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Si algo ha caracterizado a la agricultura intensiva de Almería ha sido la capacidad de adaptación a los cambios y a las exigencias de los mercados. Esta característica junto con el aprovechamiento de los recursos y el desarrollo sostenible han sido el buque insignia de estas producciones.
Este sector, con principal protagonismo para los agricultores, ha demostrado sobradamente responder con solvencia a todo lo que le ha marcado la hoja de ruta de la horticultura, siendo referentes mundiales y colocando a un modelo como ejemplo internacional.
Qué duda cabe que el desarrollo socio económico de la provincia de Almería se ha debido a la agricultura intensiva, una agricultura que comenzó a desarrollarse en la década de los 60 del pasado siglo apostando en un primer momento por una agricultura tradicional; la cuál con el paso de los años ha ido incorporando nuevas técnicas de cultivo con el objetivo de obtener una mayor rentabilidad y sobre todo para responder a las expectativas de unos consumidores cada vez más exigentes.
El sector pasó de una agricultura convencional, con un peso predominante, a una integrada en apenas dos campañas agrícolas, siendo esta última la que mayor superficie ocupa y la que está dando paso a una agricultura ecológica cada vez más en auge y que en algunas producciones, como es el caso del tomate supera el 25%.
Sin embargo, los nuevos itinerarios legislativos de la Unión Europea en materia medioambiental están poniendo en jaque la sostenibilidad agrícola. Y es que, la continua retirada de productos fitosanitarios para luchar contra las plagas, sin una alternativa viable, está dejando al agricultor sin herramientas eficaces para luchar contra las plagas.
El buen manejo de la producción integrada que llevan a cabo los productores hace que se pueda paliar en buena parte; pero las condiciones climáticas favorables para las plagas junto con la aparición de nuevas variantes hacen que la producción integrada por sí sola no sea suficiente.
Por todo ello se hace necesario la autorización de materias activas eficaces contra las plagas y compatibles con la producción integrada. No podemos olvidar que actualmente estamos atravesando una situación adversa debido a la situación de sequía extrema y que está poniendo en situación muy complicada la viabilidad de las explotaciones, con la sombra del desabastecimiento sobre los mercados.
La apuesta decidida por una agricultura sostenible no impide, sin embargo, que pueda seguir cultivándose de manera convencional; siendo esta forma de cultivo necesaria para cubrir la demanda del mercado ya que los rendimientos son superiores a los obtenidos en la agricultura ecológica.
Debemos también hacer una reflexión sobre la apuesta de los consumidores por la agricultura ecológica. Y es que, el rendimiento de este tipo de producciones es inferior. Por lo tanto, se debe de compensar con un mayor precio y el consumidor debe estar dispuesto a pagarlo.
Hay que recordar que 27.600 hectáreas de invernaderos están en producción convencional integrada, lo que permite a los productores combinar el control biológico con el fitosanitario. Pero con años como este con altas temperaturas en otoño y a finales del invierno, el desarrollo de algunas plagas no se puede contener solo con control biológico.
Además, es necesario seguir trabajando en el desarrollo del control biológico, ya que los buenos resultados en este tipo de agricultura así lo avalan. Igualmente se debe trabajar en el desarrollo de nuevas variedades resistentes a los nuevos tipos de plagas. Pero todo ello a la vez que no es incompatible, tampoco es inmediato. Y los agricultores necesitan herramientas para seguir produciendo alimentos saludables como son las frutas y hortalizas, y abasteciendo las mesas de cientos de millones de europeos.
Por tanto, deben seguir existiendo y autorizándose materias activas y dotar al agricultor de herramientas que le son imprescindibles para el desarrollo de sus cultivos.
Los efectos del Pacto Verde Europeo apoyado por la Comisión Europea tal y como está planteado puede desembocar en una disminución progresiva de las producciones europeas; lo cual nos arrastraría inexorablemente a una deslocalización de las producciones a países extracomunitarios que no tienen unas exigencias tan severas, y que, en estos momentos, tienen autorizada la venta de productos para el consumo en países de la Unión Europea sin tener que cumplir con las exigencias del Pacto.
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