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En la mesa camilla de Rajoy

Miguel Arias es uno de los ministrables de Rajoy, para Agricultura, Defensa o Exteriores, quizás su preferido · Su proverbial locuacidad oscila entre la brillantez y el exceso · El candidato y él participaron en la ascensión de Antonio Hernández Mancha

En la mesa camilla de Rajoy
Juan M. Marqués Perales / Sevilla

23 de octubre 2011 - 05:04

Cuando Mariano Rajoy volvió a la sede del PP en la calle Génova después de su primera derrota electoral de marzo de 2004, allí quedaban los trabajadores y tres gatos. A saber: Ana Pastor, quien fuera ministra de Sanidad con Aznar; una Soraya Sáenz de Santamaría aún desconocida, y Miguel Arias Cañete. Rodrigo Rato se había marchado a Washington de gerente al Fondo Monetario Internacional; otros, al Congreso y al Senado; algunos, al Parlamento Europeo, y otra parte, quizás comenzaba a conspirar con Esperanza Aguirre para lo que sería el intento de golpe de cuatro años después, el de 2008. Pero en la sede de Génova, con despacho y llaves, quedaban los cuatro gatos -Rajoy incluido- y entre ellos, Miguel Arias, quien desde la sexta planta del edificio se le encargó la secretaría de asuntos económicos del partido.

Ahora, mucho más fuerte que aquel vencido sucesor de Aznar, con las encuestas de cara y sin oposición interna aparente, Mariano Rajoy ha colocado en los primeros puestos de la lista de Madrid a sus hombres y mujeres, a su sanedrín, a sus posibles ministros si ganase las elecciones del 20 de noviembre. Miguel Arias, a quien todos en el PP lo sitúan como uno de los titulares del Ejecutivo, figura en la quinta posición. ¿Para qué cartera? Exteriores, Defensa o Agricultura. "Posiblemente a Miguel le gustaría Exteriores, pero hará lo que Rajoy diga, con él no va a tener ningún problema y, a lo mejor, con el lío de la reforma de la Política Agraria Comunitaria, acaba otra vez en Agricultura", explica una persona que ha seguido muy bien su trayectoria política.

Un veterano de Alianza Popular (AP), partido por el que Miguel Arias se presentó al primer Parlamento andaluz, coincide en eso: "Miguel siempre ha sido así, muy extrovertido y generoso con el partido; cuando se le propuso que fuera de segundo en la lista de Cádiz de 1982, detrás de José Ramón del Río, ni hubo que discutir; aceptó de muy buen modo".

Miguel Arias nació en Madrid en 1950, y allí se licenció en Derecho después de estudiar con los jesuitas de Chamartín. No es, por tanto, un pilarista como buena parte de la cúpula de Aznar, que pasó por el colegio donde también estudiaron los socialistas Alfredo Pérez Rubalcaba y Javier Solana. Con 24 años aprobó la oposición para abogado del Estado, y en esto siguió los pasos de su padre, que estuvo destinado, precisamente, en el Ministerio de Exteriores. Su único hermano, Alfonso, es un físico de prestigio que estuvo en puestos de dirección en el Consejo de Seguridad Nuclear; de Enresa, la empresa pública de residuos radiactivos, y, últimamente, de Endesa.

Arias habla cinco idiomas, pasó una larga temporada en Dublín y es un experto en desarrollo regional y política europea, fruto de sus 13 años en los escaños del Parlamento Europeo. Es de las escasas personas capaz de relatar sin detenerse, casi a punto de la asfixia, el número de hectáreas de trigo duro que hay en España por comunidades autónomas, sumar los fondos estructurales que recibe cada país de la UE, ajustar los balances entre estados contribuyentes y perceptores netos de la Unión y, además, explicarlo en varios idiomas. Una suerte de moto parlante de datos, razonamientos y cifras que llegaba a cansar al ex ministro Fernando Suárez, cuando éste, en sus tiempos de eurodiputado, le exhortaba: "Miguel, bájate de la Kawasaki".

Su locuacidad es proverbial, y algunas veces se desliza desde la brillantez hasta el exceso. En septiembre del 2000, unas cámaras captaron en Jumilla lo que les decía a unos agricultores, que el Plan Hidrológico Nacional "salía por cojones", y, en febrero de 2008, sostuvo aquella desafortunada crítica a la falta de preparación de los inmigrantes: "Aquellos maravillosos camareros que teníamos, que le pedíamos un cortado, un no sé qué, mi tostada con crema, la mía con manteca colorá, cerdo, y a mí, unos boquerones en vinagre, y venía, y te lo traían rápidamente y con una eficacia tremenda". Es Miguel en estado puro, la moto, una suerte de todoterreno grueso al que la barba blanca le ha dado un aspecto aristocrático, quizás el busto de un político de la Restauración.

Aunque en estas elecciones se presente por Madrid, toda su carrera profesional y política la hizo desde Andalucía y, en especial, en Jerez, donde mantiene su residencia habitual. Ése fue su primer destino como abogado del Estado; trabajó allí y en Ceuta. Aún no tenía relación política con ningún partido, y no fue hasta 1982, en plena descomposición de la UCD, cuando se presentó de parlamentario autonómico a las primeras elecciones andaluzas. El citado José Ramón del Río, también abogado del Estado y más veterano, abrió la nómina de la provincia de Cádiz, un grupo de gentes diferentes de la AP originaria de este territorio. "Miguel es un hombre de centro, de centro derecha, pero no era de esos primeros, que venían de la caverna", cuenta un amigo, mientras que otro asegura que, de vez en cuando, se define como un anarcoliberal. Arias no es de la primera generación popular, pero tampoco de la tercera; de hecho, sus relaciones con la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, y con el líder popular andaluz, Javier Arenas, nunca han sido de complicidad, a pesar del vínculo de los tres con la provincia de Cádiz.

Pero volvamos a Rajoy. Cuando Manuel Fraga se marchó por primera vez, y dejó en aquella dirección provisional a Miguel Herrero de Miñón, Arias fue de los que auparon al pacense Antonio Hernández Mancha, también abogado del Estado. Aquello duró poco, pero Mariano Rajoy estuvo con Miguel Arias en la operación, y de ahí, siguen guardando el vínculo e, incluso, la amistad.

Entre la salida de Hernández Mancha, cuya defunción política quedó certificada durante una moción de censura contra Felipe González donde quiso emular al propio Felipe González, y el afianzamiento de José María Aznar, los manchistas pasaron por una suerte de travesía del desierto. También Arias, que no obstante contaba con dos aliados importantes para llegar al oasis. El primero, Manuel Fraga, quien siempre le había solicitado papeles y con cuya hija, Carmen, mantuvo las responsabilidades de la comisión de Agricultura y Pesca en el Parlamento Europeo, y el segundo, el propio Aznar, que a final de su primer mandato , el 27 de abril de 2000, lo nombra ministro de una cartera especialmente fabricada para él. Jesús Posada dejaba el bello edificio de Agricultura junto a la estación de Atocha, y Arias tomaba posesión de un ministerio en el que, a pesar de sus conocimientos, debió de lidiar con dos imprevistos: la crisis de las vacas locas y el hundimiento del Prestige, cuya coordinación fue encargada por Aznar a Mariano Rajoy.

Arias volvía a Madrid. En Jerez se había casado con Micaela Domecq Solís, una mujer perteneciente a una familia bodeguera y ganadera de la ciudad, copropietaria de Jandilla, y uno de su principales apoyos personales en su vida política. Una mujer capaz sin cuyo consentimiento no habría podido llevar a cabo una trayectoria política que le ha obligado a pasar muchos años en Bruselas y Estrasburgo. Con tres hijos -su hija acaba de darle los dos primeros nietos, gemelos-, Arias se instaló en una residencia dedicada a protocolo dentro del propio Ministerio, unas estancias un tanto decimonónicas, donde su esposa le dio el toque andaluz: la mesa camilla, círculo neurálgico alrededor del cual se hace la vida familiar en las casas del sur.

A pesar del vínculo de Arias con la familia Domecq y Solís, lo suyo nunca fue ni el campo ni la caza, más bien los coches, una pasión a la que le ha dedicado dinero y que ha estado a punto de costarle la vida en alguna que otra ocasión. En uno de sus viajes a Bruselas, hasta donde solía conducir en automóvil desde Jerez, tuvo un grave accidente en la provincia de Zaragoza.

Aunque tanto en Jerez como en Madrid se suele mover con una scooter, Arias posee una flota de automóviles antiguos con los que se suele fotografiar y de los que ha dado cuenta en su declaración de bienes del Congreso de los Diputados: un Austin Cooper de 1967, un Alfa Romeo de 1971, un Unipower de 1967, y el Morgan 4/4, una joya inglesa, a los que añade un Vitra, un Volvo y un Mercedes. Arias -por si queda alguna duda- es el presidente de honor de la Fundación RACE, dedicada al estudio del automóvil y de la que no obtiene ingresos. No obstante, Arias sí sigue ejerciendo de abogado y pertenece al consejo de administración de una empresa radicada en Ceuta y relacionada con los hidrocarburos.

De la mesa camilla que su esposa instaló en el edificio de Atocha ha pasado a esa otra mesa alrededor de la cual Mariano Rajoy ha ido configurando las listas de las elecciones generales. Como responsable del comité electoral, Arias ha participado en las reuniones formales y en esas otras más relajadas, aunque no menos discretas, como el almuerzo que mantuvo con Rajoy en la terraza del restaurante El Charolés, en El Escorial, de donde salieron los números unos de las listas en una comida con una larga sobremesa.

Posiblemente, unas conversaciones mucho más relajadas que aquellas otras del congreso del PP en Valencia de 2008, cuando Arias se hubo de fajar por Rajoy en ambientes más crispados en plena batalla de los seguidores de Esperanza Aguirre contra el candidato. Y allí sí coincidió en el mismo bando con Arenas, el organizador de aquella defensa.

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