"Deseo que mi hijo viva fuera del mundo del toro, pero con la misma intensidad y valores que yo"
CAYETANO RIVERA, TORERO | ENTREVISTA
Cayetano Rivera abre su refugio en Ronda para hablar, en una entrevista concedida al Grupo Joly, sobre el momento que atraviesa a nivel profesional y emocional
"No tengo una afición desmesurada por el toro, debo mantener un equilibrio", afirma
Reportaje de fotos de Cayetano Rivera Ordóñez en 'El refugio de San Cayetano'
Cayetano Rivera lucirá en la Picassiana de Málaga un traje de luces pop art de Domingo Zapata
Una colección de tebeos de Spiderman tapiza la mesa que, en su día, perteneció a Cayetano y Antonio Ordóñez y, ahora, a los nietos de este último: los hermanos Rivera Ordóñez, Francisco y Cayetano. Es Viernes de Dolores y Cayetano júnior, de cinco años, acaba de recibir las vacaciones de Semana Santa. Su padre lo ha recogido a la salida de un colegio de Sevilla para llevarlo al cortijo familiar, a apenas seis kilómetros de Ronda: El recreo de San Cayetano.
Se presenta una noche mano a mano: padre e hijo van a ver una película sobre un proyector instalado en el salón de madera y piedra. Cayetano le pide a su hijo que salga al patio a recoger troncos para encender la chimenea. "¿Cuántos cojo? ¿De qué tamaño?", pregunta el niño. "¡Llévate la carretilla!", responde el progenitor. El niño está pletórico, sobre todo después de que una cuidadora le haya cambiado el uniforme escolar por ropa deportiva y unas zapatillas que despiden luces verdosas.
"Me remueve muchos recuerdos ver a mi hijo jugar en el mismo lugar donde yo lo hacía", confiesa el diestro que, en ese mismo patio, jugaba al toro con su abuelo y un carretón. Dentro, en el salón familiar, una colección de fotos recorre la historia de los antiguos dueños del señorial cortijo: Antonio Ordóñez en una simpática imagen junto a Hemingway, Paquirri y Carmina montados a caballo, estampas de la Goyesca de Ronda... Toda una herencia que Cayetano Rivera Ordóñez lleva a cuestas.
—Estudió cuatro años en Suiza y después continuó su formación en Estados Unidos. ¿Fue la forma que tuvo su familia y, en concreto de su madre, de intentar apartarlo del mundo del toro?
—Es posible. Supongo que se juntaron dos factores. Por un lado, quizás, parte de la familia quería apartarme, efectivamente, del mundo del toro. Mi hermano Fran ya estaba iniciándose en la profesión y con uno era bastante. Por otro lado, mi madre pensó que era la mejor educación que podía darme y, por ese motivo, me mandó a Suiza. Fueron cuatro años fantásticos, aunque, tal vez, no me envió lo suficientemente lejos como para que me olvidase del toro.
—¿Qué estudió en Estados Unidos?
—Empecé con Empresariales y después cambié a Comunicación, en concreto a mass media. De hecho, comencé a trabajar en el mundo del cine, en una productora en España.
—¿Qué le motivó a abandonar aquella vida y pasarse a los toros?
—Sentía una tremenda curiosidad por saber qué podía ser tan grande, qué emoción tan enorme debía sentir una persona como para querer arriesgar su vida. También necesitaba conocer mejor mis raíces y mis orígenes. Mi familia, prácticamente al completo, se ha dedicado de alguna forma al mundo del toro. Intenté ser torero para conocerlos un poco mejor. Por el camino, encontré esa emoción y me enganchó. A partir de ahí, tuve suerte.
—¿Cree en la suerte?
—Es un factor importante en esta profesión. Puedo decir que he disfrutado de la cara buena de la moneda, de la gloria, aunque también he sufrido la cara más amarga, empezando por mi padre y, después, con percances míos. Es un riesgo que aceptamos y asimilamos, a pesar de que esperamos que no llegue o llegue lo más tarde posible. Pero debemos estar preparados para ello.
—¿Qué le aporta a nivel personal ser torero?
—El toro me hace sentir más vivo. El hecho de estar más cerca de la muerte me hace disfrutar más cada momento y ser más consciente de que todo es pasajero. Lo que cuenta son los recuerdos, las experiencias y las emociones vividas. Eso me ayuda a tener los pies en la tierra. Con esto no quiero decir que piense que mañana voy a desaparecer, pero sí vivo con más intensidad, quizás, que amigos míos que, al final, entran en una rutina donde pasan los días, pero no pasa nada más.
Mientras transcurre la entrevista, la vida en el cortijo, presidida por una enorme cerámica de San Cayetano y la majestuosa buganvilla de la entrada, prosigue con naturalidad. Tango, un cachorro de dos años, mordisquea el hueso de una pata de jamón que le ha dado el torero. Cayetano júnior ha encontrado un huevo de oca en el gallinero y lo proclama a los cuatro vientos.
—Usted es consciente que, en una mala tarde, y Dios no lo quiera, con el oficio que ha elegido, todo este paraíso, puede desvanecerse.
—Evidentemente, cuando eres torero, tienes que estar dispuesto a un coste, que es la vida. Si no estás dispuesto a que eso puede ocurrir, te has equivocado de profesión. El riesgo siempre está ahí y, en mi caso, es algo que llevo presente conmigo cada tarde a la plaza. La intensidad que siento delante del toro no tiene comparación con ninguna otra cosa que haya experimentado. Tampoco creo que haya nada que pueda hacer después que me lleve a vivir esas emociones de la misma manera. Te hacen crecer y conocerte mejor a ti mismo y tus límites. Incluso la posibilidad de enfrentarte al miedo. Es una forma de vivir. Los valores que he encontrado en el mundo del toro espero poder transmitírselos a mi hijo. Deseo que viva fuera del mundo del toro, pero con la misma intensidad y los mismos valores que he tenido yo.
—¿Se ha sentido alguna vez incomprendido por su entorno más cercano?
—No hay nadie, que no sea torero, que pueda llegar a entender, en su totalidad, todo lo que es y todo lo que significa esta profesión. Yo mismo, hasta que no me inicié, no comprendía toda su dimensión. Supongo que también influía la edad. Es muy importante que tu entorno te conozca. En mi caso, por ejemplo, mi apoderado, Curro Vázquez, es una figura crucial porque él diseña mi temporada en función de mi situación casi en tiempo real.
—Usted es un torero muy transparente en el ruedo con unas altas dosis de imprevisibilidad. Parece que le afecta mucho todo lo que le rodea, incluso a la hora de coger los trastos.
—Desde luego, no me considero un torero técnico. Me influye mucho mi estado anímico. Con lo cual, esos factores deben tenerse en cuenta. Es importante que las personas que me rodean, tanto las profesionales como incluso las personales, comprendan los momentos por los que puedo estar pasando. Porque hay momentos en los que no me aguanto ni yo mismo, sobre todo cuando se aproximan citas relevantes. Los nervios son complicados de gestionar. Uno los intenta llevar por dentro pero, a veces, también los exteriorizamos de alguna manera.
—Ha cumplido 47 años y lleva casi 20 en la profesión. Algunos hablan que baraja la temporada de 2025 como la fecha máxima para retirarse definitivamente de los ruedos.
—El momento de decidir la retirada también es algo que debe decidir el propio torero. Lo tengo claro. Si no lo decidiera yo, no estaría tranquilo. Es algo que, en algún momento, lo sientes. Yo ya estuve dos años retirado sin intención de volver y sin saber si regresaría. Luego, el toro me volvió a llamar. Evidentemente, mi próxima retirada será la definitiva y cada vez está más cerca. Cuento con ello, pero no sé decirle cuándo. Es difícil planificar algo así cuando tu vida gira en torno al toro. Me lo planteo de año en año.
—Este año irá a la Feria de Abril, se especula que estará en la Feria de Otoño de Madrid y, tal vez, se anuncie en Pamplona. Sus temporadas tampoco suelen estar muy cargadas de compromisos. ¿Desea mantener esa tónica?
—No tengo una afición desmesurada por el toro, debo mantener un equilibrio. No soy de torear todos los días porque se vuelve monótono y mecánico. Por un lado, gano técnica y seguridad, pero, por otro, pierdo frescura, inspiración y entrega. Si toreo mucho, al final, me aburro. No voy a las plazas con ideas preconcebidas, sí con mi estilo de tauromaquia. Los toros no pueden ser previsibles. Debes ir a ver qué pasa. A verlas venir, despejado, con los deberes hechos. Y que surja la magia.
—Su trayectoria es muy atípica, empezando por el comienzo.
—Normalmente, los toreros empiezan mucho antes que yo, que lo hice con 28 años. Sin embargo, esa rareza hizo que me formase antes como hombre que como torero. Eso me ha permitido decidir sobre cuestiones que, con otra edad, otros deciden por ti, y no siempre porque sea lo mejor para uno. Cuando veo a un chaval que quiere ser torero, siempre le aconsejo que primero estudie y, después, los toros. A mí no me van a contar que no se puede. Entre otras cosas porque la carrera de un torero, aunque tengas suerte y te permita vivir de ello, es corta. Hay que estar preparado para la vida.
—En su casa conocían perfectamente la tragedia que esconde esta profesión. También usted mismo. Su padre, Paquirri, murió de una cornada en Pozoblanco cuando era un niño de 7 años. ¿Le intentaron quitar la idea de la cabeza entre todos?
—Yo haría lo mismo con mi hijo. No es una profesión que desee para alguien a la que quiero. Una vez que decidí ser torero, cada uno de ellos ha procurado apoyarme lo mejor que han podido. Por supuesto que ahí habremos cometido errores. Yo el primero.
—Desde la cuna, ha vivido bajo el foco de la prensa. ¿Cómo lo ha gestionado?
—No te acostumbras. Aprendes a llevarlo de la mejor manera posible. También depende mucho de los temas que se traten: algunos son más desagradables y otros, más alegres que te afectan menos. Estar en el punto de mira y ser juzgado, o que te digan lo que deberías haber hecho, no es agradable. Entiendo que, por mi profesión, me debo al público, pero una parte de mi vida tengo derecho de mantenerla en la intimidad. Así lo intento. En la mayoría de los casos, me he sentido respetado por parte de esa prensa. En otros, no. Pero para eso están los abogados, para poner las cosas en orden cuando superan la línea. Hay cosas que sobrepasan los límites de lo que es interés público y afectan a mi vida privada. Por ahí no estoy dispuesto a pasar.
—¿Sabe que si teclea su nombre en Google, nuestro gran biógrafo, no aparece ninguna noticia relacionada con su profesión hasta la décima página?
—No estoy al corriente de todo lo que se publica. Tengo unos abogados fantásticos que se encargan de vigilar por mí. Procuro mantenerme aislado para vivir más tranquilo. Con mi profesión y mi vida personal, tengo bastante. Soy consciente de que tengo que intentar educar a Cayetano en la máxima tolerancia posible. Se va a encontrar en situaciones en las que le dirán que su padre es un asesino o un maltratador de animales. Yo tuve que vivirlo siendo niño, pero menos que ahora. Las redes sociales tienen su parte negativa. La gente no tiene control sobre lo que dice. Y en el tema de la prensa intentaré protegerle lo máximo posible.
—¿Necesita, en cierto modo, vivir aislado?
—Me gusta vivir tranquilo, pero necesito emociones. Si miro atrás, he practicado esquí, submarinismo, salto en paracaídas, rafting, motocicletas, coches... Ahora me estoy sacando la licencia de piloto de avionetas. He tenido bastante adrenalina a lo largo de mi vida. Busco experiencias, emociones, recuerdos, aprender y conocerme mejor a mí mismo. Eso me aporta tranquilidad. Todo tiene también su momento. Yo quiero vivir lo que me toca. No tendría sentido vivir todas estas emociones dentro de veinte años, si sigo aquí. Me gusta vivir con emoción e intensidad: en primer lugar, porque no sé cuánto voy a vivir, y en segundo lugar, porque es lo que me hace sentir más vivo, más despierto. Superar el miedo produce mucha satisfacción.
—¿Cree en el destino?
—No me gusta pensar que la vida está escrita. No lo comparto. Las cosas hay que trabajarlas con esfuerzo y sacrificio. Nada cae del cielo. El destino es lo que te va a ocurrir si sigues por un camino determinado. Por supuesto, puedes elegir el camino que coges. Y eso te lleva a otros destinos. Me gusta pensar que soy dueño de mi vida y mi futuro y que, de la misma manera, puedo cambiar las cosas.
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