Las Claves
Pilar Cernuda
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Son las once de la mañana y, mientras en el interior está a punto de comenzar el congreso, la comitiva más importante del futuro PP andaluz desciende la pronunciada rampa de entrada al nuevo edificio del Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla para recibir a los dirigentes que llegan de Madrid. El insigne grupo lo forma el inminente presidente del partido, Juan Manuel Moreno Bonilla, su número dos, Dolores López Gabarro, y el presidente de honor del partido y eterno preboste, Javier Arenas.
Decenas de cámaras se ponen en posición. Hacen su aparición los recién llegados. La ministra de Empleo, la onubense Fátima Báñez, no se aguanta las ganas y, rampa arriba, echa a medio correr-taconear mientras clama: "Olé, olé, viva mi Andalucía" y se abraza a los anfitriones. La ministra (aficionada a dar vivas) se encuentra como en casa. Cuentan que es llegar al sur y destensar la presión de un ministerio que en España está creado para el drama. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, más contenido, aconseja a López Gabarro: "Lo tuyo es muy fácil; tienes gente muy buena aquí".
Loles, como la llaman los más cercanos, recibe cariños toda la jornada. Las referencias al baloncesto son continuas y responden a su espigada figura. Se escuchan paralelismos entre la disciplina del deporte y el esfuerzo necesario para progresar en política.
Celia Villalobos, vicepresidenta del Congreso y malagueña, conversa con el candidato y paisano Moreno Bonilla, Juanma para todos, siempre con sonrisa medida, informal sin corbata, desbordado en besos, abrazos y fotos en tablets.
Juanma, o Juan Manuel, como lo llama con la familiaridad justa la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal. Es la principal ausente a esa hora.
Hasta las once y media no llega el AVE, misma hora a la que está programada su intervención. A Santa Justa acude a recogerla protocolario el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido. En la puerta que da acceso al congreso esperan pacientes Arenas (que junto a Antonio Sanz fueron los más madrugadores), Carlos Floriano, Moreno Bonilla y Loles.
Cuando Cospedal llega al fin y desciende del coche, una horda de cámaras se abalanza y la cuesta de entrada se hace empinada. Todos quieren medir el grado de efusividad con Moreno Bonilla (el justo, sin piropos, Juan Manuel), si saluda a Javier Arenas (de paso) y, en definitiva, si se encuentra como en casa tras el desencuentro (pasó días sin llamarle). "¡Qué barbaridad!", exclama Cospedal atropellada por el pelotón. Esteban González Pons le sirve de guardaespaldas, Arenas queda trastabillado, el candidato desaparece de primer plano y Loles se queda a la espalda de la horda, pagando la novatada. ¿Está usted con el candidato?, preguntan. No hay declaraciones.
Las urgencias llevan a Cospedal en volandas y la secretaria general invitada (a última hora llegó la ministra de Sanidad, Ana Mato, y el único presidente de comunidad fue el de Ceuta) ni siquiera repara en la decoración de la casa popular para el fin de semana, donde en los pasillos abundan jóvenes vestidos en pijama azul. Son chicos y chicas de Nuevas Generaciones (como lo fue el candidato) y para el ocio de los 1.566 compromisarios han prefabricado un salón de Ikea, con una biblioteca de libros de carreras técnicas, álbumes con las fotos infantiles de sus presidentes provinciales y un sofá que a primera hora probaron Zoido y el presidente del PP de Sevilla, Juan Bueno, que con sorna dijo echar en falta la "copa de balón".
En un congreso amable entregado sin medida al "gracias", Cospedal ni se quedó a comer. Una visita fría, incómoda.
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