OBITUARIO
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Fascinante mercurio

Opinión. A ciencia abierta

Adela Muñoz

15 de septiembre 2008 - 00:00

Una directiva europea referente al control de la contaminación declaró la guerra al mercurio en 1996 y exigió su destierro del uso cotidiano durante la primera década del siglo XXI. Esto supondrá el fin de una relación entre el hombre y el extraño metal que comenzó hace miles de años.

Mercurio era el dios del comercio de la mitología romana, mensajero de los dioses, portador de sandalias y casco alados, tan difícil de atrapar como el metal al que da nombre, el único líquido a temperatura ambiente y uno de los más fascinantes. Ya en los albores de nuestra era, el historiador romano Plinio hablaba de su utilidad en la extracción del oro por su capacidad de formar amalgamas, pero miles de años antes el bermellón, hermoso pigmento rojo y principal mena del mercurio, era empleado en pinturas neolíticas del centro de España. Provenía de Almadén, zona antes llamada Sisapo, voz de raíz celta que significa cueva de la que se extraen minerales. La explotaron los romanos, entre otras cosas, porque sus nobles usaban el bermellón como maquillaje y para decorar estatuas y paredes. Pronto se descubrió que del hermoso pigmento se obtenía una plata líquida en la que todo flotaba excepto el oro, la cual resultaba muy útil para purificar el preciado metal. La capacidad del mercurio de amalgamar, es decir disolver casi todos los metales, lo llevó desde Almadén hasta las minas de plata de Potosí, en Perú; a los laboratorios de los alquimistas, que creían que todos los metales estaban formados por proporciones variables de mercurio y otras sustancias; a reflejar las caras en los espejos de medio mundo; y a la boca de millones de personas, formando parte de los empastes dentales.

Pero sus portentosas propiedades no terminaron ahí. En Medina Azahara, el palacio que el sultán Abderrahman III había construido a su favorita, había un pilón lleno de mercurio en el centro del Salón de los Califas que al ser iluminado por los rayos del sol deslumbraba con sus destellos a los que lo contemplaban. El médico del Papa Julio II diagnosticó la enfermedad que los marineros de Colón trajeron de América y recetó para su alivio el polvo gris, mezcla de mercurio y tiza por sus efectos antisépticos. A pesar de sus terribles efectos secundarios este fue durante siglos el único tratamiento contra la infamante sífilis. Por su gran densidad, el mercurio se usó para medir la presión atmosférica en los llamados barómetros. Y por su singular capacidad de aumentar su volumen con la temperatura de forma constante, se hizo presente en nuestras casas en los termómetros.

Su mala fama comenzó cuando los sombrereros, que lo usaban para tratar el fieltro, se volvieron locos e inspiraron el personaje de Alicia en el país de las maravillas. Pero su cara más sombría no aparecería hasta mucho después y vino del lejano oriente, de la bahía de Minamata. Pero esa es otra historia.

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