El guión salta por los aires
La dirección de Chaves y Pizarro diseñó una transición pausada para Griñán que reventó con el congreso extraordinario y el posterior cambio de Gobierno
Relevar a un presidente de Gobierno que ha ocupado el cargo 19 años en una institución con menos de tres decenios de existencia y siempre gobernada por el mismo partido, el PSOE-A, no era tarea fácil.
Manuel Chaves y Luis Pizarro, los hombres que gobernaron el socialismo andaluz en la última década del siglo XX y la primera del XXI -no solos, que también jugaron su papel,y no menor, Gaspar Zarrías, José Caballos y el desaparecido Alfonso Perales- pelearon en todos los frentes internos -ante la dirección federal y con las agrupaciones provinciales- porque el sucesor fuese José Antonio Griñán. No era el ex ministro la única opción: Mar Moreno fue la apuesta de Madrid.
Con un trabajo político tan sordo como efectivo, ambos, pero sobre todo Pizarro, bien asistido por sus afines, laboraron a destajo para convencer a todo el que pintaba algo en la organización de que Pepe Griñán era la apuesta sólida y segura para hacer una transición pausada y pacífica hasta 2012.
El diseño original proponía un rostro nuevo -aunque no tanto- al frente del Gobierno andaluz, que debía ser un escaparate de las políticas sociales del PSOE; una suerte de aval político del que Griñán dispondría durante tres años.
Mientras tanto, en la vertiente orgánica, la dirección salida del congreso ordinario pretendía seguir al frente hasta unos meses antes de las elecciones autonómicas. Con unas perspectivas electorales que ya eran malas en 2009, aunque lejos del panorama sombrío de 2010 y el de vuelco electoral de 2011, Chaves y Pizarro defendían que el relevo en el partido era preferible tras los comicios del 22 de mayo de este año, alejando del perfil público de Griñán cualquier responsabilidad sobre eventuales derrotas municipales.
En principio funcionó: voces tan relevantes como la de Alfredo Pérez Rubalcaba etiquetaron de modélico el relevo. Fue un espejismo.
Ese guión pensado por quienes han conseguido ganar en cualquier circunstancia, incluso en 1996 cuando los sondeos también barruntaban una victoria popular nonata, se reescribió pronto: en cuanto Griñán fue elegido por el Parlamento de Andalucía cuarto presidente de la Autonomía.
Con escasa relevancia y participación en la vida orgánica hasta entonces, Griñán presionó y presionó -evidenciando un distanciamiento de Manuel Chaves indisimulado- hasta lograr que reventara el guión original: hubo congreso extraordinario de los socialistas andaluces y un año antes de las municipales. Por si ese cambio no era poco, el cónclave no salió redondo: la negociación con la dirección de Cádiz, afín a Luis Pizarro, terminó en esperpento con la renuncia del secretario provincial, Francisco González Cabaña, a formar parte de la Ejecutiva regional con dedicación exclusiva, lo que le obligaba a dejar la Alcaldía de Benalup-Casas Viejas y la Presidencia de la Diputación gaditana.
En el congreso extraordinario está pues el origen de la sacudida que ayer supuso, 48 horas después del comité federal del adiós de José Luis Rodríguez Zapatero y 48 días antes de unas elecciones, la dimisión de Luis Pizarro, algo aparentemente imposible de creer en un contexto como éste.
Pero la exigencia del congreso retorció las relaciones con Griñán no sólo de Pizarro, sino de Chaves. Los cambios en el Consejo de Gobierno de la Junta días después de ser ungido como secretario general supuso la laminación de todos los consejeros considerados chavistas, salvo el propio Luis Pizarro. Martín Soler, Antonio Fernández, Cinta Castillo recibieron como pago al apostolado en favor de Griñán en la hora del relevo de Chaves la destitución hace ahora un año.
Las purgas en el seno de la Junta continuaron en escalafones menores, siempre con el mismo objetivo y especialmente más virulentas desde que Rafael Velasco también dimitió de la dirección orgánica, al sentirse desasistido por Griñán en la polémica por las subvenciones a la academia de su mujer.
Una política de guillotina a todo lo que se considerase un vestigio del poder socialista de Chaves y Pizarro. El detonante de la dimisión, la destitución del delegado del Gobierno en Cádiz, Gabriel Almagro, no se ha consumado precisamente en la primera intentona.
Pero esta vez nadie, ni Pizarro, podía abortar un cese que es un golpe de autoridad orgánica más que un problema en el Gobierno, un golpe de defensa tras quedar Griñán en entredicho en la fallidaoperación Fustegueras para descabalgar a la alcaldesa de Jerez, Pilar Sánchez. Un golpe que Pizarro no asumirá ya en el Gobierno.
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