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A las 9,36 horas de la mañana, Pacheco salía de su domicilio en la calle Fermín Aranda. Es la misma vía que colinda, en dirección a la avenida Domecq con la sede de la Audiencia Provincial, la misma que le condenó a cuatro años y medio de prisión. El Supremo le elevó después la condena hasta los cinco años y medio. El ex alcalde vivía una guerra contra la cárcel que finalmente perdió de la peor manera: siendo conducido a la fuerza a su destino. En la puerta de su chalé, cuando iba a desayunar con sus mejores amigos en alguno de sus lugares habituales (el Hotel Tryp de la Alameda Cristina o el cercano bar ‘Camino del Rocío’) dos agentes de paisano del Cuerpo Nacional de Policía, que se mantenían a bordo de un coche camuflado durante toda la noche, se identificaron y procedieron a solicitarle que les acompañara en condición de detenido.
En su poder, los agentes portaban una orden de búsqueda y captura librada a última hora de la tarde del jueves por la Sección Octava de la Audiencia Provincial y que les fue entregada a primera hora de la mañana. Tras ser comunicada dicha orden a su procurador, los agentes hicieron guardia toda la noche con la esperanza vana de que el hombre que había regido Jerez durante 24 años entendiera el mensaje —“ingreso inmediato en prisión”— y lo hiciera de motu proprio. No fue así y a primera hora de la mañana, en la comisaría del Arroyo, se daba vía libre a la búsqueda y captura. El tiempo había expirado. El día anterior, es decir el jueves y tal y como informó puntualmente este medio, se rechazó por completo por parte de la Audiencia que la suspensión del ingreso en prisión solicitada por los abogados madrileños de Pacheco surtiera efecto. El andalucista se excedió jugando con los tiempos, se tomó, valga la expresión, excesiva licencia en lo que a su ingreso en la cárcel se refería. El auto de la Audiencia ya lo dejaba claro a última hora del jueves instándole a que ingresara de inmediato. Pacheco creía tener tiempo. La Audiencia creía justo lo contrario, que lo había agotado con creces.
Pacheco, sorprendido por los ‘secretas’ en la puerta de su domicilio, no dijo nada. Noqueado, ni siquiera pidió permiso para hacerse con un mínimo equipaje pese a tener por cierto que, tras la comisaría, vendría la cárcel. Nada de eso. Vestido con unos zapatos marrones, un vaquero azul y una camisa de cuadros azules y blancos se metió en el coche patrulla, colaborando en todo momento con unos agentes que quizás ese día protagonizaron la más mediática detención de su carrera.
El ex alcalde no fue esposado en ningún momento mientras estuvo en la comisaría a cargo del Cuerpo Nacional de Policía. Tan sólo lo fue en el último momento. Los grilletes no se los pusieron los policías, sino los guardias civiles. Cabe destacar que hasta ese preciso momento, en la comisaría del Arroyo, y aunque su destino fuera el centro penitenciario de Puerto 3, aún se le consideraba detenido y no un recluso. Mientras esperaba su destino, Pacheco no entró en los calabozos, sino que tras pasar por los preceptivos trámites de toma de fotografías (frente y perfil) así como la toma de huellas dactilares se quedó esperando en el patio de los calabozos. Cuando cambió su condición de detenido a preso fue cuando la Guardia Civil metió el furgón en dicho patio y, como manda el reglamento, se le engrilletó para ser conducido a la cárcel.
En este momento eran las 11,40 horas. Habían pasado exactamente doce minutos desde que el furgón de la Benemérita se plantó en la puerta principal de la comisaría. El Cuerpo Nacional de Policía, en todo momento, veló por que al ex alcalde no se le pudiera ver esposado. Por ello los policías pidieron a los guardias civiles que acometieran su labor por el patio de calabozos, ubicado en la calle Barranco. Meter el furgón fue labor ímproba. El conductor, un guardia civil que al final consiguió el imposible, tuvo que soportar incluso que un policía nacional (sin uniforme y según parece apartado de cualquier labor de investigación) le espetara que “si el furgón no entra (en el patio de calabozos) este detenido no sale de esta comisaría”. Todo no tenía otro fin que proteger al ex alcalde de las cámaras de los fotógrafos.
Ni que decir tiene que la maniobra, en la que tanto empeño puso el Cuerpo Nacional de Policía para hacer respetar los derechos del detenido, costará varios cientos de euros al erario público. Y es que el furgón rozó paredes, papeleras y hasta sus propios retrovisores con tal de meter un furgón donde, simplemente, no cabía. Será sin duda un ‘regalo’ para los chapistas de la Benemérita.
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