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crónica de ganadores y perdedores

Zapatero no logró imponer a Mar Moreno y aceptó a Griñán, propuesto por Chaves, por su mejor perfil para afrontar la crisis

Los nuevos ministros, junto a los Reyes y Zapatero, en la toma de posesión.

12 de abril 2009 - 05:04

HACE tres semanas, una vez cerrada la cuantificación de la deuda histórica, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ofreció a su homónimo de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, integrarse en el Gobierno de España. Con este paso, el principal líder del PSOE activó de facto la sucesión en la presidencia de la Junta en contra del criterio del propio Chaves, que no era partidario de abandonarla en plena crisis económica. "Transmitiría que está huyendo", dijo un destacado miembro de su equipo.

Con el transcurrir de los días y ante la inminencia de la crisis ministerial, Chaves aceptó la oferta, pero antes impuso como sucesor a su vicepresidente segundo y consejero de Economía y Hacienda, José Antonio Griñán, en contra del criterio inicial del propio Zapatero, que era partidario de situar en San Telmo a Mar Moreno, ex presidenta del Parlamento andaluz, ex consejera de Obras Públicas y actual secretaria federal de Política Autonómica.

Para Zapatero, Moreno representaba la puesta en marcha de una renovación en profundidad que necesitaba el PSOE andaluz, y Griñán, por el contrario, un continuismo que no le satisfacía demasiado. Sin embargo, el perfil político del vicepresidente segundo ante la mala coyuntura económica, esgrimido por Chaves como principal argumento, caló en el secretario general del PSOE en unas conversaciones en las que no había margen para el desacuerdo. "Era sí o sí, sin ninguna posibilidad para el conflicto", aseguraron fuentes cercanas a Zapatero.

La génesis de la elección de Griñán, sin embargo, no tiene nada que ver con la versión difundida por el entorno del presidente andaluz de que Moreno fue descartada por Chaves tras enterarse éste de que la jiennense había maniobrado en Madrid para posicionarse ante una eventual sucesión utilizando indebidamente su nombre. Sencillamente, según coincidieron varios miembros de la ejecutiva federal, es "mentira, una burda excusa". Según éstos, la secretaria de Política Autonómica no abandonó en ningún momento la discreción y el perfil bajo que se le exigió para cumplir la hoja de ruta sucesoria.

Fuentes cercanas a Zapatero apuntaron que "es menos cierto aún" que el presidente del Gobierno retirara su apoyo a Moreno antes de aceptar a Griñán. "El presidente del Gobierno siente el mismo afecto, cariño complicidad y lealtad hacia ella, pero la coyuntura situó a Griñán como el sucesor ideal", agregaron estas mismas fuentes.

Estas mismas fuentes situaron la filtración de la marcha de Chaves de Andalucía el pasado domingo en varios medios de comunicación en el deseo del presidente andaluz de sellar públicamente el acuerdo alcanzado con Zapatero, de hacer inamovible la elección del sucesor y garantizarse la vicepresidencia ante un eventual cambio de opinión de última hora por motivos de encaje.

De hecho, cuando trascendió la noticia, desde el entorno de Chaves se hablaba de "una propuesta que Zapatero no puede rechazar" (la tesis era que el presidente de la Junta no podía ocupar otro puesto que no fuera una vicepresidencia), y se comunicó a los secretarios provinciales del PSOE la operación, aunque a los menos afines no se les informó de que Griñán era el relevo elegido.

La versión oficial que trascendió es que Chaves recibió la oferta de Zapatero y sus colaboradores le hicieron ver que no podía decirle que no al presidente del Gobierno. En verdad sólo aceptó cuando cerró el nombre del sucesor. Esa misma lógica fue la que se utilizó para que el vicepresidente primero del Gobierno andaluz, Gaspar Zarrías, no pudiera contestarle que no a Chaves cuando le ofreció la secretaría de Estado de Coordinación Territorial. La verdad es que la salida del jiennense del Ejecutivo andaluz estaba cantada: era una exigencia de la sucesión en sí y del propio Griñán.

A la vez que cerraba con Chaves el relevo en Andalucía y su integración en el nuevo Gobierno, el líder socialista pactó con el vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes, su salida del Ejecutivo. El agotamiento de alicantino ante una crisis que tardó en reconocer era más que evidente, y su continuidad en el cargo sólo servía para acrecentar la sospecha de que las diferencias con Zapatero eran cada vez mayores y resultaban más insalvables.

Para ocupar esta vacante, Zapatero recurrió a Elena Salgado, una persona de confianza del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que se había mostrado en Sanidad y Administraciones Públicas como una eficaz y leal gestora pese a su perfil político discreto.

Manteniendo a María Teresa Fernández de la Vega como vicepresidenta primera y con Salgado y Chaves ocupando las otras dos vicepresidencias, Zapatero completó la remodelación sacrificando, en primer lugar, a la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, para situar en su puesto a su vicesecretario general, José Blanco, con el objetivo de satisfacer políticamente las reivindicaciones de la cartera catalana en trenes de Cercanías y en el aeropuerto de El Prat en un intento de recuperar la estabilidad parlamentaria a través de antiguas alianzas con ERC y IU-ICV, y para dejar el partido en manos de la secretaria federal de Organización, Leire Pajín.

En segundo lugar, prescindió del ministro de Sanidad, Bernat Soria, un reputado científico que llegó al Ejecutivo socialista de la mano del presidente andaluz y que estaba feneciendo de inanición política por falta de competencias. En su lugar situó a Trinidad Jiménez, la única persona de su absoluta confianza que ha ingresado en el Gobierno en esta remodelación, sumándole a Sanidad las competencias de Asuntos Sociales con el objetivo de sacar del atolladero en que se encuentra la Ley de Dependencia por falta de financiación.

En tercer lugar, se deshizo de César Antonio Molina, un gestor con poco perfil político que representó en su día un guiño a un determinado grupo de prensa, para poner en su lugar a Ángeles González-Sinde en un intento de buscar la reconciliación con el mundillo cultural que le aupó a la presidencia del Gobierno. Y en último lugar, sacrificó a la amortizada Mercedes Cabrera y convenció a Ángel Gabilondo, rector de rectores, para que se hiciera cargo de Educación, con las competencias universitarias de vuelta al modelo clásico, con el fin de parar las protestas contra el Plan Bolonia y buscar un gran acuerdo nacional en Educación.

En definitiva, un Zapatero debilitado por el poco apoyo parlamentario que tiene para agotar la legislatura ha introducido en el Gobierno más músculo político para intentar combatir la crisis y el paro con más eficacia, para buscar un nuevo patrón de crecimiento y para no perder unas elecciones europeas que pueden suponer el principio de un cambio de ciclo político en España si el PP las gana.

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