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Las elecciones al Parlamento catalán de marzo de 1980

Tercer artículo del ex mandatario de la Junta de Andalucía de la serie que analiza la relación de los socialistas catalanes y España

El primer secretario del PSC Salvador Illa, con Raimon Obiols -segundo por la izquierda-, Miquel Iceta, José Montilla y Manuela de Madre. / Efe

Para el 20 de marzo de 1980 fueron convocadas las primeras elecciones para el Parlamento de Cataluña. Me llamó Raimon Obiols –con quien había trabajado, codo con codo, en la Mesa de la Comisión Política del Congreso Extraordinario del PSOE de 1979– para solicitarme que me desplazara unos días a Barcelona para participar en la campaña electoral. Y allí que me fui.

Raimon Obiols siempre me ha caído bien. Un personaje serio, riguroso en su trabajo, con honda preparación política y con claridad de ideas. Con una precisión: él ha sido siempre muy nacional-catalanista de formación y de estirpe. No obstante, Raimon Obiols siempre me ha parecido un personaje coherente y digno de respeto. 

Durante mi estancia en Cataluña asistí a cuatro actos públicos: el primero, de espectador, en un Palacio de Deportes, con Joan Raventós –candidato a la Presidencia– de protagonista. El público era abundante, pero sin exagerar. Y todas las intervenciones fueron en catalán y muy monocordes, dedicadas a cantar las futuras excelencias de Cataluña con un gobierno socialista. Habló sólo para los catalanes de origen. Y no percibí mayores entusiasmos.

En los tres actos siguientes, tuve de compañero a Lluis Armet, entonces consejero del Govern de Tarradellas, en tres actos sucesivos: En el barrio de Bonavista, de Tarragona, en donde los asistentes eran mayoritariamente inmigrantes de Andalucía y Extremadura; en Igualada, ciudad media con industria textil y del cuero; y en Amposta, capital de la zona del Delta del Ebro, dedicada mayoritariamente al cultivo y comercio del arroz. Cuando hablaba Lluis Armet el público escuchaba atentamente pero no se encendía; cuando me tocaba a mí –que nunca he sido un orador enardecedor–, el público interrumpía encantado y ovacionaba al final. Se lo comenté a Armet y él me dijo: “Es que los andaluces tenéis una gracia especial”. No me convenció…

Se lo comenté a Alfonso Guerra, que también estaba por Cataluña esos días, y me dio la clave: “No, Pepe. No es que tengamos una gracia especial… Es que les hablamos en su lengua materna y les hablamos de sus problemas”.

Al final, el PSC perdió las elecciones. Y llegó Pujol, que en 1988 puso en marcha el Plan Cataluña 2000, un pormenorizado programa de asalto para infiltrar el nacionalismo en todas las instituciones públicas, sociales, empresariales y mediáticas de Cataluña, como demuestra Óscar Uceda en Cataluña, la historia que no fue, (Espasa, 2023), cuya lectura recomiendo.

Después de la derrota de 1980 se abrió un duro debate en el seno del PSC, entre el llamado entonces Frente Obrerista, con Carlos Cigarrán y Ernest LLuch al frente, y el sector catalanista, comandado por Obiols. Los primeros argüían que el mensaje había sido muy similar al de Convergencia y Obiols defendía que no se había sido “suficientemente nacionalista”. Y Obiols ganó el debate. (El relato de este episodio, en Joan Esculies, Ernest Lluch, RBA, 2019). 

Desde entonces, el sector catalanista ha dominado el PSC. Y así nos ha ido… Hasta ahora, cuando el PSC, ERC y Pedro Sánchez han acabado por revivir el relato del procés, como ha dicho Pepe Borrell, y han llegado a acuerdos lesivos para el resto de los españoles y para la Constitución. Ya veremos lo que viene después.

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