Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La todavía presidenta de la Junta, Susana Díaz, ha colgado una foto de su hijo en Instagram. Es su fuerza. Es la primera señal del cambio emocional de la única líder socialista que entregará el mando de la Junta a un presidente que no es de su partido.
¿Qué hará, ahora, Susana Díaz? Quienes aseguran conocerla sostienen que seguirá la máxima del PSOE sevillano: aguantar o "morir matando". Es decir, que seguirá al frente de la Secretaría General del PSOE andaluz hasta que Pedro Sánchez y Ferraz logren convocar un congreso extraordinario antecedido de unas primarias internas. Ferraz intentó provocar el relevo en enero, pero ha hecho caso a quienes explicaban, desde el sur, que se debía esperar a que Moreno estuviese elegido. Por precaución.
Pero ya el PSOE ha anunciado que Susana Díaz liderará la oposición, el relevo se producirá, unas mil personas dejarán sus cargos en los próximos días y el socialismo andaluz tendrá que afrontar con mayor realismo qué hace en este precipicio. La presidenta ha encadenado dos derrotas en muy poco tiempo, el de las primarias socialistas con Pedro Sánchez y esta debacle histórica.
Aunque ella cree que podría aguantar cuatro años en la oposición como hizo Guillermo Fernández Vara, Susana Díaz no será capaz de llevar al PSOE de vuelta a San Telmo. Ni conseguirá una mayoría absoluta que nunca ha obtenido ni otra menor que se apoye en un aliado incierto, porque ni Ciudadanos ni Adelante la harán presidenta.
Buena parte de esta derrota es suya, ni de Sánchez ni del ciclo político, es víctima de una ceguera compartida con su equipo, que ni leyó bien los últimos sondeos de Capdea ni calibró el malestar en los colegios y en los centros de salud.
Susana Díaz tendrá, además, serias dificultades para ejercer como jefa de la oposición en el Parlamento. Si es ella la que ejerce de portavoz en las sesiones de control a Juanma Moreno, le lloverán tantas alusiones personales que invalidarán su parlamento. Ningún ex ha aguantado, el trago es demasiado duro, Javier Arenas se colocó detrás, casi escondido en la bancada, y cuando pudo, se fue.
Hay quien sostiene, quienes más la estiman, que ella misma se irá dando cuenta, que el desestimiento llegará por su parte, que un día no será la foto de su hijo, sino esa rabia interior que ha encierra como un Jano, a veces buena, a veces mala. Como la noche que rompió a llorar al reunirse con Pedro Sánchez en el congreso posterior a aquellas primarias.
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