Crisis climática en Andalucía: sol y moscas

El calor provoca el agravamiento de las enfermedades y el aumento de la mortalidad

La tercera edad, pobre y que vive en las ciudades es la más vulnerable al alza de las temperaturas

La desertificación se ensaña con Andalucía

Varios ciudadanos pasean por Córdoba a media tarde. / Miguel Ángel Salas

El calor, más calor, la calor. El planeta se calienta. Y en ciertas zonas, en algunas más que en otras, se está recociendo como un huevo en ebullición olvidado y a punto del traquido. Independientemente del grado apocalíptico de los mensajes, al margen de que el origen esté en la acción humana o de que sea producto de un proceso natural, geológico, los registros de las temperaturas no dejan de subir año tras año y las estadísticas no dependen del voto que cada cual deposite en las urnas. El aumento gradual de la temperatura media está provocando efectos indeseados en una población que no tiene otra opción que adaptarse. Mientras tanto, los científicos detectan riesgos en la vida cotidiana de las zonas más recalentadas, como en una calle de Córdoba a media tarde, en esos lugares donde sólo caben el sol y las moscas.

Así como el frío es el ambiente propicio de los pingüinos, el calor es el ideal de las moscas... y de los microorganismos que provocan ciertas enfermedades. Es el caso del virus que causa la fiebre del Nilo o del parásito que provoca la leishmaniasis, dos enfermedades que en Andalucía están pasando de la excepción a la recurrencia. A estos patógenos se suman, en el sur de Europa, otras enfermedades relacionadas con el calor y la inseguridad alimentaria, por dar como asumidos la sequía y los incendios forestales. Es una de las conclusiones en las que incide un grupo de investigadores de diferentes universidades europeas en el informe del 2024 del Lancet Countdown sobre salud y cambio climático en EuropaLancet Countdown.

Y del calor a la muerte, en un salto que recorre varios escalones y en el que también desembocan las moscas. El dato lo recopila diariamente el Instituto de Salud Carlos III en el informe de monitorización de mortalidad (MoMo). Las defunciones atribuibles a las temperaturas excesivas han pasado en Andalucía de las 2.152 en 2020 a las 7.780 en 2023, más del triple de defunciones en sólo cuatro años.

“En gran medida”, explica Cristina Linares, una de las investigadoras responsables de la Unidad Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto Carlos III, “la morbi-mortalidad asociada al calor no se debe de forma directa a los llamados golpes de calor, sino al agravamiento de otras patologías ya existentes causadas por las olas de calor, fundamentalmente cardiovasculares y respiratorias”. Linares añade el alza en la mortalidad por causas renales, gastrointestinales e incluso neurológicas. Los grupos especialmente susceptibles –explica la investigadora– son las personas mayores de 65 años y, en especial, las mujeres de más de 75. Las embarazadas es también una población de riesgo –partos prematuros y crías con bajo peso–, así como los trabajadores al aire libre y los enfermos de salud mental: los episodios de temperaturas extremas, han constatado las investigaciones, favorecen los suicidios.

Las ciudades son más agresivas que los pueblos

Los perjuicios del calor van por barrios, dependiendo del lugar donde uno viva. Es una de las conclusiones de un reciente estudio en el que Linares es una de las firmantes y que analiza las variables sociodemográficas en las consecuencias de las altas temperaturas. “Son hasta seis veces más vulnerables las personas que viven en zonas urbanas que las lo hacen en zonas rurales”, explica Linares, quien enumera como factores de riesgo “la pobreza y las viviendas con mala construcción o mal aislamiento que no son capaces de mantenerse frescas en verano”. La exposición a contaminantes atmosféricos es también una variable que empeora la salud.

La crisis climática en la que se encuentra el planeta es también una crisis de salud pública y, por tanto, “es deber de las administraciones articular las medidas de mitigación y adaptación”, señala Linares. De ahí que sea necesario el diseño de planes de prevención adaptados a cada municipio, dice Linares. La OMS apunta a medidas para mitigar los efectos del calor, como la inclusión de tejados o cubiertas verdes en los edificios, aumentar las zonas verdes –parques y arbolado– y la creación de zonas azules, como lagos, fuentes y estanques.

En cuanto a lo que pueden hacer las personas para reducir los riesgos que provoca el calor, baste recordar los consejos de los profesionales de Atención Primaria: evitar la exposición al sol durante las horas centrales del día, beber más líquidos fríos, sin esperar a tener sed –mejor bebidas isotónicas–, no abusar del alcohol, evitar comidas copiosas cerrar las persianas y las ventanas de día y abrirlas de noche.

Virus, parásitos y escasez de alimentos

Las altas temperaturas se vinculan al empeoramiento de las patologías y a otro tipo de riesgos asociados. En un contexto de incremento del calor, las regiones más cálidas, como Andalucía, están padeciendo con mayor intensidad las consecuencias negativas. Es lo que sucede con fenómenos cada vez más corrientes en las latitudes meridionales de Europa, como la aparición de enfermedades históricamente relacionadas con África o Sudamérica. “Cuanto más calor haga en invierno, más circulación del virus del Nilo Occidental vamos a tener en primavera y en el verano siguiente” o, lo que es lo mismo, “cuanto más suaves son los inviernos, mejor van a sobrevivir los mosquitos”, señaló días atrás Jordi Figuerola, investigador de la Estación Biológica de Doñana-CSIC.

Además del virus del Nilo, cuyos portadores, los mosquitos, son más comunes en zonas templadas, los epidemiólogos han registrado un incremento de enfermedades como la malaria –también transmitida por los mosquitos–, la leishmaniasis o la criptosporidiosis, una patología intestinal causada por el parásito Cryptosporidium. La principal hipótesis por la que se explica el surgimiento de estas enfermedades está asociada a la crisis climática.

Los riesgos también llegan desde la alimentación. Son los efectos negativos que tienen que ver con los más reducidos “rendimientos de los cultivos y otros sectores de producción de alimentos”, explica en un artículo Isidro Juan Mirón Pérez, jefe del servicio de Salud Pública de Castilla-La Mancha. El panorama de la producción de alimentos, poco halagüeño en un mundo de territorios dependientes unos de otros, cuenta sin embargo con una serie de propuestas de adaptación que podrían “paliar esos efectos, siempre que vayan acompañadas de medidas” que mitiguen las emisiones de efecto invernadero, apunta el investigador. Entre ellas, Mirón alude, por ejemplo, al uso de “variedades de cultivos adaptadas” o la “gestión eficiente del agua”.

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