El precedente del coronavirus: Todo lo que pudimos aprender de la gripe española
Se calcula que costó la vida a 28.000 andaluces entre la primavera de 1918 y el invierno de 1919.
Desapareció en verano, pero regresó con más violencia en septiembre.
Almería registró el segundo índice de letalidad más alto de España.
Así evoluciona la pandemia del coronavirus en el mundo
30 de mayo de 1918. El médico de la cárcel de Almería dirige un oficio al inspector municipal de Sanidad. Informa de que varios reclusos presentan una enfermedad infecto contagiosa con síntomas idénticos a los detectados en Madrid. Era la gripe española, un virus que se calcula que mató entre 40 y 50 millones de personas en todo el mundo. Unas 250.000 en España. En Andalucía pudo costar la vida a más 28.000 personas. El aviso del médico fue tomado primero a chufla para regocijo de gran parte de la prensa local. Después las autoridades debieron ver intenciones aviesas y el gobernador civil impuso una multa de 100 pesetas al diligente Baldomero Gómez Casas. Nada que no haya sucedido con exactitud milimétrica un siglo después en Wuhan (China).
Antón Erkoreka, experto en historia de la medicina y director del Museo Vasco de Historia de la Medicina y de las Ciencias, ha buceado en los registros oficiales para establecer la mortalidad de la gripe española a partir del exceso de fallecidos por enfermedades respiratorias entre 1918 y 1919. La investigación, publicada en BMD Infectious DiseasesBMD Infectious Diseases, concluye que el 0,75% de la población andaluza murió a consecuencia de aquella pandemia. La letalidad fue dramáticamente alta en Almería. Calcula que de cada 10.000 habitantes, 169 fallecieron. Erkoreka no halla ninguna explicación de la ferocidad del virus en esta provincia, que fue, después de Burgos, la que sufrió más estragos. Córdoba y Cádiz también presentan tasas muy altas. Perdieron por encima del 1% de su población.
La pandemia provocada por el coronavirus ha desempolvado una de las crisis sanitarias más mortíferas de la historia contemporánea. Las similitudes no dejan de inquietar: un virus aparece de súbito y se extiende a gran velocidad por todo el mundo. La neumonía es su expresión más grave.
Todavía no se sabe con certeza su origen. Hay teorías en todas direcciones: desde Asia a América. Si acaso, una certeza: no tuvo la cuna en España, aunque la Real Academia de Medicina del Reino Unido de Gran Bretaña llegó a afirmar lo contrario, mientras la máquina de la propaganda bélica prevenía cualquier referencia a la devastación de la epidemia en el resto de Europa. El titular Everybody thinks of it as the Spanish influenza today (Todos los consideran hoy como la gripe española) publicado en The Times el 2 de junio de 1918 hizo el resto.
Las primeras noticias de aquella pandemia se localizan en febrero de 1918 y aluden a cuarteles militares de Kansas (Estados Unidos). Solo tres meses después, el médico de la cárcel de Almería separa enfermos y desinfecta celdas, mientras el inspector municipal de Sanidad insiste en que en el penal no existía “la enfermedad que nos molesta” como se conocía aquellos días la infección, de acuerdo a las crónicas publicadas por La Crónica Meridional La Crónica Meridional y recoge la historiadora local Ana Rodríguez Agüera en la revisa El AfaEl Afa.
José Luis Betrán, historiador de la Universidad Autónoma de Barcelona, apunta dos claves para entender la velocidad con la que avanza el virus por países y continentes: “El tren y la guerra”. El movimiento de soldados durante la última etapa de la I Guerra Mundial explica la facilidad con la que el virus viaja por el continente. Además, la movilidad de los obreros portugueses y españoles que acudían a Francia a suplir a los obreros desplazados a los frentes permite entender por qué la epidemia campó por la geografía peninsular. “Se irradió siguiendo los caminos del ferrocarril a las ciudades cercanas y de ahí al resto del país”, escribía en 2009 en el artículo The Spanish Lady, publicado por el Centro de Estudios Andaluces.
Erkoreka subraya que de forma casi simultánea se extendió por Asia, América y Europa. Igual que ahora la covid-19, afectó con menor intensidad a los países nórdicos y se ensañó con los mediterráneos. En España, Madrid fue el epicentro de la primera de un total de tres oleadas. El investigador vasco pone el acento en el impacto que tuvo en los cuarteles de Madrid y cómo de allí saltó a la sociedad civil durante la primavera de 1918. Betrán recuerda las festividades aquella primavera: San Isidro y las verbenas. Desde finales de mayo a mediados de junio Madrid, que entonces tenía 600.000 habitantes, pasó de 40 a 120 muertes diarias.
La epidemia se extendió por toda Andalucía con mayor incidencia en Córdoba, Jaén y Granada. También Almería, como bien desvelan las advertencias del médico de la cárcel a las autoridades sanitarias de la época.
Con la llegada del calor, el virus prácticamente desapareció. Pero regresó. Y lo hizo con fuerza. Con extremada virulencia. Se cree que una mutación que lo volvió especialmente peligroso a partir de septiembre de 1918. “Habrá que estar muy atentos a ver lo que ocurre este otoño”, apunta con inquietud el director del Museo Vasco de Historia de la Medicina
Otra de las particularidades de esta segunda oleada. José Luis Betrán puntualiza que en esta segunda etapa ya no tiene tanta incidencia en las zonas urbanas, sino que se dirige hacia las rurales. Un ejemplo esclarecedor es Madrid. Anton Erkoreka apoya la hipótesis de que la población contagiada en la primera fase adquirió inmunidad y en la segunda ya no enfermó. A falta de otra evidencia científica, sospecha que puede también explica por qué pasó casi de puntillas por Málaga y Sevilla. Ambas provincias, de hecho, arrojan las tasas de mortalidad por gripe española más bajas de la península. Posiblemente también de España porque existen dudas sobre la fiabilidad de los datos de Canarias.
El 28 de junio de 1919 se firmaba el Tratado de Versalles y con él acababa la I Guerra Mundial. El profesor de Historia de la Universidad de Barcelona trae a la escena la imagen del regreso de las tropas a sus lugares de origen y de la vuelta a casa de muchos emigrantes ya excedentes. Este periodo coincide también con la vendimia en Francia a la que acude medio millón de trabajadores españoles, entre ellos decenas de miles de andaluces. En septiembre tiene lugar el relevo del reemplazo militar y los soldados vuelven a sus casas. Todos estos factores se pudieron aliar para redirigir el virus desde las aglomeraciones urbanas a las áreas rurales.
En esta ocasión se ven muy afectadas las provincias del norte de la meseta, con Burgos a la cabeza, y en Andalucía es ahora cuando la gripe diezma la población de Almería. Erkoreka admite que no puede explicar cómo una provincia que no estaba en los principales ejes de comunicación resultó tan afectada. Pero no solo. A partir de septiembre de 1918 los casos se multiplican cruelmente en todas las provincias. Huelva, que solo había registrado una tasa de fallecimientos del 1,4 por cada 10.000 habitantes la primavera anterior, supera ahora los 100. Granada pasa de 6 muertes por 10.000 habitantes a 97 y Cádiz a 55. A la cola Málaga y Sevilla con 30 y 29 muertos por 10.000 habitantes, considerablemente menos que en el resto de Andalucía, pero aún así 10 veces más que durante la primera fase.
Todavía el invierno siguiente aparece una tercera ola de gripe española que, en general, fue menos letal y en Andalucía tuvo un impacto muy limitado, de acuerdo con el estudio realizado por Erkoreka junto Gerardo Chowell y Cécile Viboud, ambos del Fogarty International Center del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, y la investigadora de la Universidad Complutense Beatriz Echeverri. En todo caso, tuvo más impacto en Cádiz, donde en conjunto, la epidemia mató a más de 4.800 personas si los datos de Erkoreka se ponen en relación con el censo de 1910. “Pero ahí los motivos son otros”, razona el investigador vasco, para aludir a la vida portuaria y a las comunicaciones con Gibraltar o Tánger.
En contra de lo que ocurre ahora aquel virus fue más mortífero con los jóvenes. La mayor parte de las víctimas tenía entre 20 y 40 años. ¿Por qué? Posiblemente por una fortísima respuesta inmunológica. Es lo que se conoce como tormenta de citocinas, una reacción que en vez de controlar al virus, lo multiplica y disemina de forma más agresiva, dañando y destruyendo rápidamente los tejidos pulmonares.
El Ministerio de Sanidad no existía. La cobertura hospitalaria era mínima. Faltaban médicos y todavía tendrían que pasar 10 años para que Fleming descubriera la penicilina. Las condiciones de vida eran extremas: tanto en las trincheras bélicas como en las casas de aquella España neutral. “Las exportaciones españolas habían crecido mucho, pero en vez de llevar riqueza, trajeron carestía. Subieron los precios y se produjeron movimientos migratorios del campo a la ciudad hacia las ciudades, donde los recién llegados se hacinaban en infraviviendas”, razona José Luis Betrán.
Además, no había medios, conocimiento ni fármacos. Se entró en una carrera para buscar vacunas, medicamentos y remedios sin resultados más allá de la profilaxis colectiva: lavado de manos y ropas, y desinfección de espacios. También se cerraron escuelas y, con resultados desiguales, se intentaron aplazar o suspender festejos masivos y actos religiosos, aunque con resultados discutibles. Una congregación de fieles en la puerta de la catedral para rezar por el fin de la epidemia, publicada por Diario de Cádiz en 1918, lo demuestra. También nos devuelve a una realidad tozuda: el oficio religioso del arzobispo de Granada este Viernes Santo.
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