Cruzado contra el centralismo

El alcalde de Málaga se opone a que Sevilla tenga un Estatuto de capitalidad porque entiende que ya tiene demasiados privilegios.

Ignacio Martínez

29 de julio 2012 - 05:04

Cuando el 18 de enero de 2001 el alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín pidió una Carta de Capitalidad para Sevilla, con compensación económica, en un discurso en el Club Siglo XXI de Madrid ante el presidente de la Junta Manuel Chaves, a Francisco de la Torre le cambió la vida. Llevaba ocho meses de alcalde, tras sustituir a Celia Villalobos, a la que Aznar había nombrado ministra de Sanidad. Frente al populismo bullanguero de su antecesora, De la Torre era un hombre discreto y pragmático. Daba pocas ruedas de prensa, en las que solía descender al detalle de cada asunto. De pronto, descubrió que sus intervenciones públicas tenían una fuerte repercusión mediática más allá de las fronteras locales y multiplicó sus apariciones. Cuando fue consejero preautonómico era partidario de Antequera como capital. Ahora no discute que sea Sevilla, pero critica vivamente los desequilibrios regionales.

Como alcalde le ha costado conseguir consensos con el Gobierno regional, con el que nunca ha tenido relación fluida, lo que ha dado lugar a un fuego cruzado de acusaciones de deslealtad. Pero más allá del caso particular de Andalucía, en España la deslealtad institucional es un deporte nacional en el que mostramos tal pericia que si fuese deporte olímpico tendríamos medalla asegurada en Londres.

Francisco de la Torre Prados es alcalde de Málaga desde el 4 de mayo de 2000. Es un hombre culto de apariencia gris, que en diciembre cumple 70 años, que oculta algunas virtudes notables detrás de su timidez. Si se tratara de un personaje literario tendría la tenacidad de Aureliano Buendía, porque promovió innumerables aventuras políticas y las perdió casi todas. Fue un joven presidente de la Diputación y procurador en Cortes en 1971, cuando el franquismo estaba a punto de fenecer. Su talante aperturista en la época le acabó convirtiendo en una bestia negra para la derecha local más reaccionaria. Lo cesaron en el 75.

Apostó entonces por el centro en la primera versión de Fraga, Reforma Democrática, pero dejó pasar el carro de Alianza Popular. Su inquietud social le llevó al Partido Socialdemócrata de Fernández Ordóñez, y con él a Unión de Centro Democrático. Fue diputado en el Congreso en las legislaturas de 1977 y 1979. La miel no le duró en los labios: la debacle ucedista de 1982 le dejó sin cargo y con millones de pesetas en deudas. Pero el futuro alcalde malagueño siguió botando barcos centristas. Se enroló en la Operación Roca, esta vez sin avalar letras, y tras el batacazo del reformismo se acercó al CDS de Suárez.

Pasó unos años de tranquilidad como minucioso jefe de servicio en la Delegación de Agricultura de la Junta en Málaga. Pero como su vocación era la política, aceptó ser el último de la lista del PP en las autonómicas de 1994, y después número dos detrás de Celia Villalobos en la candidatura municipal de 1995, que sería a la postre su apuesta de éxito. Si estuviésemos ante un personaje de película, habría sido el Caballero sin espada, con el verbo fácil del Smith que interpretó James Steward en el Senado estadounidense. En su época de diputado en el Congreso, cuando la UCD no tenía bastantes diputados para ganar una votación, sacaban a De la Torre a la tribuna, para que discurseara el tiempo que fuese necesario, hasta encontrar por despachos y barras de bar, a las suficientes señorías para conseguir quórum.

En esos años participó en el primer Gobierno preautonómico andaluz, como consejero de Economía, Hacienda y Turismo, bajo la presidencia de Plácido Fernández Viagas. Desde entonces no ha dejado de reclamar mayor armonía en el reparto de papeles dentro de Andalucía entre los distintos territorios. Por ejemplo, su reivindicación de que Málaga es la capital económica, financiera y tecnológica de la región. Lo que no le impidió -incurriendo en una contradicción- disputar a Córdoba la capitalidad cultural europea de 2016.

Como político tiene la rara virtud de estar siempre disponible para los periodistas, llueva o ventee. Una cualidad anglosajona o nórdica, nada común en los políticos latinos. Se educó en los Maristas de Málaga y después estudió ingeniero agrónomo y ciencias sociales en el Madrid de los años 60. En el colegio mayor Pío XII, fundado por Herrera Oria, coincidió con futuros dirigentes políticos de todas las tenedencias. Incluido el ex presidente del PNV Javier Arzallus.

Después de once años en la Alcaldía, Francisco de la Torre consiguió hace un año una mayoría absoluta aplastante en las elecciones municipales y un respaldo plebiscitario a su candidatura al Senado en noviembre.

En 2001 se opuso a la Carta de Capitalidad propuesta por Monteseirín. Dijo que Málaga estaría encantada de hacer de capital gratis. Ahora se ha opuesto al Estatuto con el que su correligionario Zoido insiste en la misma idea: que la capital de Andalucía le supone a Sevilla un handicap económico que debe ser compensado con fondos públicos regionales. De la Torre sube la apuesta y dice que ser capital es un privilegio y que Málaga lo haría pagando. Casi sin proponérselo, se ve embarcado en una cruzada contra el centralismo. Dice cosas que muchos piensan y casi todos callan; en el PP y en los demás partidos. Le avalan los votos.

Y no le faltan elogios. En una conferencia de Pedro Aparicio en el Ateneo de Málaga en 2007, presentado por De la Torre, el ex alcalde socialista dijo: "Durante 16 años la Providencia no me ha ahorrado ningún martirio, pero me ha hecho el regalo de tener a Francisco de la Torre como sucesor", fin de citación. Un caballero sin espada.

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