"Reconozco que la familia de Lorca es buena gente"
EL RINCÓN DE... IAN GIBSON, HISPANISTA
Cada ciudad debería tener un Ian Gibson. Un extranjero sabio enamorado de sus calles (algunas), de su historia (no toda), valiente y sin que el peso de la tradición haga doblar su espinazo. Ahora vive en Madrid, pero en la distancia sigue mojándose y dando titulares de prensa sobre la conveniencia de rescatar los presuntos huesos de Lorca de la fosa de Víznar, una vez que el juez Garzón decida sobre este asunto. “Lorca está tirado como un perro”, dice para tranquilidad del periodista, que ya no tiene que buscar la frase con la que encabezar la información.
Pero su rincón favorito está en el Parador de San Francisco, junto a la Alhambra. “Hay muchos sitios que amo en Granada, algunos me los callo para que no vaya demasiada gente”, dice con su acento de ‘guiri’ lleno de humanidad. “El Parador me parece fenomenal, posee una de las terrazas más hermosas de España, sin duda, y tiene un rincón muy especial bajando hacia los jardines”, recuerda casi con nostalgia. Hacia la izquierda hay un ángulo junto al muro de contención que separa los jardines del Parador de la Alhambra. “Desde allí se ve perfectamente San Miguel Alto, donde hay una romería a la que me encantaba ir el 29 de septiembre para homenajear al Santo, y desde allí se ve todo el esplendor del Generalife”, dice el hispanista que desembarcó en la pacata –y oscura– Granada de los sesenta. “Esta vista no ha cambiado mucho, sobre todo porque no se ha podido, porque algunos habrían puesto una autopista encima con mucho gusto, pero como no pueden hacerlo por la Cuesta de los Chinos...”, continúa con la resignación de quien ha visto como el cemento ha cubierto con un velo gris parte de su memoria. “Se ven muchos huertos, las plantas de tomates, y conserva su atmósfera como ningún otro lugar ”.
Lo que más le molesta es “el horror” de la destrucción de la Vega de Granada que se observa ahora desde otra terraza emblemática, la del hotel Alhambra Palace. “Era otra de las grandes terrazas del país, con un amanecer increíble, pero como la Vega se ha poblado de adosados y hay una luminosidad horrorosa por la noche...”, explica con resignación. Y casi como una guía turística parlante, explica cómo llegar al Parador. “Hay que subir por la calle Real de la Alhambra, que está impregnada de recuerdos literarios y artísticos”.
Además, su rincón atemporal le libra de la visión de la “destrucción” de una ciudad. Y le lleva a la memoria tertulias y risas irrepetibles con amigos como el desaparecido Carlos Cano, Carlitos. “Nos juntábamos mucho allí para tomar un güisquito y reflexionar sobre la Alhambra, Granada, su historia, su arte...”. Eso sí, en los últimos tiempos, parece que Laura García-Lorca no sería una de sus compañeras de tertulia. “No, siempre ha habido un poco de fricción con la familia de Lorca por el tema de la homosexualidad, los falangistas... Pero reconozco que la familia de Lorca es buena gente, pero hemos tenido algún pequeño roce a lo largo de las décadas”.
Tras el paréntesis vuelve al recuerdo de su “añorado” Carlos Cano, de Miguel Ríos, Juan de Loxa, José Ladrón de Guevara, “todo el grupo que coincidíamos en la terraza del Parador de San Francisco”. Allí se sentía cómodo, todo lo contrario de cuando entrevistó de estrangis al hombre que detuvo a García Lorca, el cedista Ramón Ruiz Alonso, en los oscuros sesenta, cuando hablar del poeta era casi un suicidio social. Por ello, Gibson saluda la posibilidad de que 70 años después exista la oportunidad de buscar el cuerpo “del poeta más grande que tiene este país y el desaparecido más célebre de la Guerra Civil”.
Estos días tiene el móvil echando humo, respondiendo con convicción sobre la conveniencia de rescatar los restos del poeta de Fuente Vaqueros. Y pese a sus palabras hacia Laura García-Lorca, afirma que “si la familia no quiere sacarlo de allí, me parece muy bien, yo no tengo derecho a entrar ahí pero sí creo que tengo derecho a saber si está”, indica Gibson, que también hace referencia a los “bulos que circulan por Granada”, como el de que los familiares desenterraron el cuerpo dos días después del fusilamiento y lo trasladaron a la propiedad familiar de la Huerta de San Vicente, “inventado –a su juicio– por algún sabelotodo”. Palabra de Ian Gibson.
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