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De la patera al parque

Inmigración

El colapso de los centros de acogida del Campo de Gibraltar deriva en el reparto de inmigrantes por distintas comisarías de la Policía Nacional

Miloudi saluda a su familiar, Mohamed, que lo recogió en Alcalá. / Antonio Pizarro

Seis de la tarde. En la puerta de la comisaría de la Policía Nacional en Alcalá de Guadaíra hay una decena de inmigrantes marroquíes. Están sentados en un banco, algo desorientados. Acaban de ser puestos en libertad. Fueron rescatados en el Estrecho de Gibraltar hace unos días y el colapso de los centros de acogida hizo que los trasladaran hasta esta sede policial de Sevilla.

Varias comisarías han ido acogiendo inmigrantes en los últimos días. Lo único que la Policía puede hacer es dejarlos en libertad. Antes se les da un papel con un expediente de expulsión.

A la comisaría de Alcalá de Guadaíra han llegado veinte de los más de 800 inmigrantes rescatados de varias pateras. Ninguno es menor, aunque todos son jóvenes. Llevan números de teléfonos móviles españoles escritos a bolígrafo en sus antebrazos. Son los teléfonos de sus familiares. Cuando los periodistas se les acercan, piden un teléfono.

"Hermano, mobáil", dicen, y hacen el gesto universal de petición, uniendo las palmas de las manos. Yassin llama a su prima Hanna, que vive en Almería. El chico tiende el móvil al periodista y le pide que hable con su prima. "Por favor, ¿me puede mandar la ubicación por WhatsApp y decirle a mi primo que no se mueva de ahí, que enseguida vamos a por él?", pregunta. "Sí, sí, pero, ¿no dice que está usted en Almería?".

Essmail, Mohamed, Abdeslam y Miloudi, en un banco de Alcalá. / Antonio Pizarro

"Sí, sí, pero ya salimos, ¿está muy lejos Sevilla de Almería?". "Hay por lo menos cinco horas". "Bien, vale, vamos para allá ahora, por favor, dígale a mi primo que nos espere allí".

Miloudi y Essmail tienen más suerte. Su familiar, Mohamed, viene ya por Utrera. A los otros les buscarán otros parientes, casi todos desde Huelva o Almería. Los que no tengan a nadie seguramente pasen la noche donde puedan y se dirijan a Barcelona. "Allí buscarán trabajo", explica Hanna por teléfono.

Los inmigrantes tienen hambre pero no pueden comprar nada porque llevan dirhams. Uno de ellos sí lleva un billete de veinte euros, con el que compran unas manzanas, chucherías en un quiosco y cigarrillos. Es difícil comunicarse con ellos.

Utilizan el traductor de Google de los móviles de los informadores para preguntar si no hay problema por el hecho de que estén allí, en la puerta de una comisaría y frente a un "francotirador" (sic, menuda traducción). "No se preocupen, están ustedes en libertad. Tranquilos", intenta explicar el periodista.

Llega Mohamed a recoger a sus familiares. Abrazos y besos. Es el fin a una travesía de más de 350 kilómetros y varios días. Casi todos salieron de Larache y terminaron en un banco de un parque a las puertas de una comisaría de la Policía Nacional. Colapsados los servicios de atención, la única opción es hacerles un expediente de expulsión y dejarlos en España.

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