La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Cuando los policías entran el 28 de mayo de 2000 en la casa de una adolescente, de nombre Iria, y examinan su escritorio, encuentran dos cartas de Tarot: la dama y la torre. La torre es el Observatorio de la Marina de San Fernando, la dama se llamaba Klara García. Murió en la madrugada del 26 de mayo del año 2000 a navajazos.
El 26 de mayo de 2010, hace sólo unos días, en el instituto Isla de León, donde estudiaba Klara y sus asesinas, amigas hasta no hacía demasiado tiempo, hay pocos alumnos y se oye el runrún de las obras de ampliación. Unos torneos de atletismo y una visita a Isla Mágica han dejado el centro casi vacío. En el salón de actos, niñas que tenían seis años cuando moría Klara, cantan poemas de Machado, San Juan de la Cruz y Rafael Alberti. Son niñas que conocen el caso, pero les resulta lejano una jornada marcada en el calendario escolar con el nombre de una chica que era como ellas. El propio jefe de estudios admite que este año los actos han sido un poco "light".
El padre de Klara, José Antonio García, puso en marcha una fundación, pero no sirvió para nada. Se agotó. No habla con los medios. No tiene nada que decir que no se haya dicho ya. Hace mucho tiempo de cuando Iria y Raquel fueron increpadas por la muchedumbre. Cuando las brujas, como ellas mismas se llamaban y les gustaba que las llamaran, fueron escupidas y la gente les gritaba "asesinas". Las brujas de negro que mataron al hada de blanco.
¿Dónde y con quién despertaron Iria y Raquel el 26 de mayo de 2010? Hace tiempo, cuatro años, que cumplieron sus condenas, son libres, y estas dos chicas, de 26 y 27 años en la actualidad, tienen nueva vida e identidad, en Vigo y Madrid, según se cree. La Ley del Menor las protege aunque hace ya tanto tiempo que no sean menores. La doctrina se llama labelling approach y está respaldada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Las niñas asesinas no deben ser etiquetadas, impediría su resocialización. No debe ser conocido ni su aspecto ni su paradero. Es casi seguro que ninguno de sus vecinos actuales conocerá su pasado, su oscuro secreto. Cuando despertaron el pasado miércoles, ¿pensarían que era un aniversario, el aniversario en el que, según ellas, se convirtieron en asesinas por notoriedad, sin ningún otro motivo? Por matar. Si recordaron esa noche, si recordaron que Iria agarró por detrás a Klara y Klara dijo "¿Me habéis traído para esto?" y Raquel no paró de apuñalar hasta que se dobló la hoja, si recordaron todo eso, dos jóvenes de 26 y 27 años pensaron qué.
Javier Urra fue el psicólogo que trató con ellas en las jornadas siguientes al crimen. Descubrió en Iria, la chica de buena familia, una mente fría. Raquel, la ejecutora, la de familia desestructurada, la que estaba preocupada por su físico, por que la gordura la desbordara, era consciente casi desde el primer momento de que nunca debería haber hecho lo que hizo, que no había nada que pudiera justificar su acto. Y eso la destrozó, la aisló. Se paseaba por el correccional arrastrando los pies. Pero Iria no. Iria nunca se refugió en contricciones durante los días siguientes al crimen. Urra le preguntó por su familia, por un padre marino que pasaba largas temporadas fuera y por una madre sobreprotectora. Lo único que dijo fue: "Dejé de hablar con mi madre a los siete años".
Es cierto que cuando fue descubierta por el forense al hallar una herida en su brazo causada por una hoja doblada, las mismas que Klara tenía en su cuerpo, las últimas puñaladas, cuando Raquel dijo dejémoslo ya e Iria le dijo sigue, entonces, y sólo entonces, Iria pudo dormir. La confesión la sumió en un largo sueño.
Se puede hacer un minucioso recorrido por todo el proceso, pero no se encontrará nada más que el hecho. Sólo unos meses antes, en junio de 2008, las tres -Klara, Raquel e Iria- lloraban abrazadas ante el tablón que anunciaba que Raquel tendría que repetir curso. Unos meses después Klara, la que no paraba de dibujar unicornios y fabular con magia blanca, se separaba de Iria y Raquel, que alardeaban de su magia negra, para irse con un chaval atractivo y deportista. Se iniciaba un proceso que se abre cada primavera en las muchachas. Juegos de amor. La perversidad de las asesinas también era un juego. Un juego psicótico.
A la hora del juicio, había poco que dilucidar. Los testimonios demostraron cómo esa noche Iria y Raquel organizaron todo para matar. Llevaban un tiempo dándole vueltas a la cabeza. Iria llegó a decirle a Raquel unos días antes: "¿Quieres que mate a ésta? Mataré por ti". Estaban sus lecturas, los cuentos retorcidos que encontraron en su ordenador y que ella había escrito, según quienes los han leído, con notable estilo literario. En sus apuntes se lee: "Me he sentido muy alegre de saber que tengo a alguien que me protege. Al llegar a casa tuve que salir a comprar a la tienda, era como si alguien me abrazara en ese momento. Me siento acogida. En el cuarto hay algo o alguien, no esta vacío y me reconforta". Estaba hablando de Demon, su demonio de guardia. Demon era una gran fabulación en una vida fabulada, la vida de una adolescente obsesionada por la muerte, por la otra frontera.
La ley dice que entender esa frontera tiene una edad. 18 años. Si Raquel hubiera obedecido a Iria sólo doce meses más tarde, estaría aún en prisión. Doce meses después, con un curriculum académico descorazonador, con una vida familiar que coqueteaba con el abismo, con un complejo de fealdad inasumible, quizá también habría matado. Según los testimonios que se han podido recoger en el centro de Carabanchel en el que estuvo recluida, Raquel entró en una situación de shock. Sus 17 años, y no 18, le dieron otra oportunidad.
El debate se reproduce cada vez que un menor comete un crimen. La última vez que se han vuelto a escuchar los mismos argumentos a favor y en contra ha sido hace unos meses, después de que la niña Cristina Martín, de 13 años, fuera encontrada en un hoyo de la población toledana de Seseña. Había sido asesinada por una compañera del instituto, de 14 años. Pero nunca el ruido fue tan fuerte como los días que siguieron a la muerte de Klara. Seguramente tuviera que ver ese enfrentamiento entre niñas malas y buenas, entre los unicornios y Demon. Era inexplicable. Todo había sido preparado para degollarla, para asestarle 32 puñaladas. Las asesinas no tenían dudas de que iban a matar. El padre de Klara tachaba la ley de "injusta. Queremos que se haga justicia, algo imposible con esta nueva ley lamentable".
La ley no podía haber tenido peor estreno. Entró en vigor en enero de ese mismo año, sólo tres meses antes de la muerte de Klara. Urra, el psicólogo que habló con Iria y Raquel, fue preguntado tras la muerte de Cristina en Seseña por la Ley del Menor. Recordó que es una buena ley, que en estos diez años ha reinsertado al 87% de los jóvenes condenados. Y entonces se acordó de Klara: "Lo que ocurre es que en casos como el de Klara no se puede entender que tengan unas penas tan breves. Endurezcamos las sanciones, pero tendremos a más menores con más tiempo privado de libertad y no evitaremos más delitos. Si no hay desarrollo moral, los chicos pueden ser muy peligrosos".
Todos los informes realizados en el último periodo de su breve reclusión dicen que Iria y Raquel no parecían peligrosas para la sociedad. Porque ya no eran adolescentes, porque ya no eran menores. Extraña madurez. Pero es imposible, diez años después, saber qué pasó por la cabeza de estas dos jóvenes mujeres anónimas en la mañana del 26 de mayo de 2010. Despertarse y recordar: "Soy una asesina".
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