La ley 'antitabaco' de Gibraltar
La legislación que impide sacar más de 80 cigarrillos al mes a los habitantes de las localidades a menos de 15 kilómetros de la Verja, vigente desde el día 1, amenaza según los contrabandistas con ahogar aún más la economía de la zona.
Incertidumbre. Ésa es el término que mejor define la sensación que impera 48 horas después de la puesta en marcha de la ley que impide a los habitantes de las poblaciones que se encuentren a 15 kilómetros en línea recta desde la frontera de Gibraltar sacar de la colonia británica más de 80 cigarrillos [cuatro cajetillas] al mes. Una cifra que contrasta con el cartón admitido hasta el pasado día 31. Una fórmula que, como poco, ralentizará el trasvase del tabaco.
Esa percepción de expectación la comparten todos los que viven en torno tanto al menudeo como al contrabando a gran escala. El uno de enero también es inhábil para matuteras y mayoristas, porque, nunca mejor dicho, en todos los trabajos se fuma. Ayer, ni los que se encuentran fuera de la ley ni los que intentan evitar que la vulneren eran capaces de medir las consecuencias de la nueva legislación para la maltrecha economía linense.
Algunos, apenas los más previsores, han puesto el parche antes de que salga el grano. Desde que el primero de octubre se hizo público el proyecto de ley comenzaron a maniobrar para escapar de sus consecuencias y se empadronaron en localidades que en todos sus límites se encuentran a más de 15 kilómetros del istmo. Sabinillas, Estepona, Tarifa.... cualquier casa de hermano, familiar lejano o conocido era buena para obtener el documento que permite, a su vez, modificar el DNI, que será el que comprueben en la Verja.
Los guardias civiles que desarrollan sus funciones en la frontera que separa La Línea de Gibraltar, así como los trabajadores del Ministerio de Hacienda en dicho emplazamiento, saben que el comienzo de 2013 no es fácil. A la inevitable guerra contra el contrabando a gran escala se une la necesidad de explicar al minorista que ese cartoncito que pasaba todos los días antes de apostarse en las inmediaciones de la Verja hasta el siguiente cambio de guardia ya es historia. Cuatro paquetes. Y ni uno más. "No sea usted así, que tenemos que comer, esto no le hace daño a nadie" espetan los más madrugadores al funcionario, que asume que lo más complicado "será hacerles ver que el señor que llega de Barcelona sí que puede llevarse el cartón y ellos no".
La realidad es que muchas de estas matuteras -y de su versión masculina, más extendida a medida que se acrecenta la crisis- no son sino trabajadores a sueldo de auténticas mafias que acumulan cantidades ingentes de cigarrillos que posteriormente desplazan a otros puntos (preferentemente de Andalucía, aunque no siempre) en los que obtienen un margen de beneficio infinitamente mayor.
Los responsables de Hacienda en el puesto fronterizo no se atreven siquiera a vaticinar qué vías utilizarán lo que algunos denominan en tono jocoso "funcionarios del tabaco" para hacerlo cruzar la frontera sin ser cazados. No es precisamente un secreto que son varios los grupos que desplazan cajas preñadas de cartones saltando, literalmente, la alambrada. Los chavales que participan en este tipo de traslados ganan unos 50 euros por tirada y el que la carga en la moto tanto de lo mismo, pudiendo embolsarse en un solo día, si la cosa se da bien, 300 euros, que suelen dilapidar esa misma noche. Esa conducta explica que la actividad sea mucho menor durante la mañana. ("No, muy madrugadores no son, lo suyo es más la jornada de tarde", bromea un número de la Benemérita). Los que reciben el envío multiplican esas ganancias por diez.
Los primeros en escuchar una explicación de todo punto innecesaria -porque están más al tanto de la novedosa normativa posiblemente incluso que los que deben hacerla respetar- se arremolinan a este lado de la frontera, con cara de pocos amigos. Hablan de la importación ilícita como si se tratase de un derecho adquirido con el paso de los años. Y a la primera pregunta replican con autoridad: "Tú eres periodista, ¿verdad? Tienes cara de periodista. Y quieres saber. Pues apunta, apunta ahí, lo que están haciendo es quitarnos la comida de la boca. Yo ya no cobro ni ayuda ni nada y llevo tres años en el paro. ¿Va a venir Rajoy a darle de comer a mis niños?".
"Si lo que van a hacer es dejarnos pasar cuatro paquetes asquerosos mientras ellos [los gibraltareños] se gastan sus libras en la plaza [el mercado] que cierren la verja", interrumpe otra. "Sí, sí, eso fue lo peor que hizo Felipe [González]: dejar salir a esta gente. Ahí, encerrados y la frontera echada abajo y que yo vea al Guardia Civil que me ha quitado el tabaco y al que manda en la cola del paro".
La conversación se caldea. "Mujer, ellos no deciden. Eso viene de arriba", introduce el más sereno.
"Vendrá de más arriba, pero yo no he visto ni al ministro ni a Rajoy venir a ver las colas. Eso es que alguien ha dado el chivatazo de lo que está pasando aquí y que no quieren que La Línea vaya para adelante", sostiene como si se tratase de un dogma de fe.
"¿Te has enterado, periodista? Pues pon también que yo soy española como la que más y que la Constitución dice que todos somos iguales. ¿Iguales? Una mierda. A uno que iba delante mía le dejan pasar el cartón porque vive en Alcalá y a mí me lo quitan. Si la Constitución no vale para nada, que la quiten, que sólo la quieren tocar para lo de la Infanta [¿?] Sí, sí, que la quiten. Y al Rey. ¿No dijo el año pasado que todos éramos iguales? Pues Urdangarín se lo lleva y nadie le hace nada y a mí me quitan la comida de mis niños. Iguales, dice. ¡Valiente Rey tenemos!".
"¿Sabes lo que te digo?", continúa. "Que si me tengo que rajar para meterme los cartones dentro me rajo, pero pasarlos, los paso y si hace falta sacar los motores del garaje" [es decir, volver a utilizar las planeadoras en la playa] "pues habrá que hacerlo, luego que no se quejen". Contrabandista dixit.
A este lado de la frontera, las autoridades sostienen que a nadie se le está privando de fumar. "Para eso están los estanqueros, que también tinen derecho a comer ¿no?", preguntan. Al otro, los empresarios que a veces tienen problemas para calcular cuántos cartones han venido en un solo día aún no se han resentido. "Tampoco creo que pase nada amigo, la gente tendrá que fumar, no todo va a ser trabajar", dice mientras entrega casi un centenar de cajetillas a un hombre de elevada edad, que lleva tras de sí, como si se tratase del flautista de Hamelín, a un grupo de mozos que pasarán la frontera con sólo cuatro escondidas en los bolsillos de sus chamarretas de marca. Cumpliendo escrupulosamente la ley, eso sí.
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