La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Almonte
Siete años después, Almonte volvió a disfrutar de esa explosión de júbilo y devoción que emerge cuando la Virgen del Rocío desfila por sus calles con sus ráfagas de Reina. Una procesión que, bajo la nomenclatura de Función de Iglesia, ejerció de notario, dando fe del cariño del pueblo hacia su Patrona y la viveza de una devoción que atesora más de siete siglos de historia.
Con la necesidad de poner fin a 84 meses de espera, los almonteños decidieron bien temprano sacar en volandas a la imagen, que aguardaba ataviada con su traje de pentecostés y presidiendo el presbiterio de la nave central de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción.
Una hora después del amanecer (las 08:40, casi 50 minutos antes que en 2006), los almonteños se abalanzaban para alzarla sobre sus hombros. Eran los primeros de las miles de personas que acompañarían a la Virgen en su recorrido, hasta 600.000 según los cálculos del Ayuntamiento de Almonte (que tenía una previsión inicial de 300.000).
A la salida, una lluvia de pétalos de rosas descendió de las alturas del templo religioso mientras se sucedían los primeros vivas. El paso zigzagueante tan característico de la procesión llevó a que la imagen tocara el suelo en varias ocasiones. Nada importante, pues los almonteños volvieron a levantarla con más brío.
Cuando el reloj marcaba las 10:20 la imagen alcanzó la altura del Casino de la Paz, donde se decidió cambiar el itinerario oficial para rememorar, al igual que hace siete años, la visita de la Blanca Paloma a la entonces recién inaugurada Casa Hermandad. El tiempo volvió a detenerse y brindar la misma estampa, con el párroco local, José García, a los hombros de los fieles rezándole la salve, en esta ocasión, acompañado del vicario Francisco Real.
Fue una de las miles de imágenes que inmortalizaron en su retina y en sus móviles los rocieros. Postales llenas de belleza en un municipio transformado gracias a la construcción de sus templetes o las bóvedas confeccionadas con más de 40.000 flores de papel que, a modo de brújula, mostraban a los visitantes el recorrido oficial.
Llegaba el júbilo, pero sin olvidar la tristeza de los días precedentes por el asesinato de un vecino de Almonte, Miguel Ángel Domínguez, y su hija, a manos de una o varias personas aún por detener. El varal del paso de la Virgen del Rocío portó durante toda la procesión un lazo negro y otro blanco en memoria de ambos. Como recordaba el periodista local Pepe de la Cueva, los traslados de la imagen, cuyos orígenes se remontan con anterioridad al 1607, tenían por objeto pedir la ayuda de la Patrona y por eso se "recorría esas tres leguas que los separaban de la ermita marismeña" para traer de regreso a su Reina. Hoy, "Ella está aquí para reconfortar a la familia", aseguraba.
Conforme llegaba el ecuador de la tarde, el termómetro fue escalando peldaños e incrementando el calor que bullía en las calles. Nada que amilanase a los miles de visitantes que aguardaban vivir esos momentos de fervor, aunque fuese enganchados a las rejas de las viviendas en busca de una mejor panorámica desde la que divisar cuanto acontecía.
La tipología urbana del casco antiguo, caracterizada por vías estrechas y asimétricas, provocó que se colapsasen unas calles en las que matemáticamente no cabía un alfiler. Quienes se incorporaban al mediodía, uno de los momentos cumbre de la procesión, tenían que trasladarse a otra vía y esperar allí la llegada del paso.
El final de la procesión llegó de la mano del ocaso. La Virgen del Rocío pasó por su catedral efímera de estilo gótico y construcción en papel y madera, emblema del embellecimiento y la metamorfosis que sufre el municipio cuando la imagen disfruta de esos nueve meses en el núcleo matriz. Fue en este escenario donde se vivió otro de los momentos más bellos que, a modo de colofón, recapitulan la belleza de esta demostración de fe en Andalucía.
Varias horas después de finalizar las 12 horas de procesión podían hacerse perceptibles los ecos de los vivas, el aroma a romero impregnado en las calles, la belleza de un municipio que se apaga tras volver a tatuarse su devoción a María.
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