Merienda patriótica
Diario de Cádiz asistió hace 100 años a la precipitada escalada bélica que derivaría en la devastadora contienda cuyas consecuencias llegan hasta hoy
El 1 de agosto de 1914 Diario de Cádiz habla de una "pequeña manifestación" en la Puerta del Sol de Madrid capitaneada por un "muchacho de 22 años" en las horas de las amenazas de los imperios centroeuropeos que tronaban a guerra inevitable. En la pequeña historia abundan siempre ecos reconocibles. La manifestación fue disuelta en dos ocasiones ya que el gobierno de Eduardo Dato no iba a permitir en España ningún atisbo de inclinación frente a un conflicto que nadie auguraba tan prolongado y feroz, acelerado en un verano de impaciencias e intolerancias. Todos creían tener la razón tras decenios de resquemores larvados contra los vecinos, con prejuicios transmitidos vía intravenosa en los colegios o en los medios de comunicación de un continente con ganas de revanchas, anexiones y furores nacionalistas en cada rincón. Es casi excepcional que en Andalucía surgieran voces moderadas en aquel contexto de hace cien años y que en Diario de Cádiz, cabecera pionera del Grupo Joly, aparecieran artículos de corte pacifista (con las heridas del 98 aún supurando) y propuestas heterodoxas como la que hace Fernando G. del Valle sugiriendo que España actuara en el conflicto como "un gran hospital" que acogiera a heridos de ambos bandos. La sagacidad más brillante hay que apuntarla al director de El País, Roberto Castrovido, de quien se recoge el 7 de agosto su análisis visionario. Atisba la dimensión del horror y también una derrota alemana, más recomendable para los futuros intereses de España y de todo el continente. La neutralidad, que en sintonía con el Gobierno late en decenas de columnas, era también una interesada posición para mejorar la situación económica nacional, lastrada por un desastroso siglo XIX. España se había quedado arrinconada en todos los aspectos: "el país más confuso del mundo", aseguraba The Times en un monográfico en aquellos días de ventolera al que se le sumó un reportaje titulado "Los vascos, una raza separada".
Diario de Cádiz acopia con ansias toda la riada de acontecimientos que se fueron amontonando en el dramático verano del 14, una escalada que no dio la cara hasta entrado el mes de julio, cuando a partir del 27 se habla con preocupación de "manifestaciones belicosas" entre las potencias europeas. Todo a raíz de lo que parecía ya un lejano y menor pretexto como el magnicidio en Sarajevo del infeliz sobrino del emperador austríaco. El atentado contra Francisco Fernando abre el número del 30 de junio, pero la repercusión inmediata y los "modestísimos" funerales ocupan breves menciones días después. Más interés despiertan la cogida de Rafael El Gallo en Algeciras (la ciudad de la conferencia donde se masticaban las intenciones fatales) o las pruebas del canal de Panamá, crucial para los intereses comerciales españoles.
El del 14 parecía un verano más, pero la merienda de los patriotas, de unos países militarizados todos contra todos, estaba lista. La preocupación concreta desde Andalucía y desde el periódico gaditano se dirige hacia el Estrecho. Gibraltar estaba en alerta desde el primer minuto y Tánger ya era un nido de espías.
Los testimonios orales se convierten en fuentes necesarias mientras cada bando cuenta la historia a su manera. El káiser alemán tiene justificación para todas las tropelías, incluida la invasión de Luxemburgo y Bélgica, afrontada para defender el flanco más débil de ejército germano, un imperio que se defiende ante "tantos años de odio". Testigos de los primeros combates que van llegando a los puertos españoles se convierten en corresponsales, incluido el futuro alcalde gaditano José León de Carranza (hijo del entonces senador Ramón de Carranza), a quien el estallido de la guerra le sorprende en un barco alemán en aguas del Ártico. Otro gaditano, de Medina Sidonia, Miguel Mihura Álvarez (padre del autor de Tres sombreros de copa), recalaba en aquellos días procedente de una prolongada gira argentina.
En los primeros compases del conflicto la información llega como una crónica deportiva, enumerando el potencial de cada país ante una guerra que parecía subir al escenario como una simple partida de ajedrez sobre un mapa por recortar. A los pocos días las notas telegráficas no dan abasto entre combates por tierra, mar y también por aire. Entre represalias en la retaguardia y consecuencias en los mercados financieros de todo el planeta. Todo sonaba nuevo, demasiado inédito y exageradamente cruento. Pocos coetáneos podían sospechar hasta qué punto de rutina iba a alcanzar esta carnicería basada en la obediencia debida y en un nacionalismo insano cuyas consecuencias alcanzan hasta este siglo XXI de las nuevas tecnologías.
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