Los moritos, de la casi extinción a la expansión desde Doñana

El único ibis que habita en España de modo natural estuvo a punto de desaparecer en las década de los ochenta

El ibis eremita nidifica por primera vez en el país después de 500 años

Una bandada de moritos.
Una bandada de moritos. / Antonio Pizarro

Las bandadas de estas aves oscuras son ahora habituales en las cercanías del curso bajo del Guadalquivir, pasan a cientos por la autopista de Sevilla a Cádiz, por la de Huelva y se dejan ver en descampados recién acabados de recoger. El morito (Plegadis falcinellus) es hoy un ave relativamente abundante en algunas comarcas andaluzas, en el Delta del Ebro y algunos humedales valencianos; sin embargo, estuvo a punto de desaparecer en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado. Fue en la laguna de la FAO en Doñana, desde esta antigua finca experimental del Fondo Mundial de la Alimentación, donde comenzó su reciente expansión. En 2016, llegaron a contabilizarse en Doñana 3.643 parejas reproductoras.

La historia del morito desmuestra cómo la protección efectiva de los espacios naturales da tan buenos resultados sobre la fauna avícola que resultan sorprendente. Lo mismo puede decirse de la espátula y el flamenco, o en menor medida de la malvasía, un pato de pico azul que llegó a estar casi extinguido en el continente, excepto en algunas cordobesas.

Un morito.
Un morito. / Antonio Pizarro

El morito es un ibis, un ave de patas largas y pico extenso y curvo, de un rojo caldera oscuro que nidifica en colonias. Hasta hace unos años, era el único ibis que habitaba en España, ya que ahora comparte espacios con el ibis eremita (Geronticus eremita), una especie reintroducida en la provincia de Cádiz, gracias a un proyecto de la Consejería de Medio Ambiente y el zoológico de Jerez.

Algunos autores sugieren que la expansión del morito está relacionada con la introducción del cangrejo rojo en las marismas del Guadalquivir. De hecho, ésta es la única especie que come otro crustáceo invasor aunque de efectos más negativos: el caracol manzana, que causa estragos en el Delta del Ebro.

Primer plano de un morito.
Primer plano de un morito. / Antonio Pizarro

Hay menciones de moritos en Vejer en el año 1875 de mano de un ornitólogo inglés, y se sabe que algunas parejas nidificaban en la laguna de Santa Olalla de Doñana desde 1774. Sin embargo, la especie comenzó a retraerse a mediados del siglo XX con la transformación de sus espacios habituales. A mediados de los años ochenta sólo se veían ejemplares ocasionales en la laguna de la FAO en Doñana, que sigue siendo una zona donde hay agua de modo permanente. El morito llegó a figurar en la lista roja de las especies en peligros de extinción, como el águila imperial y el lince ibérico.

A mediados de los ochenta, la Junta de Andalucía aprueba una ley de protección de varias decenas de espacios naturales en toda la comunidad. Incluía algunas lagunas y marismas, que experimentaron una recuperación inmediata en apenas una década. Los censos que realiza la Sociedad Española de Ornitología (SEO) recogen parejas nidificantes en la laguna de la FAO desde principio de los noventa, en 2016 se contaron casi 4.000 parejas en el conjunto de Doñana.

Ahora sigue nidificando en la FAO y en otras zonas de Doñana, así como en el Delta del Ebro y las salinas de Santa Pola. Tambuén son habituales, aunque en proporciones menores, en humedales de Extremadura y de La Mancha.

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