Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
Las Tres Gracias del presupuesto andaluz y Séneca
Coronavirus Andalucía
Hace hoy dos años se hizo el apagón. El Gobierno anunció el estado de alarma obligado por un virus que venía de China y que amenazaba al mundo. Los cierres se fueron sucediendo. De la categoría a la anécdota, países, casas y cabezas, los andaluces descubren que existen fronteras. Es el hombre contra el coronavirus, que es la naturaleza, que es lo inexorable. De repente, España pasa de la fiesta al cuartel. El 14 de marzo de 2020 el miedo se hace oficial y la alarma queda impresa en el BOE.
Si la Fundación de Español Urgente refrendó selfi como palabra de 2019, confinamiento fue a tomar el relevo de 2020. Nadie lo sabía entonces. El decreto de alarma daba cobijo constitucional a la adopción de medidas de excepción para una situación sanitaria que era de excepción. La autoridad quedó en las manos exclusivas del presidente del Gobierno de España. El estado de alarma que iba a limitarse a 15 días terminó prorrogándose tres meses, hasta el 21 de junio, hasta el soñado verano tras una primavera sin Semana Santa ni ferias.
La política frente a una pandemia, el hombre contra la naturaleza. Que si las mascarillas, que si las horas, la libertad, los paseos o la desescalada. A todo esto, no había quien fuera a un bar. En las calles y las Cortes, todas vacías, se discutió también del Covid-19, pero no sobre las vacunas. La discusión se había hecho ruido, la confusión era abrumadora.
El estado de alarma entró en vigor al comienzo de lo que hoy se sabe que fue la primera ola. Impedir el contagio requería limitar los contactos, contener el pico. Fue el primer capítulo. Hasta el viernes la pandemia ha firmado 13.094 andaluces muertos. A pesar de la duda y la reticencias funcionó el encierro. Para un amplio sector de la población, las restricciones llegaron tarde; otros temían la parálisis económica y se preguntaban si merecía la pena. También hoy hay quien se lo pregunta. Entonces pareció el fin de la pandemia.
Descontada la euforia estival, nadie dejó de vivir durante el estricto encierro decretado por el estado de alarma. Los desabastecimientos de harina, de papel higiénico y de claves para las plataformas digitales eran muestras de vida. Las cocinas vuelven a ser despensas y las casas, hogares; las azoteas simultanearon el salón de la casa, el de los juegos, de encuentros y riñas. Aquellos días, los había aplaudiendo y los que respondían con cacerolas. Unos se desahogaban con loas a los hospitales y los otros con reflujos al resto, respuestas naturales a la incertidumbre y el miedo. La libertad, los derechos humanos y la democracia frente a la salud pública, la enfermedad y la muerte.
La Junta de Andalucía, reunida en San Telmo dos días antes del estado de alarma, adopta medidas generales mientras caen los gritos de los hospitales en Italia. El Gobierno andaluz anuncia la contratación de 4.000 sanitarios. La extrema capacidad de contagio del virus hace imparable una pandemia en esta aldea global. La OMS lleva semanas avisando. El 25 de febrero solicita también acciones urgentes a los dirigentes mundiales. El día 29, eleva a "muy alto" el riesgo de expansión del Covid-19. Aquellos días Sevilla confirma el primer positivo no turista, el primer autóctono. El contagio local redibuja los papeles. Las autoridades andaluzas son conscientes del calibre de una crisis que no ha dejado de colear durante los últimos dos años. La pandemia fue evidencia.
Justo hace hoy dos años que Juanma Moreno previó un empeoramiento de la situación. La palabra serenidad caía ya como de ensueño para el público. Andalucía contaba en aquel momento cinco fallecidos y 376 casos confirmados. "La epidemia avanza, los contagios aumentan y es necesario actuar sin demora", afirmó el presidente de la Junta de Andalucía.
Los dirigentes, también los autonómicos, se vieron obligados a adoptar políticas que jamás habrían imaginado, a afrontar una crisis sanitaria, social y económica y a habituarse a dialécticas entre la salud y la economía que solamente habrían podido rastrear en novelas sobre misteriosos virus norteafricanos o en las crónicas de la peste de Atenas. Lo cuenta Tucídides, el primer cronista riguroso que ha servido de referencia por su discreción y juicio. Sobre el insólito estado de alarma establecido hace dos años también seguirá juzgando la historia.
En el 430 a. C., segundo año de la Guerra del Peloponeso, la epidemia ateniense devasta más que los ejércitos de Esparta. Fue una plaga de tifus, la primera contada. La crónica podría haberse firmado igualmente hace dos años, cuando el estado de alarma, al inicio de la pandemia del Covid-19: "Lo más terrible de la dolencia era el decaimiento al sentirse enfermos. Entregados a la desesperación, se abandonan sin poner remedio y, contagiándose unos al cuidar de otros, morían como ovejas. Todo remedio humano resultaba inútil: oraciones en los templos y oráculos eran en vano y acabaron por renunciar, vencidos por el mal". La desesperación de los sanitarios de entonces, cuenta el historiador griego, era por la aniquilación de una enfermedad que provocaba un "horrendo final" y contra la que no se poseían "ni conocimientos ni remedios".
Todas las pestes tienen orígenes y consecuencias sociales y económicas. La de Atenas brotó en un ciudad fortificada, abarrotada y protegida de la infantería de Esparta y sus aliados. El asedio, sin embargo, comenzó un giro. El ejército de Esparta, fuera de los muros, empieza a aterrorizarse del humo de las pilas de los apestados muertos. Los atenienses, que habían confiado en el mar, pierde a sus marinos más expertos junto al tercio de su población. Su faro, Pericles, también es víctima de la plaga. Atenas deja de ser Atenas.
España y Andalucía están en volver a ser lo que fueron. Sólo hay que ver la cuaresma. La Semana Santa es inexorable, como lo fue el coronavirus. Todo era impensable hace dos años. Como el relato de Tucídides, la pandemia ha contado con su retransmisión en directo y, con ella, los brotes de sentimientos, imágenes, miedos y desesperaciones, principalmente en la primera fase, cuando la cuarentena. La libre circulación quedó limitada a las actividades de primera necesidad –-alimentos, medicamentos, asistencia a personas vulnerables y etcétera–-. O el salvoconducto. Los viajes quedaron limitados aquel 14 de marzo. Las aduanas priorizaron el tránsito de productos de primera necesidad. La Tierra había quedado paralizada, a oscuras, en silencio.
El estado de alarma quedó establecido una semana antes del equinoccio primaveral. Los pájaros, los insectos y los colores insultan. Pese a la primavera, el confinamiento significa en la práctica el frenazo del planeta, el regreso a una economía de subsistencia. A palabras olvidadas, como peste, que suena a tratado médico, al Antiguo Testamento y al Apocalipsis. Una plaga vieja que vuelve a Europa, el jinete que salta del libro a la realidad y que sólo ha sido eclipsado por la nueva guerra europea.
La gente no dejó de vivir con el estado de alarma, tampoco de morir. No sólo por Covid-19. Con los centros sanitarios abarrotándose de infectados de un ente desconocido, la recomendación consiste en evitar los hospitales. También en la muerte. Una ambulancia en el barrio es motivo de pánico. Los sanitarios llegan a los dormitorios en busca de indicios de la nueva plaga, ataviados como astronautas. Podía chirriar la inmediata orden de la apertura de ventanas, pero nadie sabe entonces de la ventilación, los aerosoles y las gotículas. Es casi primavera. El relente de la madrugada está capacitado para despertar incluso a un enfermo sin SARS-CoV-2. Hace frío. Era el comienzo, fue la primera de las seis olas.
La organización, la evidencia, la conciencia, los protocolos y las vacunas han hecho que la pandemia no sea la de hace dos años, aunque el estado de alarma y el encierro permanezcan. Andalucía pasa del selfi al confinamiento en la estupefacción de cada pandemia. Nadie guardaba un aprendizaje de la anterior, la de hace 100 años, la pandemia de la gripe española. La enfermedad y el fin de la Gran Guerra fueron el antecedente de los "felices años 20".
Dicen que la historia se repite. Iba camino de repetirse. La explosión natural después de dos años y de vacunas barruntaba múltiples semejanzas. Vacuna fue elegida palabra del año por la Fundación de Español Urgente en 2021, como antes lo fueron confinamiento y selfi. La candidata de 2022 sonaba a frenesí en un contexto de deseada "endemia", esperada vacunación universal planetaria o llegada de los antivirales. Estaba siendo el ambiente propicio. La expansión fantaseada desde hace dos años, desde el día del encierro original, desde siempre. Estaba en el aire, el frenesí, antes de la invasión del ejército ruso, antes de la guerra de Ucrania.
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