El frío, de verdad, es el de fuera

17º congreso del pp

Sin que haga ostentación, Rajoy manda más que Aznar en su día, pero su problema está en España: "¿Que qué hacemos? Poner barreras a la destrucción"

Juan Manuel Marqués Perales

20 de febrero 2012 - 05:03

Las copas que algunos dirigentes del PP se tomaron durante la madrugada del sábado al domingo fueron los cafés con los que los socialistas aguantaron hace dos semanas las negociaciones nocturnas de Alfredo Pérez Rubalcaba para componer su Ejecutiva. Cómo no sería el largo momento de asueto que hasta el propio Javier Arenas lo comentó en su discurso: "Algunos aún no han llegado". Y pasaba ya del mediodía. "A la vista está -subrayó Rajoy en su discurso, en alusión a ese congreso del PSOE- que no hemos venido a resolver querellas internas, porque no las tenemos. Tampoco hemos venido a preguntar nuestra razón de ser como partido, porque no nos hemos extraviado". Y finalizó su pulla a los socialistas: "A eso vinieron otros aquí, en Sevilla, hace unas fechas; nosotros, no"

Ya se sabía, pero el 17º Congreso del PP lo ha confirmado: Rajoy es el líder, cierto es que lo ejerce de un modo muy personal, pero mandar, manda más que el propio Aznar, que con su cara arrugada, y no se sabe si por su vigorexia o por su impostada dureza castellana, pareció que hubiera de soportar como agujetas el vídeo que ensalzaba la figura del presidente gallego. Municipales, autonómicas y generales le respaldan: así es como se miden los liderazgos en los partidos que rinden ante las urnas, por sus éxitos electorales.

¿Problemas internos? Persiste el duelo entre María Dolores de Cospedal, que ha salvado su cargo en la Secretaría General a pesar de la oposición de algunos barones, y el de Javier Arenas, que es vicesecretario en lo formal y casi un ministro en lo real. Un equilibrio que Rajoy se puede permitir sin romper porque Arenas es su escudero, y ya veremos qué ocurre si gana las elecciones en Andalucía. Así como los partidarios de Chacón y Rubalcaba convirtieron el Hotel Renacimiento de Sevilla en el campo de una guerra psicológica para aventurar quiénes de los dos ganaban, ayer llovían los teletipos sobre la cercanía del tercer hombre -Carlos Floriano, el que ha desplazado a Esteban González Pons- a De Cospedal o a Arenas. Que se lo repartían. Bueno, eso: que ya se verá si Arenas gana las autonómicas, pero esto -si se me permite- son escaramuzas de esgrima de salón en el campamento de los espartanos. Aquí, a Rajoy no lo cuestiona nadie, cuatro años después y 13 puntos más de apoyos de los que recibió en el congreso de Valencia de 2008.

En el Palacio de Congresos de Exposiciones de Sevilla no hacía frío, el poder de las instituciones da calor, pero el aire gélido proviene del exterior, y Rajoy dio cuenta de ello en un discurso que muchos querían pensar que, más que realista, era exagerado. Vean: "¡Ojalá nuestra situación económica hubiera tocado fondo! Pero no es así." Ya lo había advertido su ministro de Economía, Luis de Guindos: habrá más parados y la recesión escarbará hasta la depresión a lo largo de 2012. Otra frase de Rajoy: "Os aseguro que cuesta mucho más trabajo detener la caída que reiniciar el ascenso". Claro, y como él mismo se preguntó de modo retórico, habrá gente que se cuestione qué hace, entonces, para crear empleo, para reactivar la economía, para sacarnos de un boquete que el cambio por el cambio iba a resolver como en el año 1996. Pues, él mismo se respondió: "Debo responder, estamos haciendo lo más importante, lo más urgente, lo más desagradecido: poner barreras a la destrucción". Destrucción. Sólo le faltó el recuerdo al conservador Winston Churchill, el que también se moría por un habano, para sólo prometer eso: sangre, sudor y lágrimas.

En la sede de la calle Génova, donde el extremeño Carlos Floriano recibirá ahora las visitas de Javier Arenas y María Dolores de Cospedal, mientras Esteban González Pons, destituido de su puesto de portavoz, se dedica ahora a "Estudios y Programas", se respira un aire cálido, pero fuera, desde la Moncloa, se nota el aire siberiano que baja desde Navacerrada. Rajoy pintó un panorama oscuro; algunas de sus frases -como las repetidas aquí- fueron de vellos como escarpias. El partido está tranquilo, pero el país -España- comienza a tiritar.

A la vez que el presidente del Gobierno marcaba el lamento de lo que vendrá en breve, cientos de miles de personas se manifestaban en las capitales del país contra una de sus reformas, la laboral. Consciente de ello, les contestó: "Hay quien protesta. Y yo les pregunto: ¿Y qué le damos a los centenares de miles de jóvenes que no saben lo que es perder el empleo porque nunca lo han tenido? ¿Y qué le decimos a esas personas que, por primera vez en la historia, ven cómo sus hijos pueden vivir peor que ellos? ¿Qué le decimos?", reincidió. "La crisis no es igual para todos", sentenció en una corta frase con la que parecía culpabilizar del desempleo a los empleados.

Reformas. Eso es lo que Rajoy ofrece, reformas, a sabiendas de que éstas, si realmente funcionan, tardarán meses, si no algunos años, en fructificar. Efectivamente, él es el líder indiscutido, el hombre que llevará al PP a sus más altas cotas de poder, casi pleno en su extensión, pero sabe que el frío viene de fuera por mucho calor que durante este fin de semana le ofrecieran en Sevilla.

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