El parqué
Jaime Sicilia
Quinta sesión en verde
Fue en Sevilla, en febrero de 2012, cuando el PSOE vivió su último gran congreso federal a cara de perro, antes de que se implantase el sistema de elecciones primarias, con dos candidatos muy igualados, Carmen Chacón y Alfredo Pérez Rubalcaba, y con el asunto catalán de fondo, tanto que en su discurso principal el ex ministro del Interior, enfrentado a la ex ministra de Defensa, subrayó en varias ocasiones el término "español" que está incrustado en las siglas del partido y advirtió de la línea roja que separaba "al federalismo del confederalismo". Chacón venía de defender un sistema de concierto fiscal para Cataluña parecido al foral, aunque su propuesta era que se extendiese a todas las comunidades.
Ese congreso federal, el número 38 del viejo partido de Pablo Iglesias, se celebró en un apretado hotel Renacimiento de la isla de la Cartuja; el del próximo noviembre, el 41º, se desplazará a la espaciosa y bien lejana feria de exposiciones de Sevilla, y aunque el concierto catalán centrará la gran discusión, ni el secretario general, Pedro Sánchez, estará en duda ni se vivirán aquellas largas noches de negociaciones que sucedían a la elección del líder. En el hotel Renacimiento todavía hubo algún que otro destacado delegado que durmió en un sofá de uno de los salones de entrada.
El congreso de 2012 debía elegir al nuevo secretario general socialista tras la salida de José Luis Rodríguez Zapatero, un parte del PSOE quiso solventarlo mediante la convocatoria de elecciones primarias, pero el resultado de las elecciones generales y municipales anteriores habían sido tan malos que hubo miedo a abrir al partido en canal. Se optó por el procedimiento clásico, cada provincia eligió a sus delegados en función de su número de militantes y éstos a su vez fueron los encargados de dirimir la lucha entre los dos contendientes, Rubalcaba y Chacón, ambos fallecidos tras sendas muertes repentinas. La disputa se dirimió por sólo 22 votos a favor de Rubalcaba, pero esa misma noche el ganador, ya elegido secretario general, pactó con algunos de los derrotados para nombrar a la Ejecutiva. Este era un modo de democratizar el poder que el PSOE ha perdido con las primarias.
José Antonio Griñán, entonces presidente de la Junta, y Susana Díaz, entonces secretaria de Organización del PSOE de Andalucía, habían apoyado de modo muy sorpresivo a Carmen Chacón. Rubalcaba pactó con Griñán después de que se confirmase esa ajustada victoria, le nombró presidente de la Ejecutiva federal y estableció una paz poco sólida que le permitió al líder andaluz afrontar unas elecciones autonómicas que, sorpresivamente, le salieron muy bien: aunque Javier Arenas ganó por número de diputados, su mayoría fue insuficiente. Griñán formó un Gobierno de coalición con Izquierda Unida.
El apoyo de parte del PSOE andaluz a Carmen Chacón fue sorpresivo porque la ex ministra de defensa era militante del PSC y porque en la campaña de las elecciones generales anteriores había defendido un pacto fiscal para Cataluña que tendiese al concierto foral. Sin detallarla, esa propuesta está en la honda de lo que el PSC y ERC han pactado para la investidura de Salvador Illa, y que el Gobierno central ha avalado. También había un problema con la propia militancia de Chacón, que no lo era del PSOE, sino del PSC, un partido distinto aunque integrado en la dirección federal.
Rubalcaba, que era el ex ministro del Interior que le había dado la puntilla a ETA, no supo ver, sin embargo, el movimiento subterráneo de la federación andaluza, poco proclive, en principio, a que una catalana liderase la dirección. Es cierto que José Antonio Griñán siempre la prefirió por su juventud, por su condición de mujer y porque representaba una oferta más novedosa para los electores que Rubalcaba, que además había perdido las elecciones generales anteriores. El ex ministro del Interior, sin embargo, representaba la esencia del PSOE, lejos de la nueva aventura zapaterista que significaba Chacón.
El PSOE andaluz llegó roto a la cita de Sevilla. Aunque Susana Díaz apoyaba a Chacón, una parte del socialismo sevillano seguía con Rubalcaba, así como las provincias de Cádiz, Córdoba y Granada. Alfonso Gómez de Celis y Gaspar Zarrías fueron los grandes avales del rubalcabismo del sur. En la votación ante varias urnas se tomaron todo tipo de precauciones para evitar presiones, se activó un mecanismo de inhibición para desactivar los móviles en la zona electoral y cada delegado llegaba en solitario con su papeleta para blindarle de las miradas. El resultado no pudo ser más ajustado.
A Rubalcaba le hastiaba la cuestión catalana. Dos años después, en 2013, el grupo socialista catalán se volvía a desmarcar del resto al apoyar una moción de ERC y CiU que respaldaba el derecho a decidir de Cataluña; es decir, el referéndum de independencia. Fue quien era el primer secretario del PSC de entonces, Pere Navarro, el que lideró aquella rebelión, de la que sin embargo se desmarcó Carmen Chacón. Había comenzado el prólogo del procès, el que culminaría en otoño de 2017.
Rubalcaba activó entonces un debate sobre la territorialidad de España dentro del PSOE para intentar unificar criterios tan diferentes como el de los socialistas catalanes y los andaluces. Fue la Declaración de Granada, por la que el PSOE apostaba por una reforma federal de la Constitución que pasaba por asegurar la equidad de los servicios públicos entre comunidades, el rechazo de cualquier privilegio, aunque aceptaba la ordinalidad en el Sistema de Financiación Autonómica. Una declaración, no obstante, lejana al nuevo compromiso del PSC al que el PSOE se ha visto arrastrado a cumplir, y es que no en vano el 41º Congreso Federal de Sevilla vendrá a resolver, o no, esta grieta abierta desde hace tiempo en el partido.
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