Cuando la crueldad vive junto a una nevera

Los padres de José Bretón se resignan a no poder ver a su hijo porque el juez lo impide mientras se desarrolla el registro

Los padres de José Bretón, en la puerta de la finca.
G. N. J / Córdoba

13 de junio 2012 - 01:00

La estampa aparece de nuevo desgarradora. Dos personas mayores, un hombre y una mujer, sentadas en una tapia blanca se refugian del calor a la sombra, buscando el resquicio que deja el chaflán de los portones de una finca cercana a la suya. Les han dado dos sillas de plástico para que puedan estar cómodos, si es que eso es posible con la que están pasando desde que su hijo José Bretón denunció la pérdida de sus nietos Ruth y José en el Parque Cruz Conde de Córdoba.

Bartolomé y su mujer, Antonia, llegaron a las inmediaciones de su propiedad sobre las 17:00. Su hija Catalina los dejó en una calle próxima para evitar que se le grabara. Querían ver a su hijo, como el día anterior, pero el juez no lo permitió. Al menos eso es lo que les trasladaron los policías. La estampa se hizo aún más desgarradora cuando los padres comenzaron a llorar.

El padre José Bretón, Bartolomé, lo resumió ante los periodistas que se agolpaban detrás del cordón policial: "Esto es muy cruel, demasiado". A buen seguro, los dos mayores están pasando los peores días de sus vidas, pero no se resignan porque quien entra cada día esposado en la finca es su hijo, a quien quieren ver, a quien quieren tocar porque en la cárcel es distinto. La vida plácida del huerto de naranjos y su tranquilidad, a la que siempre se han referido sus vecinos de la calle Don Carlos Romero, en Levante, se vio truncada un sábado de octubre y desde entonces no han recobrado la tranquilidad. Ayer, Bartolomé se caló su sombrero de paja, quizá de la misma forma en que lo hacía cuando iba a regar a Las Quemadillas, y sólo acertó a mencionar la palabra cruel, nada más y nada menos. A su lado, su mujer, Antonia, con una nevera en la que presumiblemente llevaba comida y bebida fresca. Algo que ofrecer a su hijo para que lo consumiera en lo que se aventuraba un nuevo día de incertidumbre y rastreos.

Alrededor de ellos -hasta que, despacio, se montaron de nuevo en el coche- hubo de nuevo un espectáculo mediático. A los andamios que algunos medios de comunicación han colocado junto a la finca y a los fotógrafos apostados tras los cordones policiales, también se han sumado las avionetas y los paramotores. Y es que ya cualquier cosa sirve para conseguir la instantánea deseada ante el impresionante despliegue policial, que ayer se volvió a repetir.

Poco más de 25 minutos después volvieron a llamar a su hija Catalina, pero no pudieron contactar con ella. En ese momento, uno de los vecinos de la parcela y conocido de la familia se ofreció a llevarlos a su casa de vuelta, donde de nuevo el matrimonio volvería a sufrir en silencio su amargura.

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