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¿No les gusta Robin Hood?

la crisis en la sierra El destino del 'asalto' de Arcos

Los pueblos de la Sierra que recibieron los alimentos obtenidos tras el asalto a un centro comercial de Arcos se encuentran en una situación de emergencia social, con 300 familias en sus listas de asistencia básica y otras muchas en espera de ayuda

Eva, del comité del SAT, muestra los alimentos en la sede del sindicato en Bornos.
Pedro Ingelmo / Arcos

12 de agosto 2012 - 05:01

Aquel hombre tenía la mirada clavada en el suelo, dibujando la misma figura que los girasoles abrasados que rodean Espera, un pueblo tirado en la ladera de una colina que se levanta sobre los eriales ardientes. En esta época del año los girasoles, vencidos por el peso de las pipas, no buscan el sol, sino que se humillan ante él, como aquel hombre con la clavada mirada en el suelo. Es jueves. Ángeles, la responsable de Cáritas en el pueblo, le mira desde el interior del salón municipal multiusos donde se encuentra el banco de alimentos. Aún falta un rato largo para el rito de entrega de garbanzos, macarrones, leche, tomate frito y galletas a medio centenar de familias de la localidad. Pero este hombre no había venido nunca. Está inmóvil, le tiemblan los labios. No quiere llorar. No se sabe observado. Ángeles no puede más, abre la puerta, pase usted. El obedece, no dice nada, no levanta la mirada. Ángeles le entrega la bolsa. La humillación.

La responsable de Cáritas, viuda, a la que le acaban de recortar 220 euros de su pensión, le está contando la historia de este hombre a una periodista de televisión que quisiera contar con algunos pobres para su reportaje. "¿Lo entiendes? Bastante tienen con su vergüenza para, encima, exhibirla". La periodista lo entiende.

Alrededor de esta escena, los colaboradores de Cáritas y del Sindicato Andaluz de Trabajadores están descargando el camión municipal que acaba de venir del Carrefour de Arcos, donde les han entregado tres carros de comida después del asalto organizado el pasado martes en el que intervino el alcalde del pueblo. Los voluntarios de Cáritas respiran aliviados. El cuarto que ellos llaman 'banco de alimentos' es una habitación cuadrada sin mobiliario alguno. Ahora va tomando un poco de color después de que horas antes Cruz Roja trajera lo que había recogido durante la semana y ahora se ordene el 'botín' de la acción sindical. "Ayer esto estaba medio vacío. Sólo teníamos un pocos paquetes de legumbres y otros de macarrones y algunas cajas de leche. No teníamos para todos", explica Alberto, uno de los militantes del sindicato que intervino en la acción.

La lista de necesitados en la localidad no ha parado de crecer en el último año. Las donaciones en el pueblo son escasas porque casi todo el mundo vive con lo justo. Lo que recoge la iglesia apenas da para nada. "Nadie está pasando hambre de momento, siempre está la familia, los abuelos, pero no sé, si esto sigue así...", reflexiona Ángeles. Calcula los alimentos que tiene que entregar y si sobrará algo. "No, no creo que sobre mucho".

Alberto, un hombre afable, razona de manera pausada la acción del martes. "¿No les gusta Robin Hood, robar a los ricos para dárselo a los pobres? De niños, a todos nos gustaba Robin Hood, todos íbamos con Robin Hood", explica con una sonrisa para, a continuación, ponerse más solemne. "Todos sabemos que no está bien entrar en un supermercado e irte sin pagar, no nos lo tienen que decir, pero es que la situación es extrema. No es por la comida, que ya ves que con esto apenas si tenemos para solucionar una semana. Pero era necesario que llamáramos la atención, que no somos invisibles, que aquí hay gente que lo está pasando muy mal. Creo que eso es fácil de entender".

Entre el cúmulo de historias que me acaban de contar me impresiona una reciente sobre el colapso de comida. No duró mucho. El banco de alimentos se quedó sin movimiento. Durante un tiempo, nadie sabe decirme cuánto, sólo se repartieron lentejas y macarrones. Esa fue la dieta. Funcionó el trueque. Las familias que pedían iban intercambiando sus lentejas y sus macarrones por cualquier otra cosa que no fueran lentejas y macarrones. Sí, hemos llegado a ese punto. Hay puntos peores.

Salimos de Espera por una carretera serpenteante y bacheada que atraviesa este campo pardo de girasoles humillados. Lo último que se ve del pueblo es su polígono empresarial, que en su día se pensó que atraería negocios al pueblo, que traería algo de trabajo a este lugar que apenas si cuenta con su célebre fábrica de molletes y poco más. El polígono, con casi todas sus naves vacías, tuvo su momento de gloria cuando el programa Callejeros vino a hacer un reportaje de las improvisadas fiestas nocturnas que allí se celebran. En el vídeo, colgado en youtube, se ve a un grupo de críos borrachos bailando enloquecidamente una música infernal que sale de los bafles situados en el maletero de un coche. Pulp party en el corazón de la desesperación.

Pedro Ruiz, alcalde de Puerto Serrano, se desahoga desglosando un número infinito de calamidades. "Es desesperante, no sé como se va a arreglar". En su pueblo hay más de un centenar de familias apuntadas en las listas de ayuda social, "pero cada día se apunta una nueva. En los pueblos funciona el 'fiado', pero no sé hasta cuándo se podrá aguantar. Desde el Ayuntamiento rotamos para los más necesitados y damos diez días de trabajo por los que cobran 300 euros líquidos. Ya ni el subsidio alivia porque no hay forma de completar las peonadas. La gente se busca la vida robando cables. No hay semana que no desaparezca cableado del pueblo"

Eva, del comité del SAT de Bornos, 8.000 habitantes y 2.000 de ellos parados, me señala desde la sede del sindicato, donde cuelgan varios carteles antiguos en contra de los recortes de Zapatero, el lugar en el que se produjo la última operación antidroga del pueblo. Últimamente ha habido varias. En esta ocasión detuvieron a una mujer, una antigua jornalera. Es difícil seguir siendo jornalero en Bornos.

Con Eva está una amiga, una privilegiada: tiene trabajo en Sanlúcar, la única de la familia que lo tiene. Su historia la habrán escuchado muchas veces. Su marido trabajó en la construcción y hace tres meses se quedó en el paro. "No está mal, aguantó bastante". No aguantaron tanto sus hijos, de 22 y 25 años, que abandonaron los estudios por el ladrillo. Ahora la madre se los llevará al verdeo porque es ella la que decide. Espera que haya trabajo "porque con tanta mecanización..." Explica que con la aceituna se gana muy poco, que no da ni para los gastos: "la gasolina, los bocadillos... ni te enteras". Pero es muy importante para sus hijos que les cojan. ¿Por qué? Las peonadas. Tienen que sumar para luego tener acceso al subsidio. "Y ahora las peonadas se han puesto muy caras". ¿Por qué? La amiga de Eva da varias vueltas para decir lo que quiere decir sin decirlo hasta que lo dice: "los extranjeros. No es que yo sea racista, eh. El poco trabajo que hay es para ellos. En Huelva, con la fresa, sólo cogen extranjeros. Llevan mucho tiempo trabajando con ellos. En los años buenos los españoles no hacían la fresa y ahora no hay sitio para ellos. Además, los extranjeros se quejan menos".

Tampoco la vendimia, que también se ha mecanizado, ni la remolacha. El campo es una trampa, están atrapados. Con lo que la gente se echa al monte a pillar lo que pueda, cuenta Eva. Tomillo, por ejemplo. "A mi hijo le cogió la Guardia civil y le pusieron una multa de 1.600 euros". "Lo mejor -considera Eva- es hacerlo de noche". Su amiga se fue con su familia hace unas noches detrás del Aquasherry. "Una linterna en la frente y a buscar tomillo. De repente, escuchamos unas voces hablando muy finolis y dijimos ya está, ya nos han cogido los guardias. Pero para nuestra sorpresa no eran guardias, sino dos hombres de aquí, del pueblo". "¿Y cómo es que hablaban finolis?" "Estos hicieron mucho dinero con la construcción, se fueron a vivir fuera y volvieron así, como marqueses, pero ya ves, cogiendo tomillo..."

José Manuel es otro de los dirigentes del SAT de Bornos. Con él regresamos a un tema muy recurrente, la vergüenza. Es algo que está en boca de todos. En la puerta de la Sierra de Cádiz se habla mucho de que esta crisis está arrasando los orgullos. Porque, al contrario que en Cáritas de Espera, José Manuel me asegura que en Bornos si hay personas que están pasando hambre, hambre física, hambre por orgullo. "No van a la recogida de comida. Los conocemos todos. Es gente que se va a dormir sin comer. Lo prefieren a tener que ponerse en la cola de los jueves. Se acuestan y piensan que quizá me dé algo mañana el vecino o los amigos. Les dan porque ellos no piden. No sé qué sería de nosotros en esta crisis sin la solidaridad, sin la familia". Los de la cola de los jueves están expuestos al resto del pueblo, todos les pueden ver, los que están marcados por la miseria, los que han caído en lo más hondo de esta recesión. Y José Manuel no tiene ninguna duda: "Hay que tener valor para ponerse en esa cola, póngase en su lugar".

La vergüenza funciona en varias direcciones. Veinticuatro horas antes de los asaltos a los supermercados el SAT celebró asambleas en varias localidades. Aunque la acción se quería mantener en secreto, era necesario que los que se presentaran voluntarios supieran que iban a irrumpir en un establecimiento a realizar una reivindicación de dudosa legalidad. Cuentan que los salones de las sedes estaban abarrotados. Los dirigentes hablaron y los asistentes aplaudieron la iniciativa. A la hora de pedir voluntarios, las miradas se levantaron al techo y en las asambleas se practicó el arte del silbido. "La situación es extrema en toda la comarca. Se ha hundido la escasa industria que había porque casi toda dependía de la construcción. El campo ya no da de comer. Estamos hablando de índices de paro que afectan a la mitad de la población. Muchísimos viven de los 400 euros de la ayuda social... Sin embargo, se organizan manifestaciones, protestas y no va nadie, la gente se queda en las casas pensando que todo esto es una especie de maldición bíblica, que no pueden hacer nada por cambiar las cosas. Pero si no nos movemos, si no gritamos que estamos aquí, seguiremos mirándonos las caras en el pueblo, malviviendo y olvidados de todo dios", reflexiona uno de los dirigentes del SAT que prefiere que no dé su nombre para que no se le atribuya esa visión sombría de su propia gente. "Y yo no soy Robin Hood", añade.

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