La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¿Dónde está el límite de la vergüenza?
EL hoy denostado Rodrigo Rato basó gran parte de su éxito político cuando ostentó la vicepresidencia económica del Gobierno de José María Aznar en sus relaciones privilegiadas con Cataluña. Sobre todo, el centro-derecha catalán se fiaba de él. El protagonista del milagro económico español no acreditó nunca en el Fondo Monetario Internacional (FMI) ser un economista de relumbrón. De hecho, su salida de esta alta institución económica tiene mucho que ver con sus carencias profesionales. Pero nadie le puede negar, incluso hoy, cuando le vienen mal dadas, tras el fiasco de Bankia y su responsabilidad directa en la burbuja inmobiliaria, que siempre fue un político muy sólido.
El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, está en las antípodas de Rato: es un buen economista (no mejor que De Guindos), pero es un pésimo político. Teniendo en cuenta de que la coyuntura actual necesita más de los políticos (de nivel) que de los economistas, el jiennense afincado en las listas del PP sevillano no deja de ser un lastre. En sus carencias políticas, en su ordeno y mando, en su maniobra para acabar con los órganos de cooperación de espaldas a la Constitución, hay que buscar la espantada protagonizada por el consejero de Economía y Hacienda del Gobierno catalán, Andreu Mas-Colell, que ha encontrado una magnífica excusa para no acudir al Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF) y para tapar, de camino, la precaria situación de las fianzas catalanas -por cierto, una buena plataforma para exigir el sistema de cupos-. Su homónima andaluza, Carmen Martínez Aguayo, acudió a la reunión, pero la abandonó cuando Montoro impuso un objetivo de desfase presupuestario y un nivel de endeudamiento para 2012 que convirtieron el encuentro de anteayer entre Mariano Rajoy y José Antonio Griñán en un espejismo.
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