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El drama escrito en una libreta

Los redactores que han cubierto el caso de Ruth y José relatan la crónica de unos meses de guardias interminables, leves esperanzas y también malos presagios, que al final se cumplieron hace apenas unos días.

El drama escrito en una libreta
Gema N. Jiménez/Ángel Robles

09 de septiembre 2012 - 01:00

Todo comenzó un fatídico 8 de octubre, aunque no fue hasta el día siguiente cuando cundió la alarma por la pérdida de dos niños: Ruth y José. Los primeros datos que llegaban a la redacción de El Día, en la calle Cruz Conde, eran confusos, aunque ya empezaba a sonar el nombre de su padre, José Bretón, y el de la madre, Ruth Ortiz, y los problemas que habían surgido entre ambos tras poner fin a su relación matrimonial hacía tan sólo unas semanas. Con esas vagas referencias, el primer lugar de referencia fue el parque Cruz Conde, donde supuestamente los dos hermanos habían desaparecido hacía unas horas sin dejar rastro mientras pasaban el fin de semana con su progenitor y la familia de éste. Poco se sabía allí del suceso y fue imposible encontrar a algún testigo que el día anterior hubiese visto a los dos pequeños pasear junto a su padre en el circuito deportivo, tal y como él aseguró cuando denunció la desaparición.

El siguiente foco informativo se encontraba en la comisaría Campo Madre de Dios, donde a media mañana llegó Ruth Ortiz acompañada de sus familiares. El fotógrafo Álvaro Carmona logró captar la primera instantánea de una madre compungida, que ya mostraba en su rostro el dolor y la desesperación. La tía materna de los pequeños y una amiga de la familia, Esther Chaves, enseñaban con lágrimas las primeras fotografías de Ruth y José. La pequeña reflejaba dulzura en su mirada; su hermano transmitía vivacidad, alegría...

Observando esas instantáneas, se nos encogía el alma. Fuimos conscientes de que nada iba a ser fácil y, como un torbellino, el caso empezó a compararse con los de Marta del Castillo, Mari Luz Cortés o Madeleine Maccann. Al cumplirse 24 horas de la pérdida, los familiares más cercanos decidieron iniciar una pegada de carteles por la ciudad. Era domingo y, por tanto, había dificultades para encontrar una copistería abierta donde reproducir las fotos de los pequeños. Estanislao, el tío materno de los niños, pedía con nerviosismo una dirección, y el único recurso disponible fue la redacción del periódico, en la calle José Cruz Conde. Hasta aquí vino. En una conversación con el redactor jefe, Francisco Javier Domínguez, le contó su perplejidad y los problemas tras la ruptura matrimonial.

El 10 de octubre, por primera vez, la finca de Las Quemadillas se convirtió en el foco de las miradas. Esta zona de chalés, en el límite del mayor polígono industrial de la ciudad, empezó a recibir durante el día a policías y a periodistas. Los informativos nacionales abrían aquellos días con la noticia de la desaparición y había que estar pendientes de lo que decían los corresponsales enviados a Córdoba, con buenos contactos en Madrid y, por tanto, bien relacionados con fuentes de las unidades policiales que asumieron la investigación. Aquel día se produjo la primera de las numerosas guardias que luego tuvieron lugar ante la parcela de la familia de José Bretón.

Poco a poco, empezaron a ser conocidos los propietarios de las viviendas colindantes y los empresarios de las naves industriales: estaban los vecinos que no hablaban, fuentes mudas a las que era imposible arrancarles una sola palabra de lo que pasó en la tarde del 8 de octubre, muy cercana en aquel momento, y aquellos otros que, casi siempre off the récord, daban unas pinceladas de la familia de Bretón y de él mismo. Así, poco a poco, se configuró el retrato del ahora imputado, un hombre retraído que, según se supo, había decidido apartar sus estudios para alistarse en el Ejército. Un hombre extraño y de personalidad complicada, amable para unos y distante para casi todos, un vecino que no hacía ruido, un padre de imagen intachable.

Aquella misma tarde, la Policía se desplegó en Las Quemadillas. Nunca en Córdoba una noticia había acaparado tanta atención en todo el país. Las unidades móviles y las cámaras cambiaron el polígono industrial. Cuando cayó la noche, se encendieron los focos a ambos lados del muro de la parcela: fuera, la de los corresponsales de los informativos de la noche; dentro, la de los agentes que sometían el terreno, por primera vez, a un registro exhaustivo. Es fácil acordarse del frío del otoño incipiente de aquel momento y revivir las sensaciones: el nerviosismo por la cercanía de la hora del cierre del periódico sin un titular claro, la urgencia de contar a través de las redes sociales lo que ocurría y el vértigo por la dificultad que los periodistas locales tuvimos para acceder a las fuentes. Uno a uno, como en un silencio premonitorio, empezaron a conectar con los platós los corresponsables. La última fue la periodista de Televisión Española Mavi Doñate, quien en aquel momento ya avanzó lo que luego sería la resolución del caso: la Policía había encontrado restos biológicos entre las cenizas de una hoguera. Cuando los focos de las cámaras se apagaron y se silenciaron los micrófonos, perduró el sonido del motor de los generadores al otro lado de la finca. Aquella primera guardia -la primera de muchas- duró hasta más allá de las tres de la madrugada.

La tranquilidad de la calle Don Carlos Romero, donde está la casa de los abuelos paternos, se vio rota un par de días después de la desaparición de los niños. La primera guardia allí fue el 11 de octubre, con un calor que poco tenía que ver con el otoño. Todos esperábamos captar la imagen del padre de los niños o alguna declaración en la que contara qué fue lo que pasó el sábado anterior. Y, sobre todo, alguna palabra en la que mostrara su dolor o un llamamiento para que sus hijos regresaran a casa. Pero las horas pasaban y Bretón se ocultaba entre las cuatro paredes de su hogar, con las persianas y las puertas cerradas a cal y canto. Ya pensábamos que ésa no era la reacción normal de alguien que de una forma inexplicable había perdido a sus hijos.

El 18 de octubre, tuvo lugar un punto de inflexión, cuando la Policía detuvo al padre de Ruth y José como sospechoso. El nerviosismo y la tensión se palpaban en el ambiente, ya que a partir de ahora no había dudas de que el progenitor ocultaba un secreto que, más tarde o más temprano, se sabría. En esta sucesión de acontecimientos, continuaban las esperanzas, y el mayor deseo para los periodistas era escribir que los pequeños habían aparecido.

Tras mostrarse huidizo durante días, José Bretón se expuso a la opinión pública el viernes 21 de octubre. Después de tomarle declaración como imputado, el juez instructor, José Luis Rodríguez Lainz, decidió reconstruir en el Parque Cruz Conde la versión del detenido. Pese al despliegue policial, los medios de comunicación no tuvimos problemas en captar imágenes de Bretón. Se presentó cabizbajo, con la mirada perdida y una expresión que desvelaba su nula empatía ante el drama. Irremediablemente, aquella persona debía ocultar algo. Hubo un instante en que hizo el amago de llorar, pero fue sólo eso, un amago. Fueron momentos de sensaciones confusas: ganas de vociferar contra aquel individuo, como hacían muchos curiosos, y al mismo tiempo, conmiseración hacia aquel padre vapuleado. Imposible ahora sentir algo de compasión hacia un presunto asesino.

A los pocos días, el abogado defensor de Bretón, José María Sáznchez de Puerta, convocó una rueda de prensa en el Colegio de Abogados. La entrada al salón de actos fue de impacto por la cantidad de cámaras y micrófonos: ninguna rueda de prensa convocada antes en Córdoba había suscitado tanto interés. Los reporteros de los matinales se convirtieron pronto en los protagonistas del encuentro, con conexiones en directo y preguntas repetidas hasta la saciedad, fruto de una competencia voraz por la audiencia.

Sánchez de Puerta se convirtió a partir de ese momento en uno de los protagonistas de la historia. No han sido pocas las guardias ante las puertas de su despacho, en la plaza de San Miguel, y muchas sus comparecencias públicas después de visitar a su cliente en la cárcel. Buen conocedor del funcionamiento de los medios, dejó pronto claras sus simpatías y sus resquemores ante según qué periodista. Colaborador la mayoría de las veces, en ocasiones no ha pestañeado a la hora de burlar a los periodistas, como cuando, tras una declaración de Bretón ante el juez, salió por la puerta trasera de la Audiencia para no hablar ante los micrófonos.

El 8 de enero se cumplían tres meses de la desaparición de Ruth y José. Era sábado, hacía frío y llovía. Pero esto no impidió que centenares de personas saliesen a la calle a pedir el regreso de los niños. El punto de encuentro fue el bulevar de Gran Capitán, donde, refugiados bajo los paraguas, esperamos la llegada de la madre, Ruth Ortiz, que por primera vez iba a ponerse frente a las cámaras. Decenas de periodistas aguardábamos a escuchar por primera vez la voz de una mujer rota por el dolor, que había preferido mantenerse a la sombra y pedir prudencia antes de acusar a nadie. Pero ese día, Ruth sacó fuerzas y, con entereza, se dirigió al que fue su marido para exigirle que dijera la verdad de lo que había ocurrido. Al escuchar esas palabras de Ruth, supimos que aquella mujer estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes. El objetivo de aquel día, dejando a un lado la rabia, era trasladar a los lectores el mensaje de una madre que tenía muy claro quién era el responsable de todo.

La insistencia del juez nos llevó de nuevo a Las Quemadillas a hacer largas guardias en junio; el calor era ya insoportable. Con una pequeña silla plegable, había que buscar en cualquier rincón fresco -algunos nos llevamos una sombrilla de playa-, mientras que el equipo de investigadores, arqueólogos y geólogos trabajaban casi sin descanso en el interior de la finca con la ayuda de máquinas excavadoras. En un primer momento los profesionales se centraron en las anomalías detectadas por Ruth Ortiz el día 11 de junio en el interior de la casa y en el terreno colindante, pero, para los periodistas, la desesperación llegaba al finalizar cada jornada de rastreos infructuosos. Días más tarde, los agentes hicieron uso una vez más del georradar: una palabra poco conocida meses atrás pero que, en la redacción, ya se ha convertido en algo familiar. En una silla a la intemperie o en el interior de algún coche junto a otros compañeros, uno intentaba meterse en la mente de ese hombre frío y calculador que defendía a ultranza su inocencia; para quienes lo habíamos seguido desde el principio, sin embargo, era imposible encontrar una lógica.

Y, al fin, en la madrugada del domingo 26 al lunes 27 de agosto, saltó una noticia esperada: varios análisis coincidían en que los restos óseos hallados en la hoguera meses atrás eran humanos. Aquella madrugada hubo que volver a la redacción a verificar un rumor cada vez más fuerte. De manera sorprendente, no fue difícil corroborar la noticia: quienes durante meses no habían descolgado los teléfonos, sí lo hicieron aquella noche para confirmar el giro en la investigación. El cierre de la edición se alargó más allá de lo permitido: la noticia lo requería después de tantas libretas llenas de frases de incertidumbres, días de titulares y desvelos.

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