Juncker y su multiplicación de los panes y los peces
Cada euro procedente de las arcas comunitarias generará otros 15 euros en programas de inversión gracias a la iniciativa privada. Ésta es la gran cuestión del plan Juncker, el motivo por el que muchos especialistas dudan de que, al final, este programa del presidente de la Comisión Europea se sustanciará en una inversión de 315.000 millones de euros. A diferencia de lo que ocurría con los Fondos de Convergencia, o con el resto de los estructurales, la Comisión no dará dinero a fondo perdido para inversiones en los países miembros, ni siquiera habrá cuotas nacionales, sino que cada proyecto se presentará por separado a una comisión para su evaluación y, además, habrá que devolver el dinero a un bajo interés.
La razón es que el plan Juncker sólo dispone de 8.000 millones de euros más de lo que ya estaba en los presupuestos, y a partir de hay se produce una multiplicación que sube y sube hasta llegar a los 315.000 millones finales.
Los 8.000 millones se suman a otros 8.000 millones presupuestados. Ese es todo el dinero que coloca la Comisión Europea: 16.000 millones de euros. El Banco Europeo de Inversiones (BEI) dispone de 5.000 millones, de tal modo que la inversión pública total en el programa asciende a 21.000 millones. Con esos 21.000 millones, el BEI quiere emitir bonos y conceder préstamos hasta llegar a 63.000 millones. El resto, es decir 252.000 millones de euros, corresponde a inversores privados.
La concepción del plan invita, cuanto menos, al escepticismo de sus objetivos, que sólo en empleo quiere generar tres millones de puestos de trabajo en sus tres años de aplicación.
A pesar de todo esto, los Estados y las comunidades se han lanzado a una campaña de peticiones. Según fuentes del Gobierno, la suma de proyectos ya llegaría al billón de euros entre todos los países miembros. El listado de proyectos presentados por Andalucía alcanza los 13.500 millones de euros. Las fechas no deberían confundir sobre el verdadero objetivo de las cartas a los Reyes Magos, dirigidas a la felicidad infantil, ni confiar en que Juncker encierre en su ser los misterios del hacedor de milagros.
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