En defensa de las encuestas electorales
El director del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), Eduardo Moyano, defiende que al valorar los sondeos no se olvide que son la descripción de un estado de ánimo del elector en un momento determinado
Como en todas las profesiones, hay trabajos que se hacen bien, mal o regular. En el campo de las encuestas, ocurre lo mismo. Las hay más fiables que otras porque el tamaño de la muestra es más grande, pero también influyen otros factores: el cuestionario utilizado, la forma de realizarlas (si en domicilio o por teléfono), la composición equilibrada de la muestra, la corrección de los sesgos que siempre se producen en el trabajo de campo, o el modo de estimar el voto de los encuestados que no dicen a qué partido votarán o que están indecisos (la famosa cocina). Todo esto hace que las predicciones de una encuesta tengan más o menos probabilidad de acertar.
Pero además de esos factores, hay un hecho que, con demasiada frecuencia, se olvida al valorar las encuestas electorales. Me refiero a que la encuesta es una descripción del estado de ánimo del elector en un momento determinado, y que mientras más se aleje del día de las elecciones, mayor es la probabilidad de que se produzcan errores en las predicciones. Ese riesgo es aún mayor en situaciones (como la del 25-M) en las que el escenario político está interferido por fuertes elementos coyunturales (por ejemplo, los efectos visibles o previstos de las duras medidas de ajuste y de reforma laboral adoptadas por el Gobierno) que hacen volátil la decisión del votante y que pueden contrarrestar las creencias más asentadas en el electorado (deseabilidad de cambio, valoración de líderes, simpatías políticas…).
Es indudable que con los datos (no ya de encuestas, sino reales) de las elecciones generales del 20-N, las previsiones de una clara victoria del PP en Andalucía eran correctas. También eran correctas las predicciones electorales realizadas en ese mismo sentido por encuestas, como la de Capdea, realizadas a la altura del mes de diciembre, aunque faltaran varios meses para los comicios (no me refiero al barómetro del IESA, cuyo campo se hizo en octubre y, por tanto, de escaso valor predictivo de cara al 25-M).
Otras encuestas más recientes (como las realizadas en febrero-marzo por diversos medios de comunicación) se basaban en un reducido tamaño de muestra, lo que limitaba la fiabilidad de sus predicciones en términos de escaños. Pero lo más destacable en todas ellas era que mostraban un elevado (e inusual) porcentaje de indecisos (más de una cuarta parte de los encuestados). Incluso el sondeo del CIS (basado en un amplio tamaño de muestra) confirmaba ese alto porcentaje de indecisos, además de recortar la distancia entre PP y PSOE.
A ello habría que unir el hecho paradójico de que las predicciones de las encuestas influyen en el ánimo del elector y pueden hacerle cambiar de voto el día de los comicios, contradiciendo así los pronósticos de esas mismas encuestas. Es como si al sociólogo se le escapara el encuestado que acaba de entrevistar, sin posibilidad alguna de ser atrapado de nuevo, salvo que se realice una encuesta el mismo día de las elecciones (por cierto, hay que reconocer en favor de las encuestas, el acierto de la realizada por Ipsos a pie de urna, que prácticamente clavó los resultados de PP y PSOE, aunque se quedó algo corto con los de IU).
En esa situación, todos (medios de comunicación y analistas políticos) deberíamos ser más cautos en la interpretación de las encuestas, y tener en cuenta, además, que las predicciones electorales se hacen en forma de horquilla (más o menos abierta, según el margen de error). En el caso de las elecciones andaluzas, tendríamos que habernos fijado no en el extremo más favorable al PP en la horquilla de las predicciones, sino en el menos favorable (en algunas encuestas sólo le daban 53 escaños y al PSOE 47), pues tanto uno como otro tenía las mismas probabilidades de acertar. Teniendo en cuenta que la gran cantidad de indecisos (principalmente, antiguos votantes socialistas) tenían siempre el refugio de votar a IU, tendríamos que haber previsto que algunos escaños se iban a decidir al final por un puñado de votos, y que esta opción de izquierda tenía muchas probabilidades de lograrlos. Si se hubiera hecho ese análisis, no se habría dado por segura la mayoría absoluta de Arenas.
En definitiva, las encuestas son instrumentos necesarios y útiles en una sociedad democrática. Cuando aciertan, pasan desapercibidas, pero cuando fallan, centramos en ellas nuestras críticas. El problema es que nos hemos mal acostumbrado a leer sus predicciones con demasiada ligereza, olvidando que su correcta interpretación exige un poco de sosiego y serenidad, algo que parece reñido con la vida de vértigo que llevamos.
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