento y dar ejemplo al mismo tiempo de liderazgo, justicia y bondad.
Hoy, 11 de septiembre de 2024, se cumplen 200 años del nacimiento en Usquain, Francia, de Pedro Domecq Loustau, creador y fundador en 1874 de lo que hoy conocemos como Brandy de Jerez y que él comenzó denominando Cognac Fine Champagne, ayudando a recuperar al sector de la importante caída de ventas del vino de Jerez en el último cuarto del siglo XIX. Fue gerente y co-propietario de las Bodegas Pedro Domecq durante 25 años, desde 1869 a 1894, donde comenzó a colaborar con su tío Juan Pedro Domecq Lembeye desde los 20 años y trabajó durante más de 50. Durante este periodo demostró una inigualable capacidad de trabajo, unas excelentes habilidades y conocimientos en la gestión del negocio y una extraordinaria voluntad e inteligencia para innovar productos y procesos para sacar al sector de una terrible crisis, lanzando nuevos productos como el Champagne y el Tinto de Jerez, siendo su mayor logro y éxito la creación del Brandy de Jerez. No fue la suerte, ni siquiera la caprichosa fortuna o el estéril azar, sino su intuición, su perseverancia y su inquebrantable voluntad lo que permitió desarrollar y crear esta única, singular y subestimada categoría que aún sostiene económica y socialmente el Marco de Jerez.
Sin embargo, su legado no permanece únicamente en el ámbito de esta emblemática bodega y su sector, destacando además por sus extraordinarias labores de mecenazgo y su protofilantropía en numerosas obras y acciones que realizó en vida para la ciudad de Jerez y sus ciudadanos junto a su esposa, Carmen Núñez de Villavicencio. Entre las más señaladas, destacarían la instalación de las primeras redes de distribución de electricidad, telefonía y saneamiento en la ciudad, así como la fundación del Asilo de las Hermanitas de los Pobres, los tres colegios de San Juan Bautista de la Salle, el colegio de Santa Joaquina de Vedruna, el Instituto de María Reparadora y una casa de ejercicios para trabajadoras. En 1892, su humanidad y valores quedaron de manifiesto cuando en plenas vicisitudes y conflictos provocados por la filoxera, principalmente entre los trabajadores del viñedo, intervino para mediar entre las partes y decidió abrir sus bodegas para atender a las familias necesitadas, llegando algunos días a superar las 2.500.
Quizás, ni como sociedad, ni como ciudad, ni como sector, hayamos sido capaces de comprender, entender y valorar en su justa medida su aportación a la vitivinicultura jerezana, la destilación de vinos y la elaboración de brandy, así como el ejemplar humanismo, moral y valores que aplicó en su propia vida y en la gestión de sus negocios, los cuales se perciben, aún hoy, bien adentrados en el siglo XXI, como paradigma de ética empresarial. Sin lugar a duda, el fruto de su trabajo, su genialidad y su esfuerzo mantienen todavía, dos siglos más tarde, a muchas compañías de Brandy y Vino de Jerez y ayudan sobremanera a sostener al sector y a la propia ciudad de Jerez de la Frontera. De forma inexorable, ha llegado el momento de valorar y reconocer su figura como ejemplo de hombre y empresario honesto, justo y bueno como referente de la sociedad que le tocó vivir y liderar y como modelo a seguir para presentes y futuras generaciones. Un francés que eligió Jerez para vivir, para trabajar y para ayudar a engrandecer. En definitiva, un jerezano, ¡un buen jerezano
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