Andalucía, ante el cambio climático

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La crisis del agua se presenta como el principal reto del sur del país

Según la previsión menos optimista, la mayor parte de la comunidad autónoma tendrá un clima casi desértico a final de siglo

Ciervos en la carretera norte de Matalascañas, cerca de Doñana.
Ciervos en la carretera norte de Matalascañas, cerca de Doñana. / Alberto Domínguez
Pilar Vera

20 de noviembre 2022 - 06:00

Como en tantos otros discursos, en el del cambio climático está empezando a pesar más lo que se ve pero no se dice. Señalar los datos del IPCC, las tablas climáticas y el abandono del sur. Bien. Que no hay planeta B, que no hay tiempo, que hemos de ser buenos chicos, comer menos carne, reciclar, usar transporte público. Como en las anteriores, entre una miríada de mensajes semejantes, la Cumbre del Clima que hoy termina en Egipto ha visto llegar la usual invasión de vuelos privados y de lobbies diversos, que igualan o superan en número a las organizaciones medioambientales.

Por mucha buena intención que se le eche, el escepticismo social al respecto es más que comprensible: “A estas alturas de la negociación –comentaba el viernes, desde El Cairo, Javier Andaluz, de Ecologistas en Acción–, los acuerdos van demasiado lentos y demasiado tarde. Hay documentos todavía abiertos a negociaciones y muchos temas bloqueados, sobre todo, el compromiso de los países del norte a aportar la financiación necesaria para adaptación, pérdidas y daños del sur”.

Para el portavoz, el abismo entre el papel y la realidad lo pone “la falta de compromiso político a nivel internacional y nacional. Un país como España está proponiendo una reducción del -23% en sus emisiones mientras debería alcanzar al menos un -55% de acuerdo con IPCC”. Al fin y al cabo, indica, los gobiernos representan a sus realidades socioeconómicas y políticas, “y se deben a sus votos”. Y luego están aquellos países en los que la tónica es la falta de libertades y derechos humanos: “Es muy difícil encontrar un camino que incluya a las islas que desaparecerán en el Pacífico y a las potencias saudíes”, ejemplifica.

Aun así, y aunque la gestión a ralentí y el greenwashing muevan a levantar los hombros o a arquear las cejas, la realidad está siguiendo como una alumna aplicada las previsiones de los científicos. De hecho, está superando sus expectativas. Trasladando los cálculos del IPCC a los escenarios locales de cambio climático andaluces, según datos hechos públicos desde la administración andaluza, el aumento considerable de temperatura en el sur de España está fuera de duda: según modelos de evaluación (MIROC o CGCM3), presentan un incremento para la región de entre 3,6 y 6,5 grados de más –dirán que los pronósticos del IPCC son menores: parece que nosotros aportamos más a la media–. La evolución de la precipitación, sin embargo, no se inclina tan claramente a una disminución, ya que Andalucía es una región climática cercana al punto de inflexión limítrofe entre las zonas que van a aumentar las precipitaciones y las que van a disminuir. Pero el escenario actual lo que muestra –y a lo que parece que nos acercamos– es un aumento de los periodos secos y precipitaciones en tromba: el volumen total podría ser parecido, pero los parámetros serían muy distintos.

De hecho, las previsiones más pesimistas –el business as usual: y lo usual está siendo, de hecho, aumentar las emisiones- , según cálculos del MIROC, suponen que a finales de este siglo la mayor parte del territorio de Huelva, Cádiz, Málaga, Sevilla, Jaén, Granada y Almería presentarán escenarios climáticos de desertificación (semejante al que ahora arroja la zona no montañosa de Almería, provincia que pasaría a tener en su mayor parte un clima desértico frío, similar al del interior de su provincia).

“Nuestra comunidad, heterogénea como es, tiene un problema de suelo importante –comenta José Damián Ruiz, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga –. La existencia de una dinámica climática de periodos secos cada vez más extensos y estrangulamiento hídrico hace que la vegetación reduzca su periodo activo: esto genera un problema de combustible importante, muchas veces, en zonas de despoblación. Hay zonas en Andalucía que pueden alcanzar una gran capacidad de desertificación, que llega a ser irreversible. Hay que abordar el tema en profundidad y buscar soluciones en consenso desde el punto de vista de la mitigación y adaptación al cambio climático”.

Cuanto más al sur, recuerda Javier Andaluz, más acuciantes serán los efectos de degradación planetaria.

Todos sabemos mirar al termómetro y –los que podemos– recordar los veranos pasados, de unos tres meses de duración, más allá de que en 1981 hiciera mucho calor en Chinchilla del Condado. La sequía, esa vieja conocida, se ha vuelto estructural: el actual ciclo seco acumula varios cumpleaños.

Los agricultores son los primeros que lo señalan: la vendimia en el marco de Jerez este año, por ejemplo, se adelantó a finales de julio. O el tema de las especies exóticas, que tiene en los cambios de escenario climáticos una carta importante: en el Estrecho y en la desembocadura del Guadalquivir tenemos dos ejemplos principales, el alga asiática el alga asiáticay el cangrejo azul, ambos de tratamiento muy distinto a nivel administrativo. Las incógnitas que arroja el cambio climático son muchas: ¿cambiarán los caladeros? ¿qué núcleos de población se vaciarán por la subida del nivel del mar? ¿Nuestros nietos verán nieve en Sierra Nevada?

Respecto a este punto, el Plan Andaluz de Acción por el Clima Plan Andaluz de Acción por el Climaapunta que la “disminución de las precipitaciones en forma de nieve y la contracción del espesor del manto de nieve van a generar un descenso de los ingresos por el turismo de esquí y otras actividades de invierno en el entorno de Sierra Nevada”. Pero el escenario ya está sujeto por los pelos: desde 2018 hasta 2021, la estación de Sierra Nevada sumó 210 nuevos cañones de nieve y, aun así, hay dudas de que se pueda mantener la temporada desde el puente de diciembre al 3 de mayo. La estación presenta, desde 2014, una anomalía de un grado de más casi continuada, y de medio grado desde el 97. Parece que, en efecto, la tendencia es que llueva menos de continuo y más en tromba.

Un grupo de flamencos, en un humedal seco de Puebla del Río.
Un grupo de flamencos, en un humedal seco de Puebla del Río. / José Manuel Vidal

“Los episodios climáticos en Sierra Nevada van subiendo el altura y se van reduciendo las plantas, la fauna y el agua –explica Pepe Terrón, de Ecologistas en Acción en Granada–. Se emplea una visión cortoplacista, no de futuro y a los políticos no les importa. Se sienten protegidos: saben que van a vivir más tiempo que tú y lo que pase después, no importa”.

Después de mí, el diluvio. O su contrario.

Granada también ha visto este año cómo las pernoctas turísticas disminuían por las altísimas temperaturas. Y luego está que también se puede “morir de éxito”, apunta José Damián Ruiz. Una de las preguntas que arroja el cambio de marco climático, pero también, económico y de reducción de emisiones, es si podremos seguir enfocados a un turismo de masas: “Los servicios e infraestructuras de una ciudad, o un centro histórico, están calculados para soportar determinada población, no el triple, de forma continuada, durante meses”.

Sin duda, dentro de esas cosas que apenas se mencionan a nivel político es el de la realidad del agua. En primer lugar, porque se hace una confusión interesada entre sequía y déficit hídrico. El mismo Pedro Sánchez habló de la gravedad de la escasez de agua en el COP27, poniendo como ejemplo Doñana, pero se limitó a mencionar la crisis climática y no a señalar el impacto que tiene en el Parque Natural el sistema de regadíos. Por primera vez, de hecho, la COP ha reconocido que uno de los mayores impactos que van a darse a nivel mundial estarán reflejados en el ciclo del agua y su disponibilidad.

Rafael Seiz, especialista en el tema del agua en WWF, aclara los conceptos: “La sequía meteorológica es la falta de lluvia, el que hayamos encadenado dos años de precipitaciones más irregulares, con otoños en los que apenas llueve –desarrolla–. Es decir, se ha desplazado la estación tradicional de lluvia y, en Andalucía, se ha reducido la cantidad de agua algo por debajo de la media. Otra cosa distinta –subraya– es el concepto de escasez de recursos en embalses y acuíferos, y esto es lo que tiene en estado de alerta a los usuarios del agua y a los gestores, porque no tienen capacidad de almacenar el poco agua que llegue y están a un nivel muy bajo”.

“El problema –continúa– es que en la cuenca del Guadalquivir tenemos unas demandas tan elevadas que llevamos años consumiendo nuestro crédito, y así estamos, con los embalses al 20%. La situación actual es consecuencia de decisiones en el uso del agua que se tomaron hace dos años, cuando ya se preveía que la situación iba a arrojar un nivel bastante bajo, y se tomó la decisión de no limitar el uso por el impacto socioeconómico: no quieres que se te eche a la calle gente que no tiene agua para regar, metida en créditos, etc. Pero, realmente, es dar una patada adelante, y si las políticas hubieran sido otras, el escenario hoy sería algo distinto: la cuenca del Guadalquivir soporta un 90% de uso agrícola”.

Para Seiz, el campo es, actualmente, un negocio de alto riesgo: “Con el cambio climático, además, la incertidumbre respecto al momento y cantidad de precipitaciones se hace cada vez mayor. Ahora mismo, como se ha roto el ciclo habitual de sequía, hemos estado por debajo de la media los últimos diez años”.

“El único modelo sostenible de agua es el que aprovecha los recursos endógenos del territorio –asegura Javier Andaluz–. Si tu cultivo tradicional es mediterráneo, pues no hay que viciarlo con la introducción de otras especies, o meterlos en regadío intensivo, como ocurre con el olivo”.

“El político –prosigue Seiz– está aprovechando la situación de desesperanza para ganar rédito: aquí estoy yo y te soluciono el problema. Pero es una actitud irresponsable porque ya no sabemos cuánta agua vamos a tener, ni cuándo vamos a tenerla. La solución de infraestructuras ayudó en el pasado, pero ya quedan pocos lugares en los que tengan sentido por costes, técnicas y capacidad de aumentar la regulación, por no hablar del impacto directo de la cantidad de agua de la que disponen unas zonas y otras. Las medidas han de ir enfocadas a mejorar y gestionar la demanda, pero es ponerle el cascabel al gato”.

Quizá la falacia más grande en el tema del agua sea aquella que dice que hay cuencas en las que sobra agua y otras que son deficitarias: “Físicamente, no existen ese tipo de cosas –indica Seiz–. Cada cuenca es la que es. Si el agua no se aprovecha, se pierde en el mar, dicen. ¿Cómo que se pierde? El agua cumple su función en su ciclo”.

Otra cuestión, señala el especialista, es el tema de los acuíferos, “que se ven como una reserva infinita de agua, y que de hecho juegan un papel estratégico ahora que nos falta el agua superficial. Pero esos embalses subterráneos están también sometidos a un nivel de sobreexplotación en condiciones normales. Y a más agua que saques, mayor será la saturación de contaminación, por ejemplo: te has cargado tu segunda cuenta de ahorro”.

Rafael Seiz asume que los agricultores, en el tema del agua, son al mismo tiempo “víctimas y verdugos”. Dado que la tecnología ha dado todo lo que podía dar en el Guadalquivir minimizando hemorragias, no hay más opciones que “reducir nuestra dependencia y uso de agua. Si ya hay una explotación del 90% en la cuenca, se acabó, no hay que dar más permisos. Qué pena Doñana, pero no quitas un metro cúbico de regadío y quieres legalizar a gente que está robando el agua con beneplácito. Cuanto más neguemos la evidencia y más tardemos en adaptarnos, será peor”.

La fresa en Huelva. Los cultivos de la costa tropical. Los plásticos. El olivar intensivo en el campo de Jerez. Todos son puntos rojos, y es fácil señalarlos. De los cuatro millones de hectáreas destinadas al regadío en España, un millón están en la cuenca del Guadalquivir. Pero los agricultores tienen una respuesta que deja sin armas: el secano no les compensa. “Aunque luego vemos –matiza Seiz– que se quedan cosechas en el campo. Si produces a costes de aquí y luego vendes barato, estás dañando a todo el sistema. No las sacas al mercado porque el coste de producirlas es mayor que la venta, pero el gasto de producción y agua ya lo has hecho”.

Pepe Terrón señala que, mientras hasta hace nada la hectárea de cereal no alcanzaba los 200 euros, ahora ha subido a 800: “Se da la paradoja de que muchas zonas están quitando plásticos para poner girasol”. Entre los puntos de conflicto en la zona oriental de Andalucía, Terrón menciona Castril, donde se está derivando el agua para los regadíos.

“Desde el ámbito político, han de entender que no se puede contentar a todo el mundo –afirma José Damián Ruiz–. Hay soluciones basadas en la desalación, etc., pero sobre todo, hay que optimizar recursos hídricos y concienciar a la gente. Quién vive en Doñana sabe perfectamente de qué estamos hablando: lo que era una lámina de agua hace cinco años, hoy es un secarral”.

El campo es también zona de juego en otra de las patas que conciernen a la adaptación al cambio climático. El camino hacia una disminución de emisiones pasa una transformación energética en la que tendrán un gran protagonismo las renovables. Pues aún estamos tratando de entender cómo, en cuanto pintan bastos, se vuelven a encender las térmicas y, lo que se prometía una opción de desarrollo en la región (eólicas y, sobre todo, solar), se ha convertido en un nuevo espacio para la especulación.

“A la excepción ibérica habría que añadir la excepción andaluza –indica José Damián Ruiz–. Por una vez, tendríamos que salir beneficiados en algo, ¿no? Pues ya verás tú cómo lo organizamos para que se nos vuelva en contra. En cuanto se ha visto un nicho de dinero, hemos pasado a alicatar los montes. ¿Por qué no se da un poco de cabeza a esto? Muchos municipios están orientados bien, hacia el sol, lo ponen a huevo para la autosuficiencia energética, podríamos hacer que a ningún vecino le costara un euro la energía y, así, las zonas de interior tendrían un beneficio respecto al litoral, sirviendo para fijar la población”.

Los tiempos de pillar cacho han pasado –asevera–. Todos nos tenemos que beneficiar en algo y perjudicarnos en algo. Nuestros recursos no son infinitos”.

Junto al crecimiento inusitado en la campiña de Sevilla, Campo de Gibraltar y campo de Jerez, Pepe Turrón advierte de hay muchísimas zonas que están desapareciendo por medio de la fotovoltaica: a sólo 15 kilómetros de Granada, se calculan ya 4.000 hectáreas de paneles, más de 20 proyectos, aprovechando la conectividad de la línea 400. No sólo dejan de aprovecharse muchas tierras fértiles, o la administración mira para otro lado “aunque te cargues la diversidad biológica o a las aves esteparias que son especies protegidas, sino que muchos arrendatarios ya están viendo que no les pagan a partir de 10 años, o que el agua del subsuelo pasa a ser de ellos”. Ya se ha visto, por ejemplo, cómo empleaban el agua del terreno para limpiar las placas cubiertas por las tormentas de barro de Marruecos, “que van a llegar al sudeste cada vez con más potencia”.

Y, desde luego, en todo el discurso climático, la peor palabra – la que es tabú en los discursos oficiales aunque nada de lo que se sostiene será posible sin ella– es el decrecimiento: la reducción del consumo. Podríamos decir que energético, pero el vector es transversal. “El IPCC dice que tendríamos que tener una reducción de energía neta de un tercio, aunque aquí probablemente tendría que ser mucho mayor, de unos dos tercios –indica Terrón–. Eso implica eliminar un montón de cuestiones: ni siquiera la economía circular tiene sentido sin una reducción. Mientras esto no se haga, ya podemos desarrollar todas las renovables que queramos”.

Clima mediterráneo subdesértico en Andalucía

Hasta seis bioclimas distintos, con sus respectivos subtipos, se registran actualmente en Andalucía. A finales de siglo, según las previsiones más duras, de esos seis escenarios habríamos perdido uno:el mediterráneo continental, característico ahora, en sus subtipos, de Granada, Baza y la Sierra de la Cabrilla –las dos primeras transformándose en subdesértico frío, y en mediterráneo subcontinental, la última–. Gran parte de Andalucía pasaría, de hecho, a un clima mediterráneo subdesértico, similar al que ostenta ahora la zona no montañosa de Almería. Huelva, Cádiz y Sevilla tendrían principalmente esta condición, perdiendo su clima mediterráneo subtropical (Huelva y Cádiz). Málaga (mediterráneo subtropical)y Jaén (mediterráneo subcontinental)tendrían un clima subdesértico frío (Alpujarra e interior de Almería). La Sierra del Pinar se mantendría como clima mediterráneo subcontinental de inviernos fríos, mientras que Aracena y la zona de Villaviciosa de Córdoba abandonarían su clima mediterráneo subcontinental de inviernos fríos para pasar a un clima mediterráneo oceánico húmedo. El barranco del Guarnón pasaría a un clima mediterráneo subcontinental de inviernos fríos (perdería su clasificación de alta montaña), y Almería cambiaría el subdesértico suave, por el frío.

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