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Vellos de grillos para la sordera

Uno de los principales problemas de la política es que demasiados dirigentes han perdido la capacidad de escuchar

Vellos de grillos para la sordera

10 de mayo 2015 - 01:00

Cuentan que cuando Carlos Salinas accedió a la presidencia de México, su familia le animó a seguir lo que denominaron la política del elefante: "Orejas muy grandes para escuchar, una piel gruesa para que no penetre la intriga ni el halago que deforma y cuatro patotas en la tierra". La frase, atribuida a su hermano Raúl, era buena, pero los resultados fueron un desastre. El hombre terminó en medio de acusaciones de enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias. Fue un elefante, pero metido en una cacharrería.

No hay un político en la historia que no haya dicho en algún momento de su carrera eso de que "hay que escuchar a los ciudadanos". Escuchar a los ciudadanos es el ma, me, mi, mo, mu del discurso de un dirigente. Cuando a una persona lo hacen candidato de algo, lo primero que anuncia es su disposición a escuchar a los que pretenden que le voten. Por eso en política se nace con orejas de elefante, pero se corre siempre el riesgo de terminar con orejas de burro. O con orejeras, que es el estadio intermedio: unos artilugios que te impiden ver más allá de lo que tienes delante de la frente.

En política, a la hora de escuchar, hay dirigentes más originales que otros. Hace unos días la candidata del PP a la alcaldía de Madrid, Esperanza Aguirre, anunció los denominados consultorios callejeros. Y se la vio en una foto sentada en un sofá en la Glorieta del Pintor Sorolla para escuchar las quejas y sugerencias de los vecinos. En Málaga, por citar otro ejemplo ocurrente, el alcalde Francisco de la Torre decidió gastar 200.000 euros en colocar unos opinómetros en las calles para recoger propuestas de los malagueños. Era su manera de escucharlos. Una única vez nos dieron a conocer los resultados y se acabó el experimento. A los opinómetros de De la Torre les debió pasar como a aquel viejo chiste del buzón de correos que pusieron en un pueblo, que cuando se llenó de cartas lo tiraron y colocaron otro vacío.

Cuando un político dice que hay que escuchar a los ciudadanos, normalmente se está refiriendo a un asunto espinoso sobre el que no se quiere pronunciar. De la Torre, por seguir con el ejemplo, tiene una especial tendencia a oír a los vecinos, pero siempre lo hace de una forma selectiva. Ahora, con las elecciones en marcha, está demostrando una sensibilidad auditiva todavía más especial que de costumbre. Aunque, como digo, es aleatoria. Escucha, por ejemplo, muy bien el ruido del metro, pero es imperceptible para sus oídos la suciedad de las calles y la negociación con Limasa, el contrato más millonario que debe cerrar la nueva corporación.

La política, en general, se nos ha llenado de políticos deseosos de escuchar a los ciudadanos, pero que hacen todos los días oídos sordos a lo que dicen. Y así, es muy difícil entenderse. Los españoles llevamos años de crisis clamando al cielo por la situación en la que se encuentra el país, pero como los políticos siguen en Marte es difícil hacerse escuchar desde tan larga distancia. El problema, además, tiene un añadido: nos mienten mucho. En cualquier otro país, la mentira está muy mal vista, pero en España se lleva con mucha naturalidad y, sobre todo, sin consecuencia alguna para el mentiroso.

Con todo, el problema esencial es de actitud. La diferencia entre escuchar y oír está en la intención. Escuchar es algo que se hace intencionadamente, mientras oír no requiere de voluntad alguna. Por eso, nos oyen mucho pero nos escuchan poco. Hace unos años unos científicos holandeses lograron algo increíble, imitar los detectores de ruidos más sensibles de la naturaleza: los vellos de los grillos. Los físicos, de la Universidad de Twente, aseguraron que habían logrado hacer una réplica de los sistemas de terminaciones capilares en los grillos, capaces de detectar las más pequeñas fluctuaciones en las corrientes de aire causadas por cualquier insecto, por pequeño que fuese. Desde el aleteo de una avispa al ataque de una araña.

El viernes empezó la campaña electoral para elegir al alcalde de su pueblo o de ciudad. Fíjense bien en los carteles de sus calles. Se trata de buscar a un candidato con orejas de elefantes y vellos de grillos en su interior. Y, a poder ser, que no lleve orejeras. No solo de las que impiden escuchar, sino también de las provocan que los políticos tengan esa percepción tan limitada de la realidad que continuamente demuestran. Todo lo demás es cacharrería. Y la campaña, demasiadas veces, un elefante entrando en ella.

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