Las crisis que desmontaron el 'chavismo'
Griñán ha necesitado cuatro gobiernos en dos años para desmantelar la herencia de su antecesor en la Presidencia de la Junta
De abril de 2009 a abril de 2011. Cuatro crisis. Cuatro gobiernos. Hace dos años -se cumplirán el próximo día 24-, José Antonio Griñán se sentó por primera vez al frente del Consejo de Gobierno andaluz en una sesión extraordinaria que tuvo como escenario especial el Monasterio de Santa María de las Cuevas, en Sevilla. Quiso estrenar su mandato atacando la crisis, la otra, la económica, anunciando una línea de préstamos para las pequeñas y medianas empresas. Pero a Griñán lo ha tenido ocupado la de su Gobierno y su partido.
Su antecesor, Manuel Chaves, se había instalado en Madrid -vicepresidente tercero y ministro de Política Territorial-, pero el PSOE andaluz había optado por la bicefalia: Griñán dirigía la Junta y Chaves el partido. Lo único que trajo la fórmula fueron ataques de migraña. El jefe del Ejecutivo, que llegó al cargo aupado precisamente por Chaves frente a otras nominaciones -como las de Mar Moreno o Francisco Vallejo-, descubrió en seguida que el dolor de cabeza era permanente. No se iba. Ni siquiera un fichaje de relumbrón, el de la ex alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar , emblema de IU hasta entonces, como consejera de Obras Públicas, le hacía olvidar el malestar. (Precisamente Aguilar sería protagonista de otra crisis.)
Así que al año siguiente Griñán dio el salto, incubó el congreso regional y de él salió un partido nuevo y otro gabinete, del que desaparecieron nombres y apellidos que, a su juicio, lastraban la etapa naciente, y entre los que destacaban, por ejemplo, los de Martín Soler y Antonio Fernández. Sí, Fernández, que dejaba su cartera de consejero de Empleo y que ha terminado -de momento- imputado en el caso de los expedientes de regulación de empleo fraudulentos; sí, Fernández, otro hombre del PSOE gaditano -jerezano para más señas-, todo un sarpullido en el mapa socialista diseñado por Griñán en ese congreso en el que brotó el virus de la disidencia con la sonada espantá de Francisco González Cabaña, secretario provincial del PSOE de Cádiz.
Tras ese cónclave -que, no hay que olvidar, Griñán sacó adelante con un respaldo del 99,8% de los votos de los delegados- el jefe del Ejecutivo emprendió el recorte de consejerías , cuyo número redujo a trece. Para una de ellas designó a Luis Pizarro, hasta ese momento hombre fuerte -en verdad, de hierro- de la vieja guardia del partido que precisamente salía de la dirección del partido, ya en manos de los cachorros que el mismo Griñán había amamantado. Pero esa consejería, la de Gobernación y Justicia, no era más que un detalle para consolar a Pizarro.
Era marzo del año pasado. Otro Gobierno echaba a andar. Y también otro PSOE, que había cortado la cabeza que le sobraba a Griñán. Adiós a la bicefalia. Ya se podía dedicar en cuerpo y alma, Junta y partido, a su prioridad: la crisis, la otra, la económica... Y desde la primera tropezó con los empleados públicos en cuanto dio a conocer sus intenciones de reformar a fondo el sector y en el segundo se encontró con la renuncia del vicesecretario general, Rafael Velasco.
La una sin el otro, la Junta sin el PSOE: otra vez la maquinaria chirriaba. Griñán la engrasó moviendo nombres para que la fractura en el partido soldara lo antes posible. ¿Y en el Gobierno? Otra vez Madrid marcó la pauta: Rodríguez Zapatero puso sus ojos en el fichaje rutilante que el presidente de la Junta había hecho para su primer Ejecutivo porque compartía su "filosofía política". Rosa Aguilar dejaba la Junta para ser ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, aunque Griñán insistiera en que no la dejaría marchar si no era a un ministerio de peso. Se marchó. Y otra crisis. Más cambios, y otro Gobierno, ahora con Josefina Cruz en Obras Públicas y Vivienda. Así, hasta ayer. Hoy ya hay otro. Sin Pizarro. Adiós al chavismo.
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